sábado, 6 de febrero de 2016

Literatura: Ojos de sangre (novella) - Parte dos

Por: Nelson Ballestas Martínez
Mis padres llegaron molestos. Eso sucede cuando de pronto, casi de la nada al rector se le ocurre llamar al número de mi padre para preguntarle cómo va la recuperación de su hijo. A penas me vio, no se contuvo para abofetearme y gritar que era un descerebrado, que mañana mismo se seccionaría de cómo voy en la escuela, y se aseguraría de que no faltara nunca más. Así fue, se bajó del auto junto conmigo, a la mirada de todos, me llevó hasta el salón de clases, conversó con mi profesor un rato y luego se fue, no sin antes dejarme una advertencia "A partir de ahora las cosas cambiaran ¿Me entiendes? Voy a hacerme cargo de ti, sin importar qué tenga que hacer". A la tarde llegó a recogerme en su carro, Un Mazda 323 del 2000. Me llevó a comprar un celular nuevo con el cual iba a estar contactándome, para asegurarse de que no volviera a hacer nada indebido. Tal vez a muchos les resulten correctas las medidas que tomó mi padre, sin embargo, fueron el catalizador de lo que a fin de cuentas, sabía que iba a suceder tarde o temprano.
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-Hola, espero que no me hayas olvidado, porque yo no me he olvidado de ti- Me dijo tomándome por el cuello de la camisa. Era Orweld, por fin sabía su nombre, lo había oído de un chico de un chico que quiso advertirme unos minutos antes de que esto ocurriera "Oye, ¿Tu eres al que Orwald le dio una paliza? Tengo que advertirte que al venir ayer tu padre se dio cuenta de que no era policía. No sé por qué pensaría algo así, pero está muy molesto y quiere matarte. Todavía está enojado por lo que le hiciste a su hermano, a pesar de que se haya recuperado más rápido que tú. Además dice que te has burlado de él dos veces y no te lo va a perdonar" Vaya que me había informado bien. No le pregunté su nombre ni cómo sabía todo eso. Y Orwald ya había dado conmigo, me tenía suspendido en el aire. Sus antebrazos eran gruesos, sus bíceps, infladas. Podía sentir un estremecimiento al recordar aquella golpiza.
-Entonces tu padre no es policía ¿CIERTO?-
-Ya me has golpeado hasta casi matarme ¿No puedes dejarme en paz?-
-NO. No hasta humillarte y hundirte por completo. Eres un cobarde y un debilucho, y lo voy a dejar en claro frente a todos. Ya no tendrás a ningún amigo que te salve, y si lo hay, se atendrá a las consecuencias de vérselas conmigo. Mis amigos se cagaron encima y ya no quieren apoyarme porque le tienen miedo al mariquita embustero que te salvó aquella vez. Pero ese escuálido de mierda y tú lo pagarán conociendo mis puños. ¿Me entiendes? Les enseñaré lo que es respetarme hasta que tengan la lección aprendida- Me dejó caer al suelo y se fue. Tal vez no veía mucho honor en lastimar a alguien que recién sanaba de las fracturas y golpes que él mismo le proporcionó.
Fugarme de casa por las tardes era también otro problema. Debía estar atento a las horas a las que llamaba mi padre para poder contestar y mentirle sin levantar sospechas. Sólo así podía adentrarme en el bosque con Rad, aunque tuviera que estar corriendo de aquí a allá para buscar cobertura y contestar cada que se acercaban las horas habituales. Peor aún, no siempre llamaba. Ya las fracturas habían sanado en su totalidad, pudiendo recuperar toda mi antigua movilidad, más no podía dejar de pensar en Orwald, así que se lo mencioné a Rad y sólo un "Ya nos ocuparemos de él. Ahora está atento a todo lo que te diga ¿bien?" obtuve como respuesta. Él hacía las veces de un mentor, no sólo mostrándome sus debilidades y fortalezas con el fin de tener las herramientas necesarias para acabar con un vampiro, Sino que además, me hablaba del mundo, de lo vulgar de los hombres y mujeres, de sus fallos, sus historias. Una vez mientras encendía una fogata me decía "Los vampiros somos tan vulnerables al fuego como cualquier humano. Ellos asumen que es debido a que no resistimos la luz, la purificación, porque es siempre un símbolo sagrado. De ser así, ellos tampoco lo resisten, en ese aspecto puedo decir que son tan impuros como nosotros. La verdad es la siguiente. Ellos en el fondo saben lo impuros y vulgares que son, pero si lo admitieran completamente no podrían lidiar con ello, son muy estúpidos y débiles como para hacerlo. Por eso les parece mejor mirar todos sus propios defectos en el que es diferente. ¿Ves cómo prendo la llama chocando las rocas? No me ha pasado nada, no le tengo más miedo del que tú le tendrías. Y eso que es de día". En otra oportunidad me dijo "Sí, le tememos al agua, a grandes cuerpos de agua, y va más allá del hecho de que sea por no resistir sus corrientes. El agua, al igual que el fuego son símbolos con un componente sagrado muy fuerte. Pero lo que nos incomoda a los vampiros es la fe depositada en estos elementos. Somos seres que hemos visto la oscuridad frente a nuestros ojos, hemos comido de ella, vivido de ella. Hemos renunciado a la vida y a la muerte. La fe manifestada en forma tan explícita corroe nuestra carne. Si santificas una vela, o una llama, le temeremos, si santificas el agua también, o cualquier cuerpo o materia. Para corromperlo nuevamente debemos empaparlo con nuestra tierra, llevarlo a la oscuridad, ensuciarlo con nuestra sangre siempre que sea de noche... Pero no siempre funciona. Le tememos al agua porque gran parte de ella ha sido bendita, pero sabemos distinguir cuál agua está bien para nosotros y cuál no. Sólo basta una pequeña prueba. Arrojamos una pequeña pizca de nuestra tierra sobre el agua, y si de esta pizca brota el humo, señal de que ha sido quemada y purificada, no tocamos el agua. Este río, estaría bien para cualquier vampiro que quiera refrescarse. Y curiosamente, los mares Pacífico y Atlántico no, ahora imagina los demás mares. Ni los demonios soportarían tanta agua". Una vez, me contó Rad, una legión de vampiros y brujos acordaron recuperar parte del terreno marítimo para poder obrar con mayor libertad. Los brujos para con sus invocaciones espirituales y demoníacas, y los vampiros para cruzar fronteras con menos temores y mayor libertad. Grandes cantidades de tierra oscura (maldita para los creyentes) iba a ser arrojada al océano cuando un grupo de templarios arremetieron con espadas empapadas de agua bendita, desde las fundas y el mango, hasta el filo. No tuvieron oportunidad, pocos sobrevivieron a la emboscada. Sin embargo, si sus armas y ropajes no hubieran estado protegidos, la historia hubiese sido otra. Rad estimaba que en la antigüedad, un solo vampiro podía vencer una horda entera, solo debía cuidar que no le cortaran la cabeza de un solo tajo, y de llevar la armadura adecuada. Dijo también que existían vampiros extraordinarios capaces de asesinar grandes ejércitos con solo extender sus sombras. Uno de ellos podía convocar decenas de miles de anímales que en su nombre podían arrasar con todos y cada uno de los soldados combatientes. "Se dice que esa clase de poder hoy en día es imposible, pero no veo razón para creer que no. Tal vez están ocultos, en la cima del mundo, gobernando desde las sombras. Siempre se ha tratado de vampiros muy poderosos y con mucha clase. En cambio, algunos preferimos ambientes más rurales" finalizó mostrándome una amplia sonrisa.
Era emocionante estar atento a cada descuido, aprovechar cada espacio de tiempo brindado por mi padre para así poder ir a verme con Rad. Y como ya lo intuía, poco a poco fue perdiendo su interés en estar al tanto de lo que hiciese, al punto de ya no tener la necesidad de estar atento a ninguna de sus llamadas, ya no hacía ninguna. De lo que en efecto no podía escapar, era de asistir a misa todos los domingos. Una experiencia incómoda y aburrida. Sin embargo, hubo un domingo que fue distinto a todos. Por primera vez veía a Ester asistir a la iglesia junto a sus padres. Llevaba su rostro libre de piercings, con un vestido blanco que caía solo un centímetro más arriba de sus rodillas, lleno de encajes y un lazo en forma de flor decorando el frente de su talle. Quedé anonadado, mirándola con un deleite obvio, sin disimular mi falta de gracia. Lo sé porque al notar mi mirada ella volteó los ojos en un ademán de disgusto. Cuando cerró la ceremonia fui tras de ella.
-Hola- Le dije. Quizás mis experiencias con Rad, con los matones, o quizás haberla visto aquella vez en junto al lago habían disipado mi timidez. Sin embargo aquella imagen del lago comenzaba a invadirme nuevamente.
-Hola. Qué quieres- Contestó con brusquedad. Por alguna razón, me era más fácil lidiar con su indiferencia que con su interés. Me sentía más seguro.
-Quiero disculparme. Te has llevado una impresión equivocada de mí. Yo...-
-¿A qué te refieres? ¿A que golpeas chicos por allí porque sí o a que te metes en problemas con matones de calle? ¿Quieres decirme que no eres peligroso y que quieres ser mi amigo? ¿En serio crees que voy a creerte después de todo?-
-Aquella vez- Con mi cabeza enterrada en el piso, reproduciendo un discurso que había quedado invalidado, pero que aun se alojaba en mi mente. Como si pudiera ignorar todos sus argumentos- Me porté como un tonto. Soy bastante tímido. No debí reírme así-
-¿Sabes qué? Eres un idiota-
-¡No soy el único idiota aquí!- Dije levantando la voz. Me hallaba enojado.
-¿Cómo me llamaste?-
-¡Sabes a lo que me refiero! ¡Crees que has sido muy cuidadosa con tus secretos, pero no es así!-
-¿Qué dices?- Replicó conmocionada. De su ojo derecho quería escapar una lágrima. Había bajado completamente la guardia, ahora yo tenía el control, pero no me gustaba del todo la idea, no sobre ella. Guardé mis manos en mis bolsillos y volví a bajar la mirada. Sus padres habían volteado la mirada hacia nosotros. Los míos me miraban expectantes.
-Lo siento. Fue un error de mi parte. Yo a veces no tengo idea de lo que digo- Procuré decirlo de tal forma de que todos allí pudieran oír. Ester se limpió la pequeña lágrima aguantada y en tono dubitativo, con voz entrecortada me contestó "Está bien". Entonces se marchó. Cuando llegué a dónde mis padres negué que hubiera pasado algo importante.
-Ella vive a dos cuadras de nuestra casa- Dijo mamá –Al principio de la calzada, del lado derecho en subida (mirando al norte)- Y allí murió su conversación...
De camino a casa pude ver a Rad siguiéndonos a cierta distancia. Ya sabía lo que esto quería decir: Necesitaba verme con respetiva urgencia, no necesitaba decirlo para poder intuirlo. Así que apenas llegué, me cambié de ropa para poder seguirlo por el bosque. Mi madre se encargaba de barrer, y mi padre estaba muy ocupado con el motor del auto. Justo cuando iba a salir me retiene.
-¿A dónde vas? ¿Por qué llevas tanta prisa?-
-Tengo que ir a verme con un amigo. Parce que es importante-
-Vaya. Un amigo... No sé qué decir, eso es muy raro en ti- resopló un largo soplido. Jugueteaba con un par de alambres en sus manos, su cara grasosa, su ropa sucia. Me miró fijamente.
-Prométeme que no te meterás en más problemas ¿entiendes? Y ya que encontraste un amigo. Procura encontrar una novia también. En serio que te hace falta ¿bien?-
-Bien- Dicho esto estreché su mano firme y tosca, después partí de allí lo más rápido que pude. Por primera vez pude reconocer sin sentirme mal aquel hombre era mi padre. Algunas cosas me hacían sentir incómodo aun, a pesar de ello notaba cómo las cosas iban cambiando poco a poco para mejor.
Me topé con mi único amigo antes de adentrarnos en el bosque. Caminaba ágil, sin producir ningún ruido, como siempre. Llevaba una enigmática mirada de excitación, noté que su sonrisa era autentica, o al menos más de lo que había sido en otras ocasiones.
-¿Qué sucede?-
-Lo sabrás cuando lleguemos. Confórmate con saber que estás a punto de renacer. La sorpresa te va a gustar, créeme-
Recorríamos un largo trayecto, y mis nervios comenzaron a fluir. Lo miraba, me preguntaba qué podía esconder detrás de tan radiante sonrisa. Sus pasos firmes y seguros, insonoros, parecían conocer el secreto de cómo pisar las hojas sin hacerlas crujir, su buzo de lana desaliñado, contrastando con su brillante y sedoso cabello. No era tan blanco como podía esperar de un vampiro, más su tono de piel era lo suficientemente llamativo como para pasarla por alto. Me sentí elevado por algún tipo de corriente en el aire, el frescor del paisaje, y los variados aromas que emanaba. A su lado me sentía seguro. Recordé un sueño en el que escapaba junto a él y nos dirigíamos sin rumbo fijo a recorrer el mundo, a conocer otros vampiros, tentando la suerte, viviendo el día a día. Poco a poco mi corazón se aceleraba ¿Qué era ese sentir? ¿Acaso así se sentía eso que llaman amistad?
