sábado, 23 de abril de 2016

Literatura: Apocalipsis 3:16 (microcuento)

por: Norma Barroso

APOCALIPSIS 3:16


Como todo buen padre, amoroso y tierno, juntaste a todos tus hijos, con tu brazo derecho los rodeaste y los acercaste a tu pecho. Todos ellos llenos de alegría cantaban alabanzas por tus bondades, a tu oído llegaban las más dulces palabras de gratitud que jamás hayan existido.

Tú sonreías complacido. Fue tanta tu dicha, que en un intento de dejar desbordar la felicidad por la boca, la abriste tanto que uno de tus hijos más cercanos cayó a ella y sin remedio lo tragaste. Su sabor te invadió; era un sabor dulzón y cálido que te quemó un poco el paladar, después la garganta, y cuando llegó a tu estómago, sentiste el confort de su fuego en todo el cuerpo. No pudiste evitar probar a otro, y a otro, y otro más; ardías en fiebre por todo el calor que produjeron en ti tus hijos de fuego. Notaste que no habías probado a los más alejados y tomaste uno. Fresco y un poco ácido, como la brisa del mar en los parpados cansados, así contrarrestaste el fuego de los primeros, con el frío de los segundos. En los días de invierno engullías hijos para quitarte el frío, y en las noches de verano te refrescabas con los otros, a los que paseabas con tu lengua en las profundidades de tus fauces, hasta que se derretían por completo.

Así pasaste mucho tiempo devorando hijos, hasta que un día te diste cuenta de que había otros, estos estaban colocados justo en medio de los fríos y de los calientes. Con curiosidad tomaste a uno de ellos y te dispusiste a saborearlo como a los otros. Al meterlo en tu boca sentiste su textura; no era dulce y caliente como la de los primeros hijos, tampoco era dura y fría como la de los segundos, era una textura tibia y viscosa la cual no soportaste y te hizo vomitar.

Vomitaste por días, casi quedas en los huesos por el asco que te provocó la tibies de tus últimos hijos, y no pudiste volver a comer de los otros. Así que los maldijiste y como castigo los tragaste, sólo para vomitarlos y convertirlos para siempre en una horrible masa nauseabunda...

...pero, como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.




Giotto di bondone- Last judgement

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