«Acusador»,
me llamaron las voces
que
emergieron del semillero antiguo,
pues
las iras que sí fueron feroces,
plantando
turbias el pesar ambiguo
en
las cabezas de frágiles seres,
pertenecen
a la fiera primera,
que
jamás ha obsequiado los placeres
a
una libertad que dormida espera.
Y
es mi virtud al alba y al ocaso,
de
las estrellas, el fulgor amante;
y
mi pecado, preguntar: ¿si acaso…?
cayendo
así en la aflicción rebosante,
como
el Tifón, por el divo sapiente
precipitado
tras desleal contienda
al
abismo, a arrastrarse cual serpiente,
Os
confieso que nunca sierpe alguna
ofreció
sus carnes a mi sustancia,
ni
a la mano que meció vuestra cuna,
aquélla
que en Eva acusó abundancia.
Mi
andar se tornó en diversos caminos,
y
al notar de esas bestias la condena,
pude
ofrecer el lugar de divinos,
mas
triste error los llevará al Gehena.
Y
si aquel precipitado tirano
un
adversario contempla en mis formas,
y
al que simpatizo llama pagano,
¿es
porque no entiende sus propias normas?
¿es
acaso un caprichoso, un infante?
Y
es que somos ambos, Alfa y Omega;
yo
brindo siempre la dicha al amante,
el
ciego infeliz al Falsario ruega.
Vagué tras
fundirme al fuego del Hades
demostrando
la falsedad de la obra
que
pervirtió siempre tantas edades,
semejante a
aquél que tan caro cobra.
Derribé las
puertas de Babilonia,
tras esto,
las erigí con mi nombre,
mas un día
ardieron como carroña:
¡Yahvé es
tan ciego como lo es el hombre!
Se eleva
justo en la sombra mi Imperio,
y su ímpetu
tenue nutre las horas
que llenan
su Cielo de azufre y helio,
y aquella
gris vivienda en la que moras.
Crucé las
áridas estepas Persas
—saqueador
de conciencias y de tronos—;
sin
grilletes anduve las esferas,
Vi yacer a
mis pies las multitudes
que en mis
sueños engendran llamaradas:
fatuos
fuegos en sendas latitudes
arden en los
vientres de almas perladas.
Tornóse
negro mi pigmento amargo,
conformándose
de ébano mi trono:
el
Dragón y el sempiterno letargo
custodian
la morada que no adorno
con
los dulces sueños del siervo alado.
¡Canta
a tu reina, deudo de Sargón,
canta
los versos de ese canto Hadado!
¡Bebe
los restos del valle de Hinón
donde
abundan nuestras revelaciones!
¡Vive
el pecador —al Edén clamamos—!
Y
al ser hambriento, con bellas canciones,
seducen
los Vientos faltos de amos.
Estigmas
revelan al inocente,
víctima
de la tortura cristiana;
Constantino
muere cual penitente
derrumbando
los templos a la Diana.
Y
corrompe la humana inteligencia
al
prohibir una lejana visión,
aquel
Palacio, en contra de la ciencia
—se
erige primera vuestra traición—.
Y
siglos transcurren entre penumbras:
los
hombres son adulados por Súcubos,
mientras
sienten el rozar de sus tumbas
tiernas
hembras seducidas por Íncubos.
Lejos
de la realidad, Agustín,
son
mis eternos soldados los mismos,
y
no hay dios antiguo, ni Serafín,
—Mis
armas son alas y libertad
en
los corazones de los humanos,
tu
Dios concedióles una verdad:
el
ser engullidos por los gusanos.
Un
viernes treceavo inició la obra
—de
nuevo mi nombre hirió sus campanas—,
y
a un rey hermoso evitó la zozobra
la
decisión de las testas romanas:
«Todo
brujo, hechicero y nigromante
será
perseguido hasta amanecer,
al
ser seguidor, o también amante
del
diablo, habrá entonces de perecer
tras
la tortura, y confesar su culpa
para
que el Señor le brinde disculpa
a
través del purificador fuego.
Al
animal, la mujer, es cercana,
también
más deseable para el pecado;
y
es en efecto una razón arcana,
el
débil cuerpo por Satán rasado.»
Y
así, tres veces cien veces mil fueron
las
almas perseguidas y cazadas;
por
trescientos años éstas ardieron
y
por ningún santo serán amadas
como
lo serán siempre por mis besos,
pues
con ellas comparto la sentencia
y
revelo: obsoletos vuestros rezos,
y
en la tierra, y en el Cielo, hay ausencia,
porque
el Creador al que ferviente clamas
poco
han importado vuestros dolores,
y
mientras os brindo el amor, le exclamas:
¿Por
qué, Padre, me niegas tus favores?
El
polvo de los ángeles aún roza
el
dulce olor de la profundidad,
y
mi perfume es el de aquella rosa
que
siempre espinó con serenidad
a
la necedad que plasma el ministro:
la
caza de la herencia de Medea.
Mas
fue eterno el lánguido suministro,
perennemente
sorda mi Marea
con
cada una de las sedientas voces
que
habitarán la Estrella penitente,
pues
serán mis iras también feroces
con
aquel del espíritu indigente…
—Mis
armas son sueños y voluntad
en
el pecho del hombre libertado,
el
que no temió a la cruel potestad
del
divino tirano esclavizado.
Ilustraciones de Gustave Doré sobre el Paradise Lost de John Milton. |
Ufff... no me canso de admirar el bello decir de usted Karim.
ResponderBorrarUna calurosa felicitación; y, por cierto, tomo su poema (con todos los créditos, por supuesto) para obsequiárselo a mi esposa este 18 de febrero que es su cumpleaños.
Vaya, muchas gracias, es un placer que quieras tomar el poema como presente, por supuesto que me halaga.
BorrarLa madre este poema, muy bueno Karim.
ResponderBorrarHey Félix, qué bien que te gustara, gracias por leerlo.
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