El juego de Bufón y Arlequín según el Carnaval de Venecia |
Según afirma una muy antigua leyenda popular china, hace unos cuatro mil años un bufón llamado Yusze, servía en la corte del Primer Emperador Qin Shi Huang. La fascinación que causaba dicho personaje era tal, que desde esa época de la historia le sería otorgado un privilegio único: el poderse burlar del Emperador, y opinar e influir en sus decisiones, aunque dicho beneficio debía Yusze ejercerlo con cautela, pues de sobrepasarse o equivocarse, podía pagar el atrevimiento con su propia vida.
Se sabe que Qin Shi Huang proyectó la construcción de la Gran Muralla con un saldo de casi dos millones de muertos. El Emperador, no contento con esto, tuvo la idea de pintarla, con lo cual todo el pueblo se estremeció; pero sólo el bufón fue capaz de sugerirle, tal vez medio en broma medio en serio, que no lo hiciera, y el mandatario terminó por ceder, ahorrándose con ello muchos años de trabajo y más muertes.
En otras partes de oriente aparecieron los Lubyet (u "hombres frívolos"), que caminaban y tropezaban llevando parasoles, y haciendo una pésima imitación de los miembros de la realeza. En Malasia, concretamente, surgen los p'rang, bufones que llevaban máscaras hechas de carrillo, colores intensos sobre las cejas, y enormes turbantes hechos con telas brillantes y exóticas. El p'rang tenía la función de amenizar las comidas de altos dignatarios valiéndose de su ingenio y extravagancia en el vestir, siendo entonces el auténtico antecedente del payaso occidental.
Un siglo antes de nuestra era, en Grecia, los payasos irrumpen en los intermedios de las obras teatrales parodiando los discursos de altos tribunos, o bien, presentando una versión cómica de la obra en cuestión, en lo que propiamente podría ser denominado el antecedente de la farsa en tanto género literario clásico. Al respecto, Homero nos habla del bufón Tersites, que pintado de la cara y peluca divertía a los guerreros griegos en las retaguardias de las áreas de combate.
Con el advenimiento del Imperio Romano, surgieron las atelanas; que eran improvisaciones satíricas y populares que mezclaban todo tipo de bromas y chascarrillos, tanto en prosa como en verso, según el ingenio y atrevimiento del actor que la representara. En ellas se utilizaban máscaras, que siempre eran las mismas, y que recibían los nombres de Dossennus, Maccus, Bucco, Manducus y Pappus. La participación en las mismas no estaba exenta de riesgos, pues al constituir su tema principal la sátira, los payasos atacaban y ridiculizaban a los poderosos, lo que podía acarrear muy serias consecuencias. Según cuenta Suetonio en sus crónicas, Calígula hizo quemar vivo a un actor, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, por ridiculizarlo en una farsa atelana. Por su parte, Virgilio relata las fiestas del Ager, en las que personajes enmascarados o maquillados, vestidos con ropajes holgados y gorros de colores, improvisaban diálogos humorísticos y representaban costumbres populares.
De entre los payasos romanos se hicieron famosos: Cicirro, que usaba una máscara con cresta de gallo y actuaba como tal, cacaraqueando y batiendo brazos a guisa de alas; Estúpido, que se presentaba con un traje de parches, gorro puntiagudo, e imitando a un deficiente mental para burlarse de los poderosos;
y Filemón, querido por todo el pueblo, y famoso por la siguiente anécdota: el Emperador obligaba a los cristianos a hacer sacrificios a los dioses y, si el cristiano se negaba, era sentenciado a muerte. Un cristiano pagó a Filemón para que fuera a un templo romano y ofreciera sacrificio en su nombre. Sin embargo, el payaso finalmente se negó a hacerlo porque él también profesaba esa fe. Con pesar de todo el pueblo, fue ejecutado y hoy, por su inquebrantable fe y valentía, es reconocido como santo: San Filemón.
