Por: Karim Yaver
1
El deseo de escribir la historia del
mundo en dos simples páginas
El hecho de la tinta desgranada
en roja
aljaba de hierro azul donde las flechas
de un arco dorado enmudecen
callan.
Calla también tú si no muestras a tu
cara la zozobra
la caricia que me angustia cuando
muerdo con los labios desnudos
los labios que tiemblan
la noche que gime porque adoramos a los
búhos
sonámbulos de mañana.
El hueso me atraviesa y la fruta se
desnuda
se derrumba igual a un pozo que guarda
tanto nombres como memorias
tanto lunas como victorias
y batallas que se pierden entre guerras
de gusanos.
Yo no me hago responsable si lo hablo
desde ahora
porque callar no me enseñaron los
ancianos que juegan con pelotas agrietadas de tanto rodar en el barro.
Me rendí aplastado y
supuse que gritaría mejor la hazaña de
esta carne en
trescientos quince minutos
—me bastaron sólo dos gritos
ah,
ah
corazón
cielo de luna negra que serpentea
bastaron noche oscura
callaron
bastaron para acabar con las líneas
delicadas que me habitan bacterias petulantes bacterias decididas vena corazón
mi pedacito de lujuria que es mi pedacito de casa abandonada
mi pueblito fantasma.
2
Despierto embalsamado como momia,
me despierto
cansado de las vendas en mi cuerpo
descarnado, cansado
de los viejos sueños de faraones
desangrados,
navegando un mar que,
de verlo tan estrecho,
tan somero, rojizo, esmerilado,
que de verlo tan seco,
yo varado una semana en su centro,
estiro el brazo izquierdo
—mi corto brazo izquierdo— y
lo que encuentro rozando mis dedos es
su orilla
pu-tre-fac-ta.
3
Despierto de nuevo y de nuevo
despierto echándome en falta
echándome en sueño que duermo
rogando por nacer de un vientre negro
un velo sucio una manta horadada
despierto durmiendo sin almohada
descubriendo como explorador de nuevos
mundos nuevos
de nuevo y de nuevo
otra vez en su silencio
y me falta de tanta calma la guerra que
me ansía
las sonrisas desprevenidas y sus voces
de suicidas
las canciones de borrachos y las
torturas y
las mujeres que no tienen qué ofrecer
más que ese vientre rosado deshilachado avergonzado las cicatrices que le
avivan la carne
que le avivan el pasado.
4
Viento. Viento de una palabra fatigada
de diccionarios, porque flota porque es viento, porque es bruma espesa que nace
de un mar cerrado de mi lado y de mi otro extremo abierto; porque eres tornado
que danza lascivo y me secuestras desmoronando mi casa de madera; sopla, sopla,
que cae el primer cerdito —entran el lobo y sus dientes afilados. Viento, tú
eres sueño, corazón de muerte en tu silencio. A ti te auguro, a ti te miento
descaradamente, desaforadamente, pendencieramente, ambicioso... petrificado.
Viento, tú eres la Historia, a ti te llamo.
5
Quise escribir la eternidad en poco espacio
quise alzar un grito solo en mucho
tiempo
pero las horas son un lugar y la
distancia un segundo que no alcanzo
—siempre pasa otro que viene desde
atrás y se aleja
tanto como me acerco
tanto como lo espanto.
Quise también despertar
despertar de un sueño
—me manda a agonizar en el desierto
entre dunas donde moran serpientes que
no conocen noches sin dudas
que no amanecen en días sin clemencia
ante la rata
que vacila y agoniza
que desciende en la trampa cobriza
de su cobrizo veneno.
6
Y ahora viajo sin sentido escribiendo
en tinta vieja la historia de una duda que ya duró demasiado. Y ahora escucho
los graznidos de las aves que vuelan directo hacia las garras de los gatos que
duermen a mi lado. Acaricio sus barbas peludas y noto que la niñez se me fue
hace mucho, mucho tiempo.
7
Comencé esperando que con letra pequeña
con letra negra diminuta perversa
habría de escribir la historia del
mundo en dos hojas y no más.
Terminé rogando al silencio que callara
y al viento que parara
y a los buitres que me tomaran sin
graznar nunca una promesa olvidada
porque conmigo escribo para no callar
hasta que la tinta se desvanece sobre una piel morena que de oscura viva
muere roja
—asesina.
Ahora que me arranco la vestidura gris
el frío se avecina y yo
sólo quiero
callar
para escribir no más
para beber no de la fuente de la eternidad esa ponzoña de serpiente
que me hace recordar la época ruidosa
dorada acalorada
escandalosa
del faraón
del príncipe
del mendigo
del esclavo prisionero
que nunca viví que
no dejo de morir
j-a-m-á-s.
Podría yo dehacerme en falsos halagos, pero no encuentro otra palabra para estew relato que ¡MARAVILLOSO!
ResponderBorrarEs un placer, en lo personal, que te haya resultado tan grato. Gracias a ti por leerlo y estar con nosotros.
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