Cuando por fin llegamos me sorprendió la imagen de alguien desnudo, atado de cabeza por los talones, con una cuerda amarrada a la gruesa rama de un árbol. Su boca estaba tapada con una pañoleta ajustada, le limitaba la emisión de sonidos. Otra cuerda ataba sus manos a su espalda. Se estremeció apenas me vio. Comenzó a moverse en espasmos tratando absurdamente de librarse. Emitía su voz apagada y leve haciendo uso de todas sus fuerzas, usando todo su pulmón y garganta, al punto de poder detallar las venas que bajaban por su cuello. Me acercaba temeroso, mirando a Rad quién lo hacía fresco y descomplicado. Cuando por fin estuve a ocho pasos lo reconocí. Se trataba de Orwald.
-¿Qué... significa esto?- Pregunté a Rad casi sin aliento.
-¡Sorpresa!- Exclamó en un tono alto y caricaturesco, mientras levantaba los brazos haciendo el ademán típico en los shows infantiles.
-Qué hace Orwald atado aquí- Inquirí nervioso. Creí que mi corazón latía con fuerza antes, me engañé, ahora sí lo hacía.
Orwald emitía sonidos agudos, sudaba, lloraba. No podía imaginarme cómo debía estarse sintiendo. Mi mirada pasaba de él a Rad, simultáneamente. Tenía la impresión de no poder dejar de mirarlos. Mis manos temblaban. La voz de Rad me estremecía, causándome escalofríos que parecían provenir de mis huesos.
-Este amigo mío- Contestaba al fin Rad sonriendo. Colocándose a un costado de Orwald, acariciando su cabello castaño –Es el fin de una etapa. El comienzo de otra. La verdad revelada y puesta sobre el mantel. Tenías un problema con este tipo ¿No? El tipo malo- Arrugándole la barbilla con sus dedos- ¡Lo pongo ante ti, en muestra de que no hay problema tan grande en las manos de seres como nosotros! Será nuestro regocijo el día de hoy. El primer paso, de tu nueva vida. Hoy seremos lo que el mundo no sabe apreciar, mi querido amigo ¡seremos superiores!-
<<NO ME LASTIMEN>> Chilló Orwald a través de la pañoleta.
-Toma. Como dije, has los honores-
Me había pasado una navaja. La abrí lentamente. Mis manos temblaban. La dejé caer en el suelo.
-¡¿Quieres que lo mate?!- Dejé salir mi voz, por fin clara, disgustada. Mi estómago rebullía.
-¿Qué? ¿Quieres torturarlo primero? Aunque tal vez la conversación que tuvimos antes ya lo ha dejado bastante consternado- Decía en tono irónico. ¿Creía acaso que era simpático? No. Ya lo sabía. Jugaba con mi mente, siempre lo hizo, desde el momento en que lo conocí. Probó mis límites, mis ambiciones, mi confianza, mi amistad. No pude dejar de pensar en aquella rata, confiada, obediente, caminaba hasta su perdición. Ahora sabía que aquel animal sí había presentido el peligro, pero lo había ignorado presa del encantamiento.
-Ahora dudas de mí- Siempre sonriente –Dudas después de haberte brindado mi conocimiento. Después de haberte sacado de tu rutina mediocre y de tu soledad absurda.- Se acercaba ahora hacia donde mí. No podía moverme, mis piernas habían quedado tiesas como troncos plantados. Ya no lo soportaba más, quería salir corriendo ¿Pero cómo? ¿Acaso él no podría alcanzarme en un parpadeo? Sólo podía ver un camino posible, la muerte. Puso sus manos sobre mis orejas rozándome el cabello, me miraba con sus penetrantes ojos color rojo/sangre, intensos, sangre y fuego, fuego mortal. Su nariz tocando la mía.
-Sólo quiero que recuerdes una cosa. Ese chico te humilló ¿No es verdad? ¡Barrió el piso contigo ¿No es verdad?! ¡¿Y quieres perdonarle la vida?! ¡¿Acaso eres más indigno que él?!- Gritaba frente a mi rostro. Mis lágrimas brotaban. Mi pecho iba a estallar.
-¡Míralo!- Señalándolo, Por fin apartándose de mí –¡Es menos que basura! ¿No lo notas? Su hermano, su querido hermano, sólo lo ve una vez a la semana. Sus padres no saben dónde duerme. No tiene sentido del gusto, ninguna disciplina, ni siquiera sabe pelear, cree que está bien con amontonar músculos. Y para colmo es un imbécil y un cobarde. ¿Cómo puedes pensar que él merece más que tú? ¡Con la muerte le estamos haciendo un favor!- Orwald gritaba frenéticamente, su voz ya se oía ronca. Rad se inclinó para tomar el puñal, luego lo colocó cuidadosamente en mis manos. No lo solté.
-Hoy comienza una nueva vida. Dile adiós a tu mortalidad, a tu vida mediocre y sin sentido. Vamos por más, más que la vida, más que la muerte.- Ampliando su sonrisa -¡Hazloooooooo!-
Orwald gritó más fuerte que nunca. Me abalancé contra él enterrando la hoja afilada en su vientre desnudo. Chillaba todavía, más apagado. Presioné con más fuerza, Tuve tiempo de ver sus partes íntimas colgando. Pataleaba. Yo no podía parar de pensar "por favor muérete rápido". Saqué el puñal y divisé la sangre fluyendo de su herida, la navaja empapada, mis manos, mi brazo, todo contaminado por tinta escarlata y su penetrante aroma. Tomé otro impulso y esta vez apunté al estómago. Podía oír la risa de Rad, regocijándose. Embestí de nuevo, y esta vez la sangre manó como la cascada de un acantilado. Un último sonido hueco, y ahogado salió de la pañoleta. Continué clavando el puñal hasta que los espasmos de su cuerpo por fin secaron. Orwald había muerto, lo había asesinado a sangre fría. El líquido escarlata bañaba su rostro, y acababa en la tierra húmeda. Dejé desplomar mi trasero en el suelo. Había dejado colgando una escultura de un chico desnudo ensangrentado. Pensé en las películas, el arte, los cómics. Me percaté de que estaba cansado y que a pesar de todo, la sensación no me agradaba en lo absoluto.
-Es hora- Dijo Rad colocando sus manos en mis hombros- Arrodíllate- Obedecí.
-Esta es la sangre envenenada con el mal de siglos remotos- Decía a todo pulmón levantando su antebrazo frente a mí, cómo proclamando un ceremonia sagrada.-Tú, quién has de recibirla, aceptas ser mi súbdito, mi amigo, mi guerrero leal. Debiendo así jurar lealtad ante mí ¡¿Lo juras?!-
-¡Lo juro!-
Asomaron sus Relucientes y largos colmillos afilados. Mordió su antebrazo por el cual se deslizaron dos gigantes gotas de sangre. Casi involuntariamente abría mi boca sobre la cual caerían. El gusto metálico entró en mi paladar, estremeciendo mis músculos, acelerando mi ritmo cardiaco y luego, una apacible calma.
-Ahora. Más que mi siervo, eres mi amigo. Más que mi esclavo, eres mi guerrero. La oscuridad nos bañará en las noches, donde deambularemos tan vivos como muertos. Ya puedes levantarte- Lo hice.
-Quítate esa ropa llena de sangre. Aquí tengo otra para ti-
Fue detrás de un arbusto mientras yo me desvestía. Regresó con la ropa, y sobre ella un pequeño saco de cuero, tejido a mano. Los tomé.
-Cuida este saco. En él debes colocar la tierra del suelo en dónde ocurrió tu conversión, y la del territorio donde pasaste los momentos más importantes de tu vida mortal. No puedes salir del territorio sin ella. Llévala siempre contigo, y escóndela donde nadie pueda hallarla. Si llegaras a perderla fuera de la región, te perderías a ti mismo para siempre, muy probablemente morirás.
Me vestí lo más rápido que pude. Había algo en mi pecho queriendo reventar, una impresión, un declive. Él me miraba, sonriente, siempre. Levanté la vista y me topé con la suya directa.
-Debes estar agotado- Dijo –Yo me encargaré de limpiarlo todo por aquí. No dejaré rastro alguno de lo ocurrido, lo prometo. Pero sí te pediría que te tomes un descanso. Hay algo que quiero, hagas después. Ya que vas a ser un vampiro...- Me sorprendió, pero él continuó diciendo como si me leyera la mente –Sí, aun no eres un vampiro completo. Con este método, la conversión se hace lenta, y depende del grado de empatía que tengas hacia a mí. De momento, sólo tienes las debilidades de uno, en alrededor de una semana verás una gran diferencia, pero por lo pronto puedes esperar días, a veces tres, otras dos. Hay casos en los que la conversión se da al instante, sin embargo, son casos excepcionales. Escucha bien- Continuó ahora cambiando de tono –Una vez seas uno de nosotros, tu sangre ya no circulará con la misma regularidad, ya no sentirás amor, o compasión, te librarás de esas estúpidas cargas. Pero, tampoco podrás volver a tener relaciones sexuales. La sangre será tu nuevo género sexual. Y creo que podría ser triste para ti que eso ocurra sin saber de qué te has perdido... Siendo virgen. Esta tarde nos veremos donde siempre y convenceré a esas chicas que sé que te gustan para que pierdas tu virginidad con todos los honores-
-Pero... ¿Y si ellas no quieren?
-Ya haré que quieran. Sabes que puedo hacerlo, no seas tan estúpido.
-Bien.
-Listo. Te espero después de las tres. Ya sabemos su horario.
Me despedí y me fui de allí caminando, después dando zancadas, trotando, corriendo. Corrí entre los árboles abusando de la capacidad de mis pulmones, rozando arbustos que arañaban, cortaban. Cuando llegué a la carretera, miré mi alrededor, estaba desolada. En mi pecho estaba acumulado un fuerte grito de impotencia, de culpa, dolor agudo. Lo dejé salir, permitiendo que quemara mi garganta. Mis entrañas despertaban, y todas mis fuerzas ahogadas se precipitaron en un repentino vómito. Caminé casi sin fuerza hacia mi casa.
Tiré la ropa a la basura, luego tomé una ducha, una larga. Cuando salí, las imágenes agonizantes de Orwald seguían en mi mente. Me alisté nuevamente, y me dirigí a casa de Ester. Había recordado las indicaciones de mi madre. Me quedé contemplando la casa un instante. Tenía un jardín más grande que el de la mía, lleno de plantas y flores de todo tipo. Había un pasillo que dirigía hacia la puerta, lo recorrí temeroso, y toqué el timbre. Quise rezar para mis adentros para encontrarme con ella y no con sus padres, aparte de que quisiera escucharme, pero una punzada en mi pecho me lo impidió, comprimía de dolor mi corazón, literalmente.
Cuando la puerta empezó a abrirse casi no lo pude creer, y ante mí se hallaba Ester, vestida con un suéter blanco, pantalón ajustado, unos zapatos deportivos, y el cabello amarrado en una coleta. De alguna forma enfermiza me sentí feliz de verla.
-¿Qué haces aquí?- preguntó tajante.
-Necesito hablar contigo-
-Tú no tienes nada para decirme-
-¡Es sobre algo que vi el otro día junto al lago!- Grité. Ya no tenía alternativa. Era de vida o muerte y tenía que usarlo.
Como era de esperarse se quedó paralizada en el acto. Miraba mis pies y recogía sus labios en un gesto de constipación
-Si no quieres que le diga a nadie lo que vi, déjame entrar- Reafirmé casi susurrando.
-Pasa- Dijo vencida mientras abría la puerta.
Tomé asiento sin esperar su hospitalidad, en un sillón de cuero ubicado frente a una mesita decorativa. Frente a mí habían otros dos –Necesitas sentarte para escuchar lo que tengo que decir- Ella obedeció, hasta cierto punto la situación me agradaba, pero no podía disfrutar de ello, no con Orwald...
-Aquel día te descubrí con otra chica. Sé que son amantes-
-Sí, ya me di cuenta ¿Y?
-Nada. Tienes todo el derecho, o eso creo, y quisiera guardar tu secreto sin condiciones, pero una fuerza mayor me lo impide, y es esto de lo que he venido a hablarte.
-¡¿Qué?! ¿No dirás nada? Entonces...-
-No. Claro que hablaré si no me dejas explicarte-
-Me asustas-
-Créeme, yo estoy más asustado-
-Deja los rodeos y dime-
Tomé impulso –Soy un vampiro- Ella me miró perpleja un instante, luego una sonrisa se dibujó en su rostro, y de pronto estaba riendo estridentemente.
-¿Esto es en serio? Estás loco ¿Sabes?
-Corres peligro. Yo también, pero quiero asegurarme de que tú y tu amiga estén bien. Hoy asesiné a alguien porque una persona me obligó a hacerlo y tengo mucho miedo de lo que él pueda hacerles.