El payaso en la antiguedad: Lubyets y P'rangs |
En otras partes de oriente aparecieron los Lubyet (u "hombres frívolos"), que caminaban y tropezaban llevando parasoles, y haciendo una pésima imitación de los miembros de la realeza. En Malasia, concretamente, surgen los p'rang, bufones que llevaban máscaras hechas de carrillo, colores intensos sobre las cejas, y enormes turbantes hechos con telas brillantes y exóticas. El p'rang tenía la función de amenizar las comidas de altos dignatarios valiéndose de su ingenio y extravagancia en el vestir, siendo entonces el auténtico antecedente del payaso occidental.
Un siglo antes de nuestra era, en Grecia, los payasos irrumpen en los intermedios de las obras teatrales parodiando los discursos de altos tribunos, o bien, presentando una versión cómica de la obra en cuestión, en lo que propiamente podría ser denominado el antecedente de la farsa en tanto género literario clásico. Al respecto, Homero nos habla del bufón Tersites, que pintado de la cara y peluca divertía a los guerreros griegos en las retaguardias de las áreas de combate.
Grabado medieval que representa al payaso griego |
Con el advenimiento del Imperio Romano, surgieron las atelanas; que eran improvisaciones satíricas y populares que mezclaban todo tipo de bromas y chascarrillos, tanto en prosa como en verso, según el ingenio y atrevimiento del actor que la representara. En ellas se utilizaban máscaras, que siempre eran las mismas, y que recibían los nombres de Dossennus, Maccus, Bucco, Manducus y Pappus. La participación en las mismas no estaba exenta de riesgos, pues al constituir su tema principal la sátira, los payasos atacaban y ridiculizaban a los poderosos, lo que podía acarrear muy serias consecuencias. Según cuenta Suetonio en sus crónicas, Calígula hizo quemar vivo a un actor, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, por ridiculizarlo en una farsa atelana. Por su parte, Virgilio relata las fiestas del Ager, en las que personajes enmascarados o maquillados, vestidos con ropajes holgados y gorros de colores, improvisaban diálogos humorísticos y representaban costumbres populares.
De entre los payasos romanos se hicieron famosos: Cicirro, que usaba una máscara con cresta de gallo y actuaba como tal, cacaraqueando y batiendo brazos a guisa de alas; Estúpido, que se presentaba con un traje de parches, gorro puntiagudo, e imitando a un deficiente mental para burlarse de los poderosos;
San Filemón acogiendo a San Onésimo. Biblia Historiada s. XIV. |
Cuando el Emperador Constantino el Grande, se convierte al cristianismo, desaparecen los teatros y, con ellos, las famosas atelanas que también se interpretaban en calles y plazas romanas. Los payasos, entonces, se ven obligados a errar por las plazas y mercados de los diferentes países europeos, ganándose el sustento con la limosna de la gente. Llegado el siglo V, con la instauración de festividades populares como carnavales y aniversarios de los santos patronos de las aldeas, surge asimismo la "feria"; evento de carácter profano en donde la gente del pueblo acudía para beber grandes cantidades de vino, participar en juegos picarescos, y mirar espectáculos, muchos de ellos de carácter circense, ofrecidos en las carpas.
En estos últimos, hace su aparición un personaje que debía mantener a distancia a un público que, dispuesto en círculo, observaba los distintos espectáculos. Entonces se paseaba entre los asistentes, declamaba trovas chuscas y golpeaba con un globo a todo aquel que traspasara el imaginario círculo. Sin embargo, dicho personaje no era el payaso-mimo tradicional que parodiaba obras teatrales ni las actitudes de los poderosos. Por el contrario, era un actor que, haciendo gala de una vestimenta gastada y a veces rota, su gracia verbal, y ocurrencias burlona y sutilmente agresivas, utilizaba a los mismos asistentes a los espectáculos para divertir a los demás. Nace entonces un nuevo personaje, que al separarse formalmente del bufón, se convierte en cómico de ocasión, el que hasta nuestros días es posible hallar en las carpas modernas.
