miércoles, 3 de febrero de 2016

Artes Plásticas: La escultura de Bernini, el genio y su mundo

Por: Daphy

 

 

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) Autorretrato

 

El inicio


"Hombre excepcional, artífice sublime, nacido por disposición divina y para que la gloria de Roma ilumine el siglo". Así se refería el papa Urbano VIII al escultor y arquitecto italiano Gian Lorenzo Bernini. No era para menos: los pontífices del siglo XVII tenían mucho que agradecer al artista genial que, a lo largo de sesenta años de incansable actividad, forjó muchas obras emblemáticas de la Roma de la Contrarreforma.
Baldaquino de la Basílica de San Pedro.
La Basílica de San Pedro tal como hoy la contemplamos, con el célebre baldaquino de bronce, la Scala Regia y la majestuosa perspectiva de la plaza, son tan sólo una parte de su extraordinario legado para la posteridad. "Su talento es de los mejores que jamás haya formado la naturaleza, ya que, sin haber estudiado, tiene casi todas las ventajas que las ciencias dan al hombre", comentaba acerca de él el célebre mecenas y coleccionista francés Fréart Chantelou, quien tuvo la oportunidad de conocerlo durante su estancia en Francia. Y así era, Bernini no cursó ningún estudio regular y, aunque sabía leer y escribir, no conocía el latín; supuesta ignorancia que, según algunos autores, lejos de perjudicarle le sirvió para dejar de lado los prejuicios académicos y expresar ideas de gran originalidad. Su auténtica formación la adquirió junto a su padre, un escultor florentino trasladado a Roma, en cuyo taller aprendió a dibujar y a esculpir tomando como modelos obras antiguas
.
Precisamente de su padre, Bernini adquiriría la habilidad de crear en sus esculturas escenas narrativas muy dramáticas, de capturar en los rostros de sus obras intensas emociones, de componer conjuntos escultóricos que transmiten una magnífica grandeza y de crear efectos de claroscuro a partir de la angularidad. En efecto, la obra de Gian Lorenzo está conceptualizada para observarse desde puntos específicos en los cuales la figura está siempre en relación con el espacio circundante. Es un hecho que, si aislamos su escultura del fondo, perdemos ese efecto de materialidad y magnificencia que poseé su obra.
Eneas, Anquises y Ascanio (1618-1619)
 
En sus primeros trabajos, como en el mármol Eneas, Anquises y Ascanio, podemos aún sentir la presencia de Miguel Ángel, el otro artista vaticano por excelencia. En esta fase estilística destaca un absoluto respeto por el helenismo caracterizado por ésa inclinación a imitar a la perfección el estilo antiguo. Su habilidad para tallar el mármol llevó a que fuera considerado su digno sucesor, muy por encima de sus coetáneos y especialmente de sus grandes rivales, Alessandro Algardi y Francesco Borromini. Su talento se extendió más allá de la escultura y fue capaz de sintetizar de manera brillante la escultura con la pintura y la arquitectura en una gestalt conceptual y visual coherente. De firmes convicciones religiosas y contrarreformista, Bernini empleó la luz como un destacado recurso sincrónico que completa sus obras, en ocasiones con puntos de iluminación invisibles que intensifican el foco de la adoración religiosa o amplifican el dramatismo de la narrativa escultórica.

 
El Prodigio

Durante su existencia, Bernini gozó de la protección de siete Papas. En sus inicios, lo tomó bajo su mecenazgo el cardenal Scipione Borghese, sobrino y secretario del papa Pablo V y que había amasado una enorme fortuna.
Apolo y Dafne (1622-1625)
Para decorar los jardines de la Villa Borghese realizaría Bernini sus primeras esculturas notables, como El rapto de Proserpina y Apolo y Dafne. El virtuosismo técnico, el maravilloso tratado del mármol, y la inigualable expresividad de estas piezas le dieron una fama casi instantánea como escultor y que se prolongaría durante toda su carrera. El ya citado Chantelou, decía que sus estatuas revelaban "un talento completamente particular para expresar las cosas con la palabra, el rostro y la gesticulación, y para hacerlas ver tan agradablemente como los más grandes pintores han sabido hacerlo con los pinceles". En 1623, el acceso al trono papal del cardenal Maffeo Barberini, quien tomara el nombre de Urbano VIII, propulsó a Bernini al primer plano de la escena artística. El nuevo pontífice, deseando emular a los grandes papas mecenas del Renacimiento, vio en Bernini a un nuevo Miguel Ángel, un "hombre universal" capaz de llevar el arte católico a las máximas cotas de perfección.
Tumba sepulcro del Papa Urbano VIII
Enseguida le encargó la decoración de la basílica de San Pedro, donde Bernini realizó el baldaquino del altar mayor de San Pedro y la tumba monumental del propio Urbano VIII. En el año 1629 asumió, además, la dirección de las obras de la basílica, responsabilidad que mantendría hasta su muerte.
Bernini ocupó un lugar destacado en la corte de Urbano VIII. Nombrado caballero, tenía acceso a los aposentos privados del pontífice y organizaba divertimentos de corte tan refinados como espectaculares. Asombrosamente polifacético, era capaz de elaborar decorados teatrales y hasta de escribir él mismo las obras. Un viajero inglés escribió una vez con ironía, pero también con admiración: "Bernini ha terminado una representación para la que ha pintado las escenas, tallado las estatuas, inventado las máquinas, compuesto la música, escrito la comedia y construido el teatro".
 
