domingo, 18 de diciembre de 2016

Música: La impecable perfección sonora de Wilhelm Furtwängler

Por: Uriel Delac


Después de la Primera Guerra Mundial, Alemania se encontraba sumergida en uno de los momentos económicos y sociales más críticos de su historia. Sin embargo, dentro del arte, y en particular respecto a la música, se iría presentando una nueva época que distinguió a uno de los más grandes directores de todos los tiempos, Wilhelm Furtwängler, que para algunos reunía las similitudes de la espontaneidad mostrada por Hans Von Bülow (el director preferido de Richard Wagner y quien le habría estrenado sus grandes óperas) y la improvisación exacta de Arthur Nikish, su antecesor en la Filarmónica de Berlín.

Furtwängler, hijo de un profesor de arqueología, nace en Berlín el 25 de enero de 1886. A la edad de siete años empezó a componer y, al poco tiempo, a estudiar música en forma más intensa en Münich, primero como alumno del famoso pedagogo alemán Joser Rheinberger y, posteriormente, con el director y compositor Max Von Schillings. Hacia 1906 se desempeñó como maestro asociado en Berlín y dirigió en Münich, a la edad de veinte años, la Novena Sinfonía de Anton Bruckner. Después de convertirse en director del Coro de Zürich, regresó a Münich y viajó a Estrasburgo, en Francia, donde Hans Pfizner lo contrató como director titular. A su vez, tomó el cargo en la Sociedad Filarmónica de Lübeck, mientras que en Mannheim sustituyó a Arthur Bodansky, convirtiéndose en Kapellmeister de la Corte. En 1920 participa en los conciertos de la Ópera de Berlín y, dos años más tarde, su fama era tan grande que sustituye definitivamente a Nikish en la dirección de la Gewandhaus de Leipzig y la Filarmónica de Berlín. En ese tiempo, su reputación como intérprete del repertorio alemán del siglo XIX, se había difundido en todo el mundo y, como resultado de ello, a lo largo de dieciséis años, fue director huésped de las orquestas de mayor prestigio en el mundo, incluidas las del Continente Americano.

Durante esas giras dirigió a prestigiados conjuntos, tales como la Filarmónica Real, la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam y la Filarmónica de Nueva York, donde después de una serie de presentaciones sucesivas, llevadas a cabo entre 1925-27, se le ofreció un lugar permanente en el podio, que declinó por hallarse ya comprometido con Berlín. Asimismo, Félix Paul Weingarner le sugirió hacerse cargo de la Filarmónica de Viena, cosa que Furtwängler aceptó con mucho gusto. En 1931 fue invitado a participar en el Festival de Bayreuth, junto con Arturo Toscanini y, dos años después, obtuvo el nombramiento de director musical de la Ópera de Berlín. 

Por continuar trabajando en Alemania y Austria durante la Segunda Guerra Mundial dirigiendo la Orquesta del Reich, fue acusado de propugnar ciertas simpatías hacia Hitler y el Tercer Reich y, por ello, durante un breve periodo compartió la dirección titular de la Filarmónica de Berlín con el entonces joven rumano Sergiu Celibidache, que siempre respetó la prestancia y profunda sensibilidad del maestro alemán. Al terminar la guerra, los aliados le enjuiciaron acusándolo de inclinaciones nazis. No obstante que fue absuelto de cualquier cargo y sospecha, se le prohibió seguir dirigiendo en Alemania, por lo que Furtwängler tuvo que volcar entonces su intensa actividad con presentaciones en Salzburgo, Lucerna, Milán, París, Londres, Río de Janeiro y Buenos Aires. Finalmente, estableció su residencia en Suiza, componiendo, y falleció debido a una neumonía en Baden-Baden el 30 de noviembre de 1954, a los 68 años de edad. Sus restos fueron depositados en un cementerio cercano a Heidelberg.

Entre sus obras, se encuentran tres sinfonías muy apegadas a la esencia bruckneriana, música coral, de cámara, canciones y una obertura. Como director de orquesta, Furtwängler personificaba al espíritu del romanticismo en la música, difundiendo la obra de Schubert, Brahms, Schumann, Bruckner y Wagner, pero también la de algunos otros compositores modernos interesantes como Blacher, Korngold, Fortner, Hindemith y Richard Strauss. Este es el primer elemento y tal vez el más importante que debe recordarse acerca de sus interpretaciones, ya que su sobria naturaleza no era sólo romántica, sino inmensamente apegada a su patria. 

Una ejecución suya era, en esencia, espontánea en tanto que no creía en teorías ni sistemas de interpretación; la partitura le era una especie de gráfica producida por la personalidad creativa del compositor, como algo que solamente podía venir y ser iluminada desde adentro a través de una compenetración y consubstanciación autor-intérprete. Por ello, algunas veces parecía contravenir la letra de una partitura o alterar los ritmos de una obra. Lo hacía porque estaba sintiendo el camino al corazón y profundo sentimiento del compositor, comprobando siempre con todo su legado y honda sensibilidad el subyacente espíritu que sólo forma parte de la música. El berlinés, luego entonces, lo presentaba como una especie de rito emocional, donde era incapaz de desprenderse de la responsabilidad de interpretación personal y así estar totalmente satisfecho con un concepto lleno de perfección sonora.

Así fue el gran Wilhelm Furtwängler. Estaba tan impregnado con el espíritu de la música alemana del siglo XIX, que su personalidad atrayente contenía rasgos derivados de esa fuente y, por esta razón, parecía estar probando constantemente el sentido más intrínseco de la armonía y tonalidad. Se adueñaba de un cambio armónico o de una modulación rica en colores y la moldeaba con un significado y una fresca elocuencia. Gracias a él, una obra tendía a desdoblarse de acuerdo a una percepción interna de su propia comunicación, que en ocasiones se preguntaba hacia dónde se dirigía, pero invariablemente colocaba un énfasis particular en cada episodio que no podía perderse a la vista del todo, mostrando un amplio conocimiento de la interpretación musical que nadie más nos puede ofrecer.




4 comentarios:

  1. Excelentes datos. Me agrada que demuestres tu pasión por la música clásica.

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  2. ¡Pero qué gran artículo! Soy melómano hasta las cachas y el gran Fürt ha sido de mis caballos de batalla en Beethoven y Bruckner. A veces algo contradictorio y con un estilo nervioso, pero un gran intérprete del repertorio alemán tradicional. Me gusta mucho la manera en que el que escribe desarrolla el tema. ¡Impecable!

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  3. ¡Pero qué buen artículo! Por mi padre, supe del gran Fürt, pero con el devenir de la tecnología y los métodos de grabacion modernos me dacanté por tal vez lo moderno. Tiempo de regresar a lo que de verdad vale la pena.

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