sábado, 23 de abril de 2016

Música: Ludwig van Beethoven y Johann Wolfgang von Goethe, admiración e incomprensión

Por:  Silvia Villarespe


Ludwig van Beethoven y Johann Wolfgang Goethe (grabados del siglo XIX)

Era el verano del año de 1812, en la ciudad de Teplitz, una sonriente población de aguas termales que hoy se encuentra en el territorio de Bohemia. En aquellos lares, muchos visitantes caminaban durante las tardes soleadas y diversos bañistas disfrutaban de los ríos, que les aportaban serenidad. Solía pasear por ahí un personaje extraño, con las manos siempre hacia atrás, que meditaba, que a veces hablaba, y otras se detenía presuroso y preocupado por la idea que se le iba de la cabeza. De su bolsillo, dos grandes lápices sobresalían. Su levita café, su cabello enmarañado. Era un hombre misterioso, llamativo, y pocos sabían de quién se trataba: el genio incomprendido.
 
Goethe y Beethoven en Teplitz (por A. Karpellus)
Ludwig van Beethoven admiraba a Johann Wolfgang von Goethe desde su juventud en Bonn. Fue en los círculos de lecturas que sostenía con logias masonas y familias de abolengo de su ciudad natal donde se adentró en la obra de Goethe: sin duda con Werther, o Goetz von Berlichingen, y tal vez la primera parte de Fausto, pero fue su poesía la que ocasionaba en él un torbellino de sentimientos. Sólo por amor a esas poesías, la indiscreción, la insinuación, la musicalidad de las palabras, la profundidad de éstas, la armonía de los sentimientos que nos hablan de lo lejano y a la vez de lo que yace en el fondo del ser. Desde 1810 y hasta 1811, Beethoven compuso algunos lieder (canciones) con versos del poeta: Erlköning, Mar en calma y un feliz viaje, La bella zapatera, A la esperanza, Anhelo, entre otras.

Caminando el genio, recibe una carta que le anima, le sobresalta. En su rostro se dibuja un gesto de indescriptible alegría y emoción. Era de quien había de concertar la cita, una joven chica llamada Bettina Brentano, aquella hija adoptiva de Goethe, quien estaba logrando lo que a muchos les parecería uno de los días más sublimes para la música y la literatura alemana.
 
El incidente en Teplitz (Tully Potter Collection)
Pero Beethoven era un espíritu apasionado, libre e impetuoso. Goethe había dejado de ser Werther, adoptando empleos burócratas, convirtiéndose en un celoso y riguroso investigador de las ciencias botánicas, experimentando un profundo cambio en su vida sentimental y profesional después del viaje a Italia 15 años atrás. La idea de lo sublime le parecía ahora poco menos que enfermedad; lo nuevo dentro del arte no era más para él que una locura, por lo que sus convicciones se construían de una idea de armonía y belleza equilibrada; simplemente, el refinamiento de un diplomático. Eran caracteres demasiado opuestos para que pudiera nacer entre ellos una verdadera amistad. Beethoven tenía 42, Goethe 62.

El día del encuentro, Beethoven y Goethe caminaban juntos por la calle. La gente los saludaba continuamente, haciéndoles igualmente inclinaciones. Goethe manifestó su fastidio ante el saludo de tanta gente, pero Beethoven, con una risa inocente en los labios, dijo: “no os preocupéis, excelencia, quizá esas reverencias sean únicamente para mí”. Goethe lo miró de forma inusual, nunca acostumbrado a palabras como ésas, quedándose callado. De repente, sintió el fuerte brazo de Beethoven tomando el suyo. Se acercaba la carroza imperial; la familia también estaba de paseo por aquellos lugares. El compositor le dijo al poeta: “continúe asido a mi brazo, son ellos los que nos deben dejar pasar, no nosotros”. Goethe se apartó de Beethoven, se descubrió e hizo la inclinación acostumbrada. En cambio Beethoven caminó en la forma habitual, se hundió el sombrero hasta las orejas, y miró enfurruñado al suelo. No obstante esta actitud, la emperatriz lo saludó primero y el archiduque se llevó la mano al sombrero. Cuando hubieron pasado, Beethoven se volvió hacia Goethe y le dijo con cierta complacencia: “os he esperado, porque os honro y os estimo como merecéis, pero creo que les habéis hecho demasiados honores, esa gente me conoce, el archiduque es mi pupilo, es constante pero le falta talento, es simple como esos individuos entablando una discusión sobre los emperadores”.