Hacia la Edad Media, en las cortes reales, reaparecen los bufones tipo p'rang. Generalmente usaban crestas, al igual que Cicirro, o gorros con orejas y
cascabeles. Su comportamiento era el de una persona errática y despistada, aunque en realidad eran todo lo contrario y, con mucha astucia, ejecutaban papeles de socarrones. Lucían además vestidos coloridos y brillantes, y portaban una especie de bastones con empuñaduras talladas con cabezas adornadas con gorros de tres picos llamados "marrotes". Aunque su papel estaba por lo general destinado al entretenimiento de invitados políticos (es decir, que no tenían linaje real), existe evidencia de que algunos gozaban de trato familiar por parte de sus amos. Así, por ejemplo, Triboulet, bufón del rey francés Francisco I, era continuamente llevado a las campañas
militares. Sin embargo, el ruido de los cañones le asustaba tanto que hasta se escondía debajo de lo primero que encontrase.
Se cuenta que en una ocasión fue
amenazado de muerte y, al poner en aviso al Rey, éste le respondió que
no se preocupara, que si aquel hombre se atrevía a matarlo sería
asesinado media hora después. Entonces Triboulet, mirando preocupado al
rey, respondió: "¿No podrás hacerlo ejecutar media hora antes?". En otra anécdota, mientras que el Rey Carlos I y su esposa Enriqueta María se hallaban comiendo con el Duque de Buckinham y se disponían a cortar un enorme pastel, Hudson, bufón de la corte de Inglaterra, salió del mismo dando alegres saltos y cantando sus parabienes por el nacimiento del noble. Cuando el Duque le hizo notar que no era su cumpleaños, Hudson replicó: "si Su Majestad el Rey quiere que el día de hoy sea vuestro aniversario, entonces lo será".
Llegado el Renacimiento, se hace célebre en Italia un nuevos estilo teatral inspirado en la atelana romana: la Comedia del Arte. Un tipo de teatro popular nacido a mediados del siglo XVI y conservado hasta comienzos del siglo XIX. Como género, mezclaba elementos del teatro literario del Renacimiento italiano con tradiciones carnavalescas propias del principado de Venecia (máscaras y vestuario), recursos mímicos y pequeñas habilidades acrobáticas. Los argumentos más típicos, tramas muy sencillas, suelen
relatar las aventuras y vicisitudes de parejas de enamorados (por
ejemplo Florindo e Isabella) ante la oposición familiar (Pantaleone o Il Dottore) en donde una constante era la aparición de algún personaje despreocupado y cínico que tenía a su cargo las intrigas y acrobacias. Eran los «zanni» (o criados), que encarnaban personajes prototípicos, que siempre eran los mismos y que sólo variaban sus argumentos, generalmente construidos por parlamentos inventados sobre la marcha de acuerdo con su carácter.
Con el devenir del tiempo, el uso de un atuendo o disfraz permanente haría que los zanni fueran identificados por el público con suma facilidad: Arlequín, quien generalmente se mete en divertidos líos por pretender a Colombina, lleva disfraz de parches en forma de rombos y, algunas
veces, un antifaz o un tricornio en la cabeza; Brighella, su rival en amores, invariablemente va vestido de
blanco y verde, luciendo una máscara de ojos
rasgados y sonrisa astuta; y Polichinela (cuyo nombre proviene de Paolo Chinelli,
uno de los primeros representantes de la farsa del siglo XVI), el malvado en todas las tramas y que siempre trata de apalear a Arlequín, viste de blanco y con gorro puntiagudo.
A finales del siglo XVII aparecerá en Francia el equivalente de Arlequín: el Pierrot. Un personaje triste y de cara blanca, romántico y enamorado de la luna, una luna solitaria, porque su amada, también llamada Colombina, ha desaparecido para siempre de la escena. Un peculiar bufón al que el mimo Jean-Gaspard Deburau dio el carácter y la apariencia que le harían universal, y cuya influencia marcará de manera decisiva la conformación del payaso moderno.
¿Qué hacía "especial" al Pierrot francés?