Su arte
 
El éxito de Bernini suscitó la envidia de los demás artistas de la Contrarreforma, que se sentían excluidos de los muy bien pagados encargos del Vaticano. En particular, Bernini entró en conflicto con otro artista de gran talento, el arquitecto Borromini, melancólico e introvertido como brillante y social. Sus adversarios creyeron que con la muerte de Urbano VIII había llegado la hora del despojo. El nuevo pontífice, Inocencio X, de la familia de los Pamphili, era enemigo de los Barberini, por lo que Bernini perdió la posición de privilegio de la que había disfrutado durante el papado anterior. Además, tuvo lugar un incidente humillante que puso en cuestión su capacidad, cuando en uno de los campanarios de la basílica de San Pedro que había diseñado aparecieron grietas por un error de cálculo en la fundamentación, por lo que se decidió derribarlos.
Éxtasis de Sta. Teresa en Santa Maria de la Victoria
Ignorado por el nuevo Papa, el artista se dedicó a otros encargos, entre ellos obras maestras como la capilla Cornaro, con la extraordinaria escultura de El éxtasis de Santa Teresa.
El relativo ostracismo duró poco, pues Bernini logró ganarse de nuevo el favor del pontífice mediante una ingeniosa estrategia. Inocencio X había decidido remodelar la plaza Navona, donde se hallaba el palacio Pamphili, frente al cual se quería erigir fuente monumental. Se abrió una especie de licitación en el que se invitó a participar a todos los mejores arquitectos de Roma y de Italia, excepto a Bernini. Pero un Noble, amigo del artista, le convenció para que elaborara un proyecto e hiciera una maqueta, la cual fue colocada en una sala del palacio Pamphili que el Papa siempre atravesaba al volver de la cena. Una noche en que iba acompañado por su hermano cardenal y su cuñada, Inocencio X se fijó en la maqueta en cuestión: "Al ver una creación tan majestuosa y el esbozo de un monumento tan inmenso, se detuvo, casi extasiado.
Fontana di Quattro Fiumi (1648-1651)
Después de admirarla y alabarla durante más de media hora, exclamó: habrá que emplear a Bernini a pesar de todos sus enemigos, pues quien no quiera valerse de sus planes es mejor que no los vea. E inmediatamente lo hizo llamar"
. El proyecto de Bernini era la fuente de los Cuatro Ríos, que tras tres años de trabajos sería inaugurada en 1651.
A la muerte de Inocencio X, y ya bajo el pontificado iniciado en 1655 del Papa sucesor Alejandro VII, Bernini encontró un nuevo protector. Entusiasta de la arquitectura, el nuevo Papa se reunía asiduamente con el arquitecto para proyectar nuevas obras. "Nos paseamos por el palacio haciendo planes", escribía el pontífice en su diario.
Plaza de San Pedro, en Roma
Las construcciones fueron tan numerosas como costosas, algo que como era de esperarse suscitó críticas negativas: en 1670, el municipio protestaba expresamente "contra el caballero Bernini, instigador de los pontífices para hacer gastos inútiles en tiempos tan calamitosos". Derroches que, sin embargo, dieron lugar a la gran remodelación de la Plaza de San Pedro, que cambiaría radicalmente la imagen del Vaticano hasta nuestros días.
En esos años se sitúa asimismo la visita de Bernini a la corte de Luis XIV. Colbert, el ministro del Rey Sol, le invitó a realizar un proyecto para la remodelación del palacio del Louvre, aunque tal vez lo que en realidad deseaba el monarca francés era robarle al Papa su arquitecto más famoso. En París, Bernini fue recibido con gran pompa y alojado en el palacio Mazarino, en un lujoso apartamento decorado con tapices y damascos, pero pronto se dio cuenta de que los arquitectos franceses lo consideraban un intruso y se dedicaban a descalificar sus ideas. Tras algún altercado en plena corte, Bernini volvió a Roma, desde donde remitió tres proyectos para el Louvre, todos los cuales fueron rechazados; la obra fue llevada a cabo por un francés, Claude Perrault.
Bernini también se interesó por la pintura, y a lo largo de su vida realizó numerosos retratos de Papas, Reyes y Nobles que le reportaron fama y riqueza.
Retrato del papa Urbano VIII (1631-32)
Les solía retratar a la heroica, realzando la expresión de los rostros y la magnificencia de sus vestiduras. Incluso en varias ocasiones confesó haberse inspirado en Rafael. De igual manera,
la base de la formación artística de Bernini tuvo que ver con el estudio de la tradición grecorromana. Sus restauraciones revelan el gusto por la precisión, por la interpretación original del helenismo y el respeto por la integridad de la obra, como en la Hermafrodita Durmiendo, copia romana del siglo II de un original griego y restaurado por Bernini hacia 1620. Posteriormente, en 1627, otro artista italiano, Ares Ludovidisi, volvería a restaurar la obra referida. Sin embargo, se aprecia perfectamente la intervención de Bernini por el diferente color y tratamiento del mármol.
