viernes, 2 de diciembre de 2016

Literatura: El sucio negocio de la guerra (relato corto)

Por: Francisco Murcia Periáñez





A pesar de que pretende ser un relato corto, el sufrimiento es tan largo, tan inmenso, tan inalcanzable que rebasa las fronteras de la razón y se interna de lleno en la locura más absoluta.
 
Suenan tambores de guerra, las palabras en la mesa suenan gruesas, la paz ha perdido peso en las negociaciones y las acciones lo han ganado en la bolsa. Los números pasan por los paneles a velocidad de vértigo mientras cientos de ojos ávidos, expectantes, analizan paso a paso cada entero, cada decimal. Bajan las materias primas a tenor de las conquistas, suben los alimentos debido a la escasez. Las leyes del mercado son inexorables: a mayor escasez, mayor precio habrá que pagar; hasta que este precio sea la propia vida.
 
A dos mil kilómetros siguen sonando las bombas, sigue muriendo la gente. La ciudad es un cementerio en construcción donde las tumbas aún dejan los cadáveres al descubierto.
 
En una de esas ciudades se oye el llanto de un niño, se llama Alí, o Antoñito, o Franki, que más da, es el llanto de un niño, ¿lo entienden? es el llanto de toda una humanidad que presencia desesperada como la vida tiene un valor en las bolsas, allá donde se compra y se vende el alma, porque ya no hay entrañas.
 
Antonio, ingeniero informático al servicio de un oscuro banco donde se acumulan los sabrosos dividendos de tan nefastos negocios, lo sabe; sabe que las cuentas que él maneja tienen tantos euros como muertos han dejado en el camino mientras se han engordado. Tiene un gran sueldo, lleva ya 12 años y es de total confianza. De regreso a casa, se tropieza con un niño pedigüeño, un montón de harapos que apenas cubren un esqueleto disimulado por una envoltura de piel macilenta, casi cadavérica; un niño que le tiende una mano suplicante y cuya mirada inocente taladra su alma hasta lo más profundo. Su hijo se llama Antoñito, tendrá la misma edad, si es que a esta pobre criatura se le puede calcular la edad. Una lágrima resbala por su mejilla y viene a caer sobre la mano del niño que espera una moneda. El niño cierra su mano como si hubiera agarrado el alma de aquel señor tan bien vestido y ya dándose la vuelta, le desea buenos días y le clava una frase que a Antonio jamás se le olvidaría: “Que Dios le ampare”.
 
Al día siguiente, Antonio comenzó a almacenar en un archivo secreto los números de las cuentas que él conocía. Al entregar dicho archivo, vio la mano del niño extendida, con su lágrima aún fresca, y se juró que daría su vida por la sonrisa de un niño.


5 comentarios:

  1. Nota del autor.- Donde se lee "la ciudad es un comentario" debe leerse "la ciudad es un cementerio en construcción" (Errata cometida por el propio autor)

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  2. Uffff, de verdad que es un excelente relato.

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  3. Qué fuerte y cierto...
    Es como arrancarle con los dientes, y de a poco, trozos al alma. ¡Duele!

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