Por: Uriel Delac
Recuerdo haber asistido un par de veces a las presentaciones de Nikolaus Harnoncourt en Europa. La primera vez fue en 1996, cuando becado por la Universidad Nacional Autónoma de México, tuve la oportunidad de verlo dirigir el Don Giovanni mozartiano en el soberbio Teatro de la Ópera de Zürich. Y una segunda, que sucedió al año siguiente, durante un concierto en la Gran Sala del Koninklijk Concertgebouworkest-Amsterdam, en donde el Maestro daría vida nueva a una magnífica Tercera de Bruckner. En ambas ocasiones, puntual como era de esperarse, subió al podio un tipo alto, delgado, de gesto adusto y mirada penetrante. Apenas sonrió cuando los aplausos le dieron la bienvenida; no obstante, y de manera paradójica, también se alcanzaba a adivinar a un hombre lleno de humor. No podía ser de otro modo: el gran Director vienés —aunque nacido en Berlín por mera circunstancia— estaba sin duda inmerso en su mundo plagado de notas y pentagramas, de bromas y tragedias musicales. En cuanto arrancaron los conciertos, su mirada se volcó agresiva, incluso me atrevería a decir que paranoica, pero también algo jocosa porque para él la música era divertidamente seria.
Nikolaus Harnoncourt (6 de diciembre de 1929 - 5 de marzo de 2016) |
Recuerdo haber asistido un par de veces a las presentaciones de Nikolaus Harnoncourt en Europa. La primera vez fue en 1996, cuando becado por la Universidad Nacional Autónoma de México, tuve la oportunidad de verlo dirigir el Don Giovanni mozartiano en el soberbio Teatro de la Ópera de Zürich. Y una segunda, que sucedió al año siguiente, durante un concierto en la Gran Sala del Koninklijk Concertgebouworkest-Amsterdam, en donde el Maestro daría vida nueva a una magnífica Tercera de Bruckner. En ambas ocasiones, puntual como era de esperarse, subió al podio un tipo alto, delgado, de gesto adusto y mirada penetrante. Apenas sonrió cuando los aplausos le dieron la bienvenida; no obstante, y de manera paradójica, también se alcanzaba a adivinar a un hombre lleno de humor. No podía ser de otro modo: el gran Director vienés —aunque nacido en Berlín por mera circunstancia— estaba sin duda inmerso en su mundo plagado de notas y pentagramas, de bromas y tragedias musicales. En cuanto arrancaron los conciertos, su mirada se volcó agresiva, incluso me atrevería a decir que paranoica, pero también algo jocosa porque para él la música era divertidamente seria.
Nacido en 1929 en el seno de una familia aristocrática, el conde Nikolaus de la Fontaine y de Harnoncourt-Unverzagt comenzó su
carrera musical como chelista en la Orquesta Sinfónica de Viena, y a poco andar se
dio cuenta que necesitaba algo más. Arrancando de Karajan —mal
necesario de la dirección orquestal— inició un nuevo camino. Se casó con
Alice, eterna violinista en sus producciones, y en 1953 fundaron el Concentus Musicus Wien, un conjunto de cámara para probar y desarrollar
sus nuevas ideas. Harnoncourt había terminado la universidad y puso a
disposición del conjunto su -en ese momento- discreta colección de
instrumentos antiguos.
El rigor e ímpetu con que comenzaron a trabajar
fue notable desde el comienzo y así lo hizo saber el público, la crítica
y las casas discográficas, que quisieron tener al director y su
orquesta entre sus filas. Renacimiento y barroco forjaron las primeras
armas del conjunto, mientras el director se convertía en autor y ponía
en letras lo que pensaba. Musik als Klangrede ("La música como discurso
sonