Por: Paul César
Donebus era el nombre de pila de Ismael Castro, mas lo ocultaba para olvidar todo, incluso de donde venía.
—¿Cuál es el costo del contenido de la caja,
Ismael? —le preguntó un vetusto hombre chaparro, que portaba un ajado sombrero de ala ancha y copa alta. Sus brazos tenían el aspecto de la piel seca
y abandonada de las víboras después de renovar sus escamas.
Ismael ni se inmutó.
Aunque nadie sabía que portaba
una extraña caja dentro de su costal, le era ya cotidiano que aquel hombre
viejo hiciese esa pregunta, pues todos los días le cuestionaba lo mismo y su respuesta era también la misma: “no lo vendo”.
Donebus contestó lo acostumbrado y entró a su
vieja casa en aquel cerro formado por desperdicios, tierra y escombros; en medio de un muladar
donde la gente vive entre la basura, de la basura y por la basura; actividad
que tal vez sea heredada, aunque nadie haya todavía notariado ese oficio.
Inmerso en su privacidad y sentado en la cama, la abrió para comprobar que todo estuviese bien. Con ella encima de sus
piernas, la revisó con particular meticulosidad y, fascinado, la observó en
silencio. De repente, sobre el lóbulo de su oreja izquierda, escuchó una voz
que susurrante le decía: "¿Cuál es el costo del contenido de la caja, Ismael?"
Reconoció la voz: era la del viejo. Con actitud temerosa y desafiante a la vez, miró hacia atrás y lo descubrió parado al otro lado de la cama.
—¿Cuál es el costo del contenido de la caja, Ismael? —repitió el anciano, inquisitoriamente.
—¡No lo vendo! ¿Cómo es que entró aquí? ¡Sáquese de aquí, viejo metiche! —gritó, mientras se levantaba de la cama, tomándola fuertemente entre sus brazos.
—Ya casi me voy, Ismael, yo solo quiero que
me vendas el contenido de esa caja —contestó el viejo con voz calmada y suave. De su aliento emanaba un fuerte olor a menta.
—¡No tiene nada adentro y nunca ha
tenido nada! Le digo desde ahorita que siempre me pareció raro que usted
supiera que tengo una caja que jamás he enseñado, y me preguntara por su contenido, pensando que tiene algo cuando nunca ha sido así.
Tratando de convencerlo, se acercó al viejo, la abrió y dejó ver su nulo contenido.
El escamoso hombre contestó entonces de
manera triste y solemne:
—Ismael, en esa caja está el alma del diablo. Parece diáfana e inexistente y solo la fe puede darle color y vida. Pero tú, Ismael Castro, de nombre verdadero Donebus, perdido por ti mismo, has matado al diablo: ¡Eres hombre de poca fe!
—Ismael, en esa caja está el alma del diablo. Parece diáfana e inexistente y solo la fe puede darle color y vida. Pero tú, Ismael Castro, de nombre verdadero Donebus, perdido por ti mismo, has matado al diablo: ¡Eres hombre de poca fe!
Una pequeña joya. Hermoso relato.
ResponderBorrardebería continuar, me quedé empezado.
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