Hermafrodita Durmiendo, restaurado por Bernini en 1620
Como arquitecto representativo del Barroco Italiano, siempre dió mucha importancia a lo decorativo
siendo su único fin dar ritmo arquitectónico a los complejos. Frontones y entablamientos se rompen, y las curvas se compenetran con líneas rectas buscando siempre presiones dinámicas. Su arte siempre estuvo basado en la arquitectura, la escultura y el urbanismo, que se fundían con el teatro. En efecto, Bernini fue un escenógrafo muy apreciado y utilizaba todos los recursos disponibles para sorprender al público con efectos ilusionistas basados en juegos de luces reutilizados después en su arquitectura. Esto se aprecia en conjuntos monumentales que combinan las figuras esculpidas, ubicadas en un escenario arquitectónico. Como escultor, en un primer momento respetó fielmente los cánones clásicos, a la vez que se observaba la influencia manierista de su padre. Sin embargo, su estilo mostraría una evolución en los Cuatro Grupos Borghesianos; llamados así porque fué el Cardenal Borghese quien se los encargó y los cuales le consagrarían como maestro.
El Rapto de Prosperina (1618-1625)
Estas obras son el conjunto Eneas, Anquises y Ascanio, representando un motivo de la Enéida; una imagen de David, de motivo bíblico; Apolo y Dafne, que vuelve sobre la fértil mitología griega; y El rapto de Proserpina, grupo escultórico que representa a Proserpina (Perséfone en la mitología griega) siendo raptada por Plutón (Hades), hermano de Zeus y soberano de los infiernos. La composición es un ‘contraposto’ retorcido que remite al manierismo, ya que el artista presta una especial atención a los detalles y adopta posturas rebuscadas, al tiempo que nos permite una observación simultánea del conjunto en una perfecta y armoniosa unidad de las partes, como exigiera el más puro clasicismo siguiendo el canon renacentista de imitación de los antiguos.
Mención aparte merece su escultura Éxtasis de la Beata Ludovica Albertoni ejecutada en mármol y jaspe entre los años 1671 y 1674, concluida por un Bernini de 71 años y siendo una de sus últimas esculturas. Ludovica o Luisa, esposa, madre y viuda, de la Orden Franciscana Seglar, y aquejada de trances místicos, nació en Roma el año 1474 de la noble familia de los Albertoni. A su muerte, gozó de culto público confirmado oficialmente por el Papa Clemente X en 1671.
Éxtasis de la Beata Ludovica Albertoni (1671 - 1674)
A
raíz de la beatificación, la familia Altieri decidió dedicarle un altar en su capilla de la iglesia de San Francisco a Ripa, en Roma. Inmediatamente después, el cardenal Paluzzo Albertoni Altieri encomendó la obra a Bernini. Terminada la obra, los restos de la Beata fueron depositados en el nuevo y magnífico sepulcro de mármol, donde se encuentran todavía hoy. Sobre el altar del sepulcro se colocó la estatua de Bernini que representa a la Beata, en tamaño mayor que el natural, no ya difunta, sino reclinada en el éxtasis místico en que murió. En su rostro, el artista trató de reflejar el sufrimiento humano y la felicidad celestial. Se dice que Ludovica vivió repetidas experiencias de visiones y éxtasis místicos, y Bernini, fiel a la imagen que tenía de Ludovica, quiso representarla en el momento de su muerte, pero transformando ese lance dramático en un momento de éxtasis y de unión mística con su Señor. El mismo Bernini decoró el marco de la pequeña capilla, en la que se filtra la luz a través de una claraboya invisible, que cae como un chorro luminoso sobre el rostro de la beata. .Su cuerpo se conserva en el espléndido sepulcro que se le dedicó en la capilla Altieri de la iglesia franciscana de San Francisco a Ripa, en Roma.


El adios
 
En sus últimos años, Bernini se vio afectado por un escándalo protagonizado por su hermano, al que se acusó de violar a un niño del coro, pero nunca dejó de trabajar. Tenía 80 años cuando terminó la tumba del papa Alejandro VII. A su muerte, un año después, se celebraron en su honor, en Santa Maria Maggiore, unos funerales dignos de un príncipe, pues así cabía considerar al hombre que había logrado que «la gloria de Roma ilumine el siglo».




Bibliografía:

Bernini. Franco Borsi. Akal, Madrid, 1998.
Bernini , der Mann und die Künstler. Karl Hertz. Presiner, Baden, 2001
 

3 comentarios:

  1. Qué tremenda entrada! Soy de profesión arquitecto y amante de las artes. Entrada superlativa!

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  2. Sin palabras. Me sirve de mucho para mi tesis.

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  3. Excelente entrada, Daphy, me encantó.

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