Por: Orlando Núñez
La sensación de estar en el mismo lugar, de que el reloj digital en una irritada muñeca no marcaba una hora distinta, de que es la misma hora en la que decidió irse a la cama. Y a la vez la sensación de que es momento de iniciar de nuevo, un día, como otro día --los pies descalzos en el azulejo frío, lavarse la cara con un agua reflejo de inicio, de duda, un desayuno, un café que sabe a gloria y a disgusto--. ¿Era el mismo tiempo acaso, o era un tiempo distinto?, bastaba con entrecerrar los ojos, buscar un rayito de luz de algún lugar y virar la muñeca. Sí, distinto el tiempo, sin duda, cuantas horas no había pasado perdido entre jardines oscuros, entre vaivenes de historias y de instantes, fragmentos de tardes anteriores, de los planes. Los planes, cosas por hacer.
Pero no era el tiempo esperado --¿A que hora te has ido a la cama?-- se pregunto a sí mismo a la vez que lo invadía una sensación de familiaridad, de saberse él de nuevo, ¿es que acaso no lo era antes de acostarse, y desvestirse y meterse en una cama destendida? ¿cómo saberlo?, rara vez puede saberse quién es uno, pero el sueño es cuestión de olvido, de alivio y en la mañana ya habría olvidado la familiaridad, sensación acaso de un recuerdo dulce y añorable, de un recuerdo fragmentado.
--Caía apenas la tarde.
Respuesta a su pregunta desde un rincón del pensamiento, interlocutor su propia mente, amiga invaluable, distante a veces, sin duda sádica. Intentó dormir un poco más.
--Has dormido demasiado, 15 horas quizá.
Dijo Mente, burlona y triste al mismo tiempo. Interrumpido además por la orina, no hubo más remedio que ir, regresar, acostarse de nuevo y después virarse boca arriba y mirar el techo, morada de pensamientos invasores, monstruos creados por su amiga, monstruos mordisqueándole la almohada, el pecho.
Los planes son importantes, hay que pensar en ellos, pero la noche gestaba tan sólo pensamientos suyos, meramente suyos, aún a pesar del hecho de que Mente insistía en llenarle con obligaciones y planes, sí, mas planes, pero no, empezaba a recordar ya esa sensación realmente, a reunir los pedazos de un cristal, espejo en dónde podía mirarse a veces en las tardes amarillas o anaranjadas, de vez en cuándo. Curioso que pudiera mimetizarse con ese espejo en lo negro de la noche, en el vacío que provoca ver nada, ese vacío que de repente lo adornan grillos, aullidos, maullidos, ¿están teniendo sexo los vecinos?, borrachos incoherentes en una avenida veteada de luces ocre.
--Monstruos asquerosos, dejen de mordisquear la almohada, que tal vez tienen polillas, --pensó gritando y llevándose la almohada a la cara para no interrumpir el delicioso silencio de la noche--.
--Polillas tienes en la cabeza, --respondió Mente tranquila y fría como suele hacerlo estando a punto de brindar sus irremediablemente inoportunos consejos--.
--Entonces te están comiendo poco a poco, como a los sacos viejos de mi padre.
--¡Ah!, los sacos viejos de tu padre, los que has arrumbado en el closet, ¿es qué son él, o su recuerdo? siempre tan ridículo, son lo que son, tan sólo sacos, un objeto no debería representar ni imagen, ni recuerdo, ni emoción, ni vida.
--Te equivocas, y ahora te pones a hablar de la vida cómo si supieras qué es, --decidió que era mejor callarla, sin importar cuán difícil fuera, o la noche terminaría arruinada, ya no podría disfrutar del silencio, de la oscuridad, del otro lado de su pensamiento que sólo venía de vez en cuándo a darle respuesta a las preguntas que usualmente le hacían percatarse que de día no era más que un autómata, casi un objeto, no sin antes sentir nostalgia por Mente, que ya estaba por demás sumergida en aquel estrecho lugar al que había concebido como un conjunto de hábitos, una rutina--.
Quiso imaginar la noche fuera de su habitación, la noche de la calle, su noche, una noche distinta, y de nuevo se vio a sí mismo reflejado en el vacío. Le gustaba esa noche, le permitía ser vagabundo de la casa, un gato andando por las láminas, emocionado de haber a quién no encuentra, maravillado del silencio y del sonido de sirenas a lo lejos, esa idea que las transformaba en ninfas nadando en mares de asfalto, embriagando poetas y artistas, sin dejarlos escapar, heroínas venciendo a los monstruos, y los edificios viejos, cuevas lúgubres, y las paredes de la habitación apretujando, haciéndose chicas.
--Vamos viejo, deja de escribir poesía, necesitas pensar en los planes, ¿recuerdas?
--Los planes, sí, los planes, esa palabra, y la otra, ¡ah! qué bien combina, "carajo" y planes, al carajo con los planes.
Muy padre relato, no lo habia yo visto sino hasta ahorita que estoy de nuevo recorriendo el blog.
ResponderBorrarMuchas gracias al creador de tan maravilloso relato. Me ha transportado a esa noche y hacerme sentir dueño de la mente que aquí aparece. ¡Felicitaciones! Diste a luz una buena obra.
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