Por: Karim Yaver
"The Singer Building, New York", ca. 1910, by Alvin Langdon Coburn |
Era
yo. ¡Claro que era yo! Allí mismo me había citado.
Cierto es que, aun hoy, lo que más me maravilló al verme de
frente, fue eso precisamente: verme. Uno se ve frente al espejo, pero lo que en
él ve no es a uno, lo que ve es a «otro». «Yo es otro», dijo un joven Rimbaud a
punto de desordenar todos nuestros
sentidos. Si bien esta afirmación alude a un significado en apariencia
completamente distinto, podría aplicarse perfectamente en este caso, ya que
cuando uno se ve frente al espejo, lo que ve no es a uno mismo, sino a otro.
Vaya, cuánta redundancia. De cualquier forma, lo que yo vi ese día (en un paseo
vespertino por el parque ―algo tan poco de mí―) no fue el mechón de mi cabello
negro cayendo del lado izquierdo, y no del derecho; ni el tatuaje de mi brazo
derecho de cabeza en el brazo izquierdo; ni mi pierna izquierda ligeramente más
larga que la diestra, siendo que ésta excede el tamaño de aquélla. Todo eso que
habría visto frente a un espejo. No. Lo que vi ese día en el parque fue a mí
mismo. Lo que vi fue al yo que habría
reproducido una fotografía ―aunque se puede ser consciente de que uno mismo no
es «eso» plasmado en el papel, esa imagen distorsionada y deslumbrada por un
flash, se suele caer en el engaño y proclamársele a esa sombra como «yo». Lo
que vi frente a mí fue una sombra, y esa sombra era yo.
―¿Un
concurso literario? ―me respondió con una mueca de desdén en el rostro (jamás
me habría imaginado que luciría así el desdén en mí)―. ¿Existe aún la
literatura?
―Al parecer sí ―dije―, y necesito tu ayuda.
Caminó hacia una banca y se sentó en ella. No me miraba.
―Ya lo sabes, el dolor en la espalda.
Asentí y me senté a su lado.
―Hay demasiada gente en el mundo ―dijo―, pero eso ya lo
sabes también. Supongo que la literatura dejó de tener sentido cuando al
planeta se le acabó el espacio para alojarnos. ¿Crees que sea una coincidencia
el que justo en los alrededores temporales de las guerras surjan tantas obras
artísticas que bien podríamos considerar «con sentido»? Es como si tantas
muertes (o tantas no-vidas) dejaran espacio entonces para la creación y para el
sentido, para un contenido verdadero en cada creación. ¿Corea y Vietnam? Los beats y el boom. ¿Primera y segunda guerras mundiales? ¿Revolución rusa? El
surrealismo, el expresionismo, el existencialismo. Las vanguardias. ¿La
revolución francesa? El romanticismo y el realismo, luego el naturalismo.
¡Cuántos ismos! ¡Vaya!, creo que me
estoy alejando del tema central.
―¿El concurso literario? ―pregunté.
―La sobrepoblación. Hay demasiada gente.
―¿Me estás queriendo decir que para crear una obra que no
carezca de sentido, de contenido, es necesario que estalle una guerra?
―No. Lo que estoy diciendo es que hay demasiada gente en el
mundo, y, ¡vamos!, haz uso del pensamiento lógico y pragmático que te han
enseñado: existe una correlación (que yo diría casi metafísica) entre el
estallido de las guerras y la creación artística.
«Yo
era otro». Esa sombra sentada a mi lado, en aquella banca del parque, había
dejado de pertenecerme, actuaba ya por su propia voluntad. Pensaba ya por su
propia voluntad.
―Hubo un choque ―dijo tras un largo silencio.
―¿Un choque? ―cuestioné, sorprendido por la gran
variabilidad de su conversación, las sombras no deberían de hablar mucho.
―Un choque ―respondió.
―…
―Fue en un punto en que convergen dos grandes arterias
viales ―continuó tras unos segundos―, un simple choque entre un bus y otro bus.
Transporte público, tú sabes. El choque ocasionó que toda la vialidad se
pausara. Un verdadero caos. Eran alrededor de las 7 u 8 de la noche. A esa hora
todo mundo está ya fatigado por la jornada laboral. El choque lo detuvo todo.
Luego se formó una fila de casi un kilómetro de autos, autobuses y demás maquinaria
con ruedas.
―¿Por qué me cuentas esto? ―pregunté, ya no tan asombrado,
más bien confundido, y casi agotado.
―De los autobuses comenzaron a bajar cientos y cientos de
personas, y a caminar por la orilla de la avenida y por las aceras ―respondió,
ignorando mi pregunta―. Cientos y cientos de personas hastiadas y fatigadas de
vuelta a su hogar. ¿Cuántas de esas personas, sin una tragedia de por medio,
crees tú que podrían estar interesadas en cualquier clase de manifestación
artística? El arte no cura el hastío. El entretenimiento sí. Panem et Circenses.
»El hombre hastiado no compra sustancia, compra entretenimiento. La literatura, por tanto, debe
vender un vacío, pero un vacío que contenga algo: distracción. El mundo está
lleno de gente, de gente cansada, y a esta gente no le interesa un Borges que
los haga dirigirse a cada párrafo al diccionario, o un Poe que ya no les causa
ninguna clase de terror pues ellos lo viven a diario. A la gente le interesa la
distracción, los Harry Potters, los Divergentes, los estériles Greys y sus cincuenta tenues sombras de
vacío.
Volvió el silencio. ¿Tendría razón? ¿Qué sentido encontraría
ahora en volver lejos de mí a ese mundo infecundo que veo derribarse frente a
mis ojos?
―¿Un concurso literario? ―me preguntó finalmente.
―Así es ―respondí.
―¿Relato?
―Sí.
―¿Alguna temática en especial?
―Sí.
―¿Cuál?
Respiré profundamente y dije, mirando fijo al piso terroso,
rodeado por las miradas de unos paseantes desconcertados al ver a un hombre
hablando solo en voz alta:
―Una conversación conmigo mismo.
Prosa que no languidece en ningún párrafo. El mejor de este espacio.
ResponderBorrarVaya, muchas gracias. Qué gusto el que te agradara, tus palabras son combustible. Espero que sigas disfrutando de los textos que continuemos compartiendo en el futuro. Saludos.
BorrarMuy buen cuento. Perfectamente bien narrado!
ResponderBorrarAgustín, qué gusto que te agradara también. Gracias por tomarte tu tiempo para leerlo y escribir. Saludos.
BorrarPor algunos momentos me hizo recordar a Fahrenheit muchísimo. Sobre todo por la crítica a la literatura. Buen relata, cuento no, buen relato.
ResponderBorrar¿Fahrenheit de Bradbury? Es que no lo he leído (aún) y no se me ocurre ningún otro. Como sea, qué bueno que te agradara. Y sí, más bien relato, pero como la etiqueta dice "cuento", preferí mantenerlo así. Saludos, y gracias por leerlo y escribir.
BorrarHay razón para recordar el estilo de Bradbury tanto en "Fahrenheit" pero mas que nada en "El hombre ilustrado" por su aparente cotidianeidad y ese enfrentamiento con una posible realidad de la que nadie queremos saber pero que ahí está.
ResponderBorrarExtraordinaria prosa; muy bien estructurada de principio a fin.
Muchas gracias por leerlo y por tus palabras. Y, ahora tengo como prioridad hacerme de esos libros de Bradbury, pues de él sólo tengo un poemario y ya es imperdonable no haberme leído al menos Fahrenheit a estas alturas.
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