Monumento a Goethe en Berlín (Fritz Schaper, 1880)
Más tarde Beethoven, con la voz en alto, le afirmaba: “cuando alguien como yo y usted se encuentran juntos, esos señores deben sentir nuestra grandeza”. Goethe, un hombre de mundo, lo miró sorprendido, con la boca abierta y los ojos desorbitados. No pronunció palabra. Beethoven continuó caminando con una sonrisa en los labios. 

Después, el músico tocó para Goethe, éste parecía profundamente emocionado, y Beethoven, con júbilo, le gritó: “maestro, no esperaba esto de usted, hace muchos años di un concierto en Berlín, lo hice lo mejor que pude y creí haber conseguido algo bueno, aunque sea un poco de éxito, era algo demasiado fuerte para mí, no comprendía nada, el misterio se aclaró: todo el público berlinés era delicadamente cultivado, estaban emocionados hasta las lágrimas y habían empapado sus pañuelos para demostrarme su agradecimiento. Pero esto le resultó indiferente a un grosero entusiasta como yo; vi que había tenido un auditorio romántico, pero en absoluto artístico. Pero de usted Goethe, no podría soportar esto, cuando vuestros poemas han penetrado en mi cerebro han producido música y me he sentido tan orgulloso de elevarme tan alto como vos, si vos no me reconocéis, entonces ¿quién lo hará? ¿De qué montón de miserables, tendré que hacerme comprender?”. El poeta, tiempo después, pronunció estas palabras: “Su talento me sorprende, es un rebelde indomable, y nada tiene de raro que el mundo le parezca detestable. Su carácter no le hace agradable para sí mismo ni para los demás. Pero todo esto tiene una razón que le hace digno de algo de compasión, ya que el oído le abandona, tal vez el mal sea menos dañino para su ser musical que para sus relaciones con la sociedad. Él, taciturno, por naturaleza, lo es más ahora por su enfermedad”.

Monumento a Beethoven en Bonn, Alemania
Nunca mencionó Goethe a Beethoven en sus obras. Temía que la impetuosa música de Beethoven perturbara la serenidad de su espíritu, que había conquistado después de tantas renuncias. Mendelsohn, que visitó a Goethe en Weimar en 1830, contaba que el poeta no toleraba que le hablaran de Beethoven. Sin embargo, una vez aceptó escuchar la primera parte de la 5a sinfonía. El dramático comienzo lo sacudió visiblemente, pero no dejó traslucir su perturbación y comentó: “con esa música grandiosa e insensata, la sala parece derrumbarse". Tras escuchar el comienzo de la 5a regresó a casa pálido y tembloroso. Nunca volvió a escuchar la música de Beethoven.

Beethoven dejó al mundo el más grande de los homenajes a Goethe: la música incidental del drama Egmont y diversos lieder u obras musicales, donde el profundo entendimiento de las palabras del poeta se expresaban en una conversión musical majestuosa; el maestro podía oír y ver mucho más allá de las cosas y de la esencia misma. Beethoven contaba el incidente en Teplitz, tan divertido como un niño, hablando a la vez de su decepción del comportamiento de Goethe, pero divertido por haberlo hecho rabiar.

Sin embargo, al final, Beethoven seguirá elogiando a Goethe; con el tiempo logrará reconciliarse con el genio de las letras. Al final de sus días, lo seguirá venerando como al más grande representante de la literatura alemana.
 

Goethe y Beethoven, en aquel famoso encuentro en la ciudad de Teplitz en el año de 1812.
 
Estampilla postal que recuerda el 150 aniversario del "Encuentro en Teplitz"


BIBLIOGRAFÍA:
Rolland, Romain, Goethe-Beethoven, Barcelona, Ediciones Orbis, s.a.

3 comentarios:

  1. qué tiene que ver esto con la Música? esto parece más una nota de ventaneando haha

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    1. ¿No sé si sabías que Beethoven era músico?

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  2. Qué excelente artículo. Retrata de manera muy viva lo que debió haber sido ese encuentro. Si mal no estoy, Beethoven escribiría 'Egmont' tras el mismo. Una felicitación a la autora!

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