Se quedó en silencio, había entornado los ojos, sus labios inexpresivos.
-¿Mataste a alguien?- Por fin habló –Debes llamar a la policía... o...-
-Lo haré, pero debo saber que estarás segura
-¿Cómo sé que no vas a matarme a mí? ¡Por Dios estás delirando! ¡En serio crees que eres un vampiro! ¡Vete!- Sus manos temblaba, su voz ahora era temblorosa. Sentí pena al verla en ese estado. Intenté calmarla, pero sus manos me apartaban. Tomé el aire necesario.
-¡Escucha, puedo probarlo!- Dije levantando la voz. Ella se calmó un poco. –Necesito algo que haya sido bendecido o rociado con agua bendita- Continué con calma. Estaba notando cómo empezaba a adoptar algunas actitudes de Rad. De momento, sólo eran las más insignificantes, pero me preocupaba pensar si era debido a su enseñanza o a la empatía de la que había hablado hacía un momento. En tal caso, me acercaba cada vez más a ser un vampiro completo.
-Esa cruz- Dijo Ester titubeando. Levanté la mirada, y me sentí estúpido por no darme cuenta antes de que allí se encontraba. Después de todo, no era del todo un vampiro. Pero el notarla trajo a mí una sensación desagradable. Comencé a acercarme mientras me invadía un cosquilleo, una inquietud, en mis manos, en mis pies, oprimía mi pecho.
-Oye... esta mañana te vi en la iglesia ¿Cómo...?-
-Fue después de... - Mi voz en un grito suplantó mi respuesta. Humo. Piel quemada. Me aparté de la cruz con las manos enrojecidas mientras sentía como palpitaban. Se las mostré Ester, quién las veía abriendo enorme la boca en una actitud de sorpresa. La miré esperando una respuesta concisa, pero al cabo de unos segundos su silencio me pareció suficiente.
-¿Lo ves?- Dije para reafirmar mi punto.
-Claro que lo veo- Dijo por fin. –Cuesta creerlo.-
-Es verdad- Dije tomando asiento. Intentaba tocarme las manos, pero una vejiga carnosa ardía en mi palma.
-¿Qué harás? Tienes que llamar a la policía-
-Sí, lo haré, pero no ahora. Tengo que decirles a mis padres en primer lugar, de lo contrario no lo entenderán y podrían enloquecer-
-Y... La policía no te creerá... Tus padres tampoco...- El silencio hizo presencia un momento.
-Tal vez mis padres me crean si les muestro lo que te acabo de enseñar. Y la policía... Bueno, eso lo pensaré después.-
-Cierto-
-Bien, ahora lo importante. Debes prometer, que no frecuentarás más ese lago, y tampoco saldrás de tu casa hasta que esto termine, no sin protección ¿De acuerdo?-
-Sí. Lo que no entiendo, es por qué te preocupas tanto por mí- Al escucharla algo dentro de mí volvió a saltar. Evadí su mirada directa, y me di cuenta que lo había hecho demasiado tarde. Mis manos sudaban, todo yo lo hacía. Tuve el impulso de mentir, pero ya había sido muy honesto hasta entonces, y en esa misma dinámica, parecía un delito darle una mentira.
-Es que tú me gustas. No, no es sólo eso- La miré para ver sus ojos completamente abiertos, su pequeña boca dibujaba un círculo –Yo estoy obsesionado contigo. Eres la única chica que veo de este modo-
-Creo... Creo que entiendo, y... Eso explica muchas cosas-
-Sí... Espera...- Me invadió una nueva urgencia repentina -Aún no te he enseñado a protegerte de un vampiro-
Estuve en casa de Ester el tiempo suficiente para que pudiera aprender lo básico: No entrará si no lo invitas a pasar, el agua bendita o cualquier otra objeto que ha sido bendito los quema, no mueren salvo que cortes su cabeza o atravieses su corazón, el ajo impide que huelan, y los aromas fuertes los distancia siempre y cuando el objeto que los desprende sea bendito. En un momento la miré a los ojos fijamente, juro que quise besarla, pero me contuve, habían cosas más urgentes en las que debía pensar. No sé decir si ella se dio cuenta, no mostró ninguna incomodidad, tampoco parecía tentada a pasar a nada más conmigo. Entonces me despedí. Había una mirada melancólica en su rostro, casi podía ver lo afligida que se hallaba en medio de toda esta situación. Cuando salía me gritó desde la puerta que tenía que cuidarme, a lo cual asentí. Supe, que de no haber sido yo tan duro con todo lo que me rodeaba, ella sería una gran amiga, mas no sabría si algo más. Debo admitir que aun cuando tuve siempre presente la situación en la que me hallaba, me aliviaba pensar que mis padres no tenían ningún interés en salir de casa ese día, y por ende Rad estaría limitado a no poder hacerles daño. Por mi parte, sentía ciertos tirones dentro de mí, como si dentro de mi cuerpo, se escondiera otro yo, pero flotante en un oscuro abismo. Un escalofrío pasaba por mi nuca, me sentía pesado, extraño.