Formalmente, se considera a Joseph Grimaldi como el primer payaso de la historia y uno de los más famosos de la Inglaterra del siglo XIX. Sus actuaciones hicieron a su personaje el protagonista central en las harlequinadas británicas, y tan célebre que el gran Charles Dickens escribió su biografía en su obra Memoirs of Joseph Grimaldi. Nacido en 1778 -nos dice Dickens-, comenzó a actuar desde los dos años y fue mimo, cómico y volantinero. Sin embargo, su mayor triunfo sucedería en 1806 con su puesta en escena de la pantomima "Arlequín y mamá gansa", en donde el personaje principal no era otra cosa que una réplica del Pierrot de la Comedia del Arte y que, al igual que el personaje de Deburau, llevaba el rostro blanco, el semblante triste y acompañaba sus actuaciones con música de piano de compositores románticos cada vez que añoraba a su amada Colombina.
Además, también era frecuente que sus actuaciones fueran enmarcadas por escenografías diseñadas por grandes artistas plásticos de la época -como Alfred Leyman y Arthur Hughes- y pensadas para destacar la figura del bufón. Es decir, lo que realmente diferenció al Pierrot francés de todos los demás payasos es que en torno a un personaje aparentemente cómico se unificaron música, tragedia, sarcasmo y arte, sacándolo del rol de "actor de reparto" y convirtiéndolo ahora en el centro de la escena.
Prosiguiendo ahora con Grimaldi, los críticos de arte coinciden en señalar que también fue precursor de los Clown y de los Augustos. En una pantomima, al célebre actor se le ocurrió enfrentar mediante la bufonería a pobres inteligentes y ricos tontos: los Clown, que vestían a la usanza campesina, generalmente de manera recatada, con traje de lentejuelas, la cara maquillada de blanco y cejas circunflejas, astutos, dotados de un humor reaccionario, crítico pero disfrazado de conservador; y a los Augustos, ataviados con disfraces extravagantes y coloridos que nunca dan a su medida, siendo muy grandes o extremadamente estrechos, calzando unas zapatillas enormes, y una vistosa y redonda nariz roja. Además, eran mordaces y rebeldes, pero a la vez ingenuos.
En la pantomima, hacían papeles de tontos, se caracterizaban por su torpeza y recibían golpes por parte de los clown. Claro está
que esa ingenuidad, esa estupidez del augusto, estuvo premeditada,
estudiada y debidamente planeada para hacer la contraparte del
clown, ese payaso inteligente y de apariencia un poco solemne
que hacía frente a la opulenta extravagancia de su errático compañero de
escena. Es precisamente Grimaldi el protagonista de una de las más famosas anécdotas sobre payasos: Dickens cuenta que "Joy", como era conocido por los ingleses, en realidad no era
un hombre muy feliz; así que, cierto día, un hombre deprimido y triste
fue a ver al médico. El galeno lo encontró bien, aunque aquejado de una profunda depresión, por lo que le dijo que necesitaba algo que lo alegrara, tal vez acudir al espectáculo de Grimaldi, quien lo haría reír. El
paciente tímidamente respondió: "pero, doctor... yo soy Grimaldi".
Hacia 1826 esta modalidad de diálogo entre el clown y el augusto se populariza y toma fuerza. Más tarde, a finales de esa centuria, cuando se forman los tríos, aparece
el Trombo o Contraugusto, bufón que en escena tiene la misión de
salir a desbaratar el trabajo
realizado por los clown y los augustos, siendo entonces una especie de personaje barbárico, crítica de la sociedad de su época, cuya función era despedazar lo conseguido por la Comedia del Arte.
En una escena prototípica montada por el payaso francés Antonet, el clown llora porque no encuentra a su amada por ningún lado. El augusto, esta vez ataviado con pipa, guantes y bombín, se apiada de él y hace hasta lo imposible por entretenerlo, al grado que graciosamente se lastima haciendo algunos actos acrobáticos. Hacia la mitad de la pantomima aparece Golfo, quien burlándose de la tragedia de Antonet, echa a perder premeditadamente los actos de Grock, el augusto. Al final, Golfo desbarata a patadas la escenografía hecha de papel y prácticamente termina con el escenario: "es el triunfo de la anticultura, reflejo de una sociedad cuya tecnología privilegia la deshumanización y la levedad del hombre en pos del capital que asegura a unos pocos la producción de muchos", según palabras de Antonet.
