Con destellos color bronce
los últimos rayos solares se filtran
por la tosca ventana de pesados cortinajes
y simulan ser fuegos fatuos
donde danzan
las inquietas salamandras.
¡El atardecer!...
la belleza del ocaso es patética
y deja una extraña sensación en el alma,
es como una dulce tristeza que alegra
y es como una amarga alegría que entristece
tiene sabor a veneno y embriaga.
En el candelabro de plata denegrida
arden tres velas aromáticas
y la luz con la sombra mezclada
dibuja oscuros figurines
en el añoso muro
de piedra gastada.
En el espejo de marco tallado
se vislumbran vagos reflejos
de ignotos y olvidados fantasmas
y desde el pasadizo húmedo
llega el rumor de los pasos
de los muertos que nunca nacieron.
Enero de 1995.
Muy agradecida por la publicación.
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