Cuando vi la casa a lo lejos, ese hermoso recinto el cual mis padres y yo habíamos compartido, supe que algo no andaba bien. Era una tonalidad en la atmósfera, algo disonante, un motor de auto abandonado en el jardín, un grillo que no cantaba, que solo entonces me di cuenta que extrañaba. En mi mano derecha llevaba una bolsa de plástico, dentro de la cual, había guardado el crucifijo que se hallaba en casa de Ester. Me lo había obsequiado como protección, pese a que su contacto directo me produjese quemaduras. Me acerqué, toqué la puerta. Nada. Unas dos o tres veces más. Nada. La abrí para darme cuenta de que los seguros no estaban puestos. Una fuerte briza la arrebató de mis manos, azotandola con la pared, dejándome ver el interior. un frío interior, helado como el viento que golpeó mis mejillas y atravesó mi pecho. Entré con pasos torpes y lentos, las piernas me pasaban, me pesaba algo más, una posibilidad que odiaba imaginar.
Mi cuarto estaba rodeado por un manto oscuro, más que el habitual. Hice un esfuerzo por ver más allá de la oscuridad, pero era inútil...
Maldita sea. no, por favor no. No podía dejar de pensar. Ello solo podía ser un mal sueño, debía serlo.
De pronto un susurro. Uno lejano. Como de un mundo exterior <Hazme pasar. Dime que entre, que ésta también es mi casa. Será excitante, divertido. Te prometo... Que a cambio... Te daré vida... Piensa... Mi vida y la tuya, juntas, en una sola...> Entonces dormí. Y entre sueños dije -Pasa. Esta tamb ién es tu casa.
MALDITA SEA. POR DIOS, POR EL DIABLO, POR LA SANTA INQUISICIÓN. POR LAS BRUJAS Y LOS VAMPIROS QUEMADOS. POR LOS QUE NO LO ERAN. POR LOS QUE NUNCA LO FUERON. NO POR FAVOR, NO, NO, NO, NO, NO.
Mi cuerpo ardía. Las palabras Dios y santa me habían provocado una terrible jaqueca, como un disparo, uno que se repetía y seguía punzando. Atravesaba la sala, lentamente. Nunca había temblado tanto, nunca mi estómago había ardido tanto. Dentro de mí, agua, agua turbulenta, agitando a ese yo que se estaba formando, lo violentaba, lo sacudía. No, no era agua, era sangre. Seguía caminando. Mirada al frente. Un sofá, alguien sentado, cabellos de mujer, mi madre recostada, durmiendo, blanca, por favor que esté durmiendo. La toco, y una gélida sensación me debilita, las náuseas se precipitan de la nada, justo cuando creí no poder vomitar más ese día. Mi mente me traiciona, no la domino, se va a momentos felices, cuando me cargaba de chico, con la primera citación del colegio, con esa estrella, ese dibujo en la nevera que después odié, y ahora... Grito, lloro, me derrumbo. La cruz y la bolsa hacen un estruendoso ruido al caer. Vomito. Ya no quiero seguir... Pero tengo qué. Debo hallar a mi padre, verlo una vez más, aunque también esté muerto.
Así era. Lo había hallado en medio de la puerta que conducía al garage, atravesado, como, como un enorme muñeco hiperrealista. Terriblemente blanco, dos orificios diminutos en su cuello. Tenía la boca abierta y su expresión en el rostro catatónica recordaba a la de una caricatura. Era una expresión de terror y eso estaba lejos de ser gracioso. Mis lágrimas fluían descontroladas, habían empapado el cuello de mi sueter. Aún debía hallar a alguien más, sabía que el responsable debía seguir allí, en mi casa, esperándome. Ya no quería nada más en la vida que no fuera darle caza.

1 comentario:

  1. Terminé con esta segunda parte. Comento que me agradan este tipo de relatos sobre vampiros. Gracias!

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