Llegado el siglo XX, el payaso agrega a sus haberes otros talentos. Se atribuye a John y William Grice la institucionalización de la música en sus presentaciones, a tal grado que se hizo característico que, durante su actuar, los bufones tenían que reproducir melodías conocidas mediante cualquier medio: botellas, láminas formadas a semejanza de una marimba, e incluso vasos llenados con agua en distintos niveles.
Nablett, de nacionalidad francesa, popularizó el género del transformismo y la fonomímica, consistente en la imitación en facha y voz de personajes de actualidad. Dan Rice, uno de los más famosos payasos norteamericanos, incorporó actos de animales amaestrados durante la presentación de su espectáculo, pues bailaba y cantaba mientras su cerdo amaestrado hacia gracias. También los Duroff, de Rusia, tenían un cerdo llamado Chuska que fue entrenado para lanzarse en paracaídas, con un globo amarrado a cuestas.
En España, los hermanos Díaz se caracterizaron por introducir el surrealismo dentro del mundo del bufón: en una escena presentaron un número en el que el clown golpeaba un muñeco; luego el augusto hacia lo propio hasta destrozarlo y se ponía las vestiduras del muñeco. Entonces el clown lo golpeaba, y al final, al darse cuenta de que era el augusto vestido de muñeco, le quitaba amablemente el disfráz como demostrando al público que el maltratado había sido el muñeco, pero no el augusto, quien aparecía impecable e ileso. También se hicieron célebres los augustos Rico y Alex, cuya especialidad consistía en ridiculizar las acrobacias de los expertos y por ello fueron invitados para actuar frente a Víctor Manuel, Rey de Italia.
En cuanto a mujeres, podemos mencionar que el primer payaso femenino que registra la historia fue Elizabeth Silvestre, quien en 1835 trabajó en el circo Franque en Inglaterra. Miss LouLou, francesa de origen, introdujo la versión femenina del Pierrot; esto es, una mimo que buscaba incesantemente a su amado, levantando hasta las piedras para encontrarlo.
Al casarse con el también payaso Attof, formaron una pareja célebre por interpretar obras románticas clásicas de manera satírica.
En la actualidad, el personaje del payaso ha sumado otro talento por demás interesante: el de comunicador social. Es de sobra conocido que en México, el actor y crítico político Víctor Trujillo caracteriza a Brozo: un clown que conduce un noticiero, analiza bufonescamente temas de actualidad y entrevista sarcásticamente a altos funcionarios de la vida política del país. De alguna manera es un payaso distinto en tanto que ha salido de las carpas y circos para integrarse a los medios electrónicos. La facilidad para improvisar comentarios jocosos, el hacer música cantando desafinadamente o pegando una mesa, la sagacidad y la perspicacia política, no están ausentes en Brozo, lo cual -a juicio de muchos- regresa al payaso a su cuna: las atelanas latinas... aunque en versión televisiva.
Pero más allá de juicios de valor ético-políticos,
Brozo tal vez represente una excepción en el panorama del bufón actual. Hoy en día, hemos olvidado que el payaso (sea clown, augusto o trombo) es testigo de una historia que tiene que ver con aquello que distingue al hombre de los demás animales: el arte. Que aquella aparente idiotez iba cargada con humor mordaz y crítico. La indiferencia de nuestra civilización ha reducido a un auténtico artista a un personaje que se maquilla ridículamente y viste ropa estrafalaria, que hace gracejadas y que las calles más la limosna de la gente son suficientes para vivir.
Probable facha del payaso en el siglo V (por Ari Landvatter) |
Imágen del payaso o bufón medieval según Michel Ghelderode |
Bufones medievales según Barquë |
Máscara de un zanni de la Comedia del Arte |
Arlequín callejero del Festival de Venecia |
Polichinela del Carnaval de Venecia |
¿Qué hacía "especial" al Pierrot francés?
