jueves, 4 de febrero de 2016

Poesía: De Luciferi Natura

Por: Karim Yaver



«Acusador», me llamaron las voces
que emergieron del semillero antiguo,
pues las iras que sí fueron feroces,
plantando turbias el pesar ambiguo
en las cabezas de frágiles seres,
pertenecen a la fiera primera,
que jamás ha obsequiado los placeres
a una libertad que dormida espera.
Y es mi virtud al alba y al ocaso,
de las estrellas, el fulgor amante;
y mi pecado, preguntar: ¿si acaso…?
cayendo así en la aflicción rebosante,
como el Tifón, por el divo sapiente
precipitado tras desleal contienda
al abismo, a arrastrarse cual serpiente,
hasta que alguna conciencia lo entienda.

Os confieso que nunca sierpe alguna
ofreció sus carnes a mi sustancia,
ni a la mano que meció vuestra cuna,
aquélla que en Eva acusó abundancia.
Mi andar se tornó en diversos caminos,
y al notar de esas bestias la condena,
pude ofrecer el lugar de divinos,
mas triste error los llevará al Gehena.
Y si aquel precipitado tirano
un adversario contempla en mis formas,
y al que simpatizo llama pagano,
¿es porque no entiende sus propias normas?
¿es acaso un caprichoso, un infante?
Y es que somos ambos, Alfa y Omega;
yo brindo siempre la dicha al amante,
el ciego infeliz al Falsario ruega.


Vagué tras fundirme al fuego del Hades
demostrando la falsedad de la obra
que pervirtió siempre tantas edades,
semejante a aquél que tan caro cobra.
Derribé las puertas de Babilonia,
tras esto, las erigí con mi nombre,
mas un día ardieron como carroña:
¡Yahvé es tan ciego como lo es el hombre!
Se eleva justo en la sombra mi Imperio,
y su ímpetu tenue nutre las horas
que llenan su Cielo de azufre y helio,
y aquella gris vivienda en la que moras.
Crucé las áridas estepas Persas
—saqueador de conciencias y de tronos—;
sin grilletes anduve las esferas,

y en Silencio troqué el llanto de Cronos.
Vi yacer a mis pies las multitudes
que en mis sueños engendran llamaradas:
fatuos fuegos en sendas latitudes
arden en los vientres de almas perladas.

Tornóse negro mi pigmento amargo,
conformándose de ébano mi trono:
el Dragón y el sempiterno letargo
custodian la morada que no adorno
con los dulces sueños del siervo alado.
¡Canta a tu reina, deudo de Sargón,
canta los versos de ese canto Hadado!
¡Bebe los restos del valle de Hinón
donde abundan nuestras revelaciones!
¡Vive el pecador —al Edén clamamos—!
Y al ser hambriento, con bellas canciones,
seducen los Vientos faltos de amos.

Estigmas revelan al inocente,
víctima de la tortura cristiana;
Constantino muere cual penitente
derrumbando los templos a la Diana.
Y corrompe la humana inteligencia
al prohibir una lejana visión,
aquel Palacio, en contra de la ciencia
—se erige primera vuestra traición—.
Y siglos transcurren entre penumbras:
los hombres son adulados por Súcubos,
mientras sienten el rozar de sus tumbas
tiernas hembras seducidas por Íncubos.
Lejos de la realidad, Agustín,
son mis eternos soldados los mismos,
y no hay dios antiguo, ni Serafín,
que provoque los más mínimos sismos.
—Mis armas son alas y libertad
en los corazones de los humanos,
tu Dios concedióles una verdad:
el ser engullidos por los gusanos.

Un viernes treceavo inició la obra
—de nuevo mi nombre hirió sus campanas—,
y a un rey hermoso evitó la zozobra
la decisión de las testas romanas:
«Todo brujo, hechicero y nigromante
será perseguido hasta amanecer,
al ser seguidor, o también amante
del diablo, habrá entonces de perecer
tras la tortura, y confesar su culpa
y a sus cómplices en el mismo juego,
para que el Señor le brinde disculpa
a través del purificador fuego.
Al animal, la mujer, es cercana,
también más deseable para el pecado;
y es en efecto una razón arcana,
el débil cuerpo por Satán rasado.»
Y así, tres veces cien veces mil fueron
las almas perseguidas y cazadas;
por trescientos años éstas ardieron
y por ningún santo serán amadas
como lo serán siempre por mis besos,
pues con ellas comparto la sentencia
y revelo: obsoletos vuestros rezos,
y en la tierra, y en el Cielo, hay ausencia,
porque el Creador al que ferviente clamas
poco han importado vuestros dolores,
y mientras os brindo el amor, le exclamas:
¿Por qué, Padre, me niegas tus favores?

El polvo de los ángeles aún roza
el dulce olor de la profundidad,
y mi perfume es el de aquella rosa
que siempre espinó con serenidad
a la necedad que plasma el ministro:
la caza de la herencia de Medea.
Mas fue eterno el lánguido suministro,
perennemente sorda mi Marea
con cada una de las sedientas voces
que habitarán la Estrella penitente,
pues serán mis iras también feroces
con aquel del espíritu indigente…
—Mis armas son sueños y voluntad
en el pecho del hombre libertado,
el que no temió a la cruel potestad
del divino tirano esclavizado.

Ilustraciones de Gustave Doré sobre el Paradise Lost de John Milton.

4 comentarios:

  1. Ufff... no me canso de admirar el bello decir de usted Karim.
    Una calurosa felicitación; y, por cierto, tomo su poema (con todos los créditos, por supuesto) para obsequiárselo a mi esposa este 18 de febrero que es su cumpleaños.

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    1. Vaya, muchas gracias, es un placer que quieras tomar el poema como presente, por supuesto que me halaga.

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    1. Hey Félix, qué bien que te gustara, gracias por leerlo.

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