Pierrot de la Comedia del Arte (por Shia) |
Colombina de la Comedia del Arte |
Prosiguiendo ahora con Grimaldi, los críticos de arte coinciden en señalar que también fue precursor de los Clown y de los Augustos. En una pantomima, al célebre actor se le ocurrió enfrentar mediante la bufonería a pobres inteligentes y ricos tontos: los Clown, que vestían a la usanza campesina, generalmente de manera recatada, con traje de lentejuelas, la cara maquillada de blanco y cejas circunflejas, astutos, dotados de un humor reaccionario, crítico pero disfrazado de conservador; y a los Augustos, ataviados con disfraces extravagantes y coloridos que nunca dan a su medida, siendo muy grandes o extremadamente estrechos, calzando unas zapatillas enormes, y una vistosa y redonda nariz roja. Además, eran mordaces y rebeldes, pero a la vez ingenuos.
Joseph Grimaldi según una ilustración del siglo XIX |
Augusto y Antonet (fotografía de finales del Siglo XIX) |
En una escena prototípica montada por el payaso francés Antonet, el clown llora porque no encuentra a su amada por ningún lado. El augusto, esta vez ataviado con pipa, guantes y bombín, se apiada de él y hace hasta lo imposible por entretenerlo, al grado que graciosamente se lastima haciendo algunos actos acrobáticos. Hacia la mitad de la pantomima aparece Golfo, quien burlándose de la tragedia de Antonet, echa a perder premeditadamente los actos de Grock, el augusto. Al final, Golfo desbarata a patadas la escenografía hecha de papel y prácticamente termina con el escenario: "es el triunfo de la anticultura, reflejo de una sociedad cuya tecnología privilegia la deshumanización y la levedad del hombre en pos del capital que asegura a unos pocos la producción de muchos", según palabras de Antonet.
Llegado el siglo XX, el payaso agrega a sus haberes otros talentos. Se atribuye a John y William Grice la institucionalización de la música en sus presentaciones, a tal grado que se hizo característico que, durante su actuar, los bufones tenían que reproducir melodías conocidas mediante cualquier medio: botellas, láminas formadas a semejanza de una marimba, e incluso vasos llenados con agua en distintos niveles.
Payaso trompetista (Circo de Moscú) |
Augusto (por Kuroff) |
En cuanto a mujeres, podemos mencionar que el primer payaso femenino que registra la historia fue Elizabeth Silvestre, quien en 1835 trabajó en el circo Franque en Inglaterra. Miss LouLou, francesa de origen, introdujo la versión femenina del Pierrot; esto es, una mimo que buscaba incesantemente a su amado, levantando hasta las piedras para encontrarlo.
Madame Pierrot (por Evina) |
En la actualidad, el personaje del payaso ha sumado otro talento por demás interesante: el de comunicador social. Es de sobra conocido que en México, el actor y crítico político Víctor Trujillo caracteriza a Brozo: un clown que conduce un noticiero, analiza bufonescamente temas de actualidad y entrevista sarcásticamente a altos funcionarios de la vida política del país. De alguna manera es un payaso distinto en tanto que ha salido de las carpas y circos para integrarse a los medios electrónicos. La facilidad para improvisar comentarios jocosos, el hacer música cantando desafinadamente o pegando una mesa, la sagacidad y la perspicacia política, no están ausentes en Brozo, lo cual -a juicio de muchos- regresa al payaso a su cuna: las atelanas latinas... aunque en versión televisiva.
Pero más allá de juicios de valor ético-políticos,
Víctor Trujillo maquillándose para dar vida a "Brozo" |
Valgame Daphy...
ResponderBorrarExcelente artículo.
Ciertamente, los payasos no eran lo que se dice santo de mi devoción, debido a cierto acontecimiento infantil, que dista mucho de ser tenebroso.
Pero tu artículo es tan rico en historia, que ahora mismo siento una gran admiración y respeto hacía un arte realmente antiguo.
Muchas gracias por compartir con nosotros tanta y tan buena información y hacer de este blog una fuente de cultura.
¡Enhorabuena !
Rico en información. Vaya nivel cultural tan elevado que manejan en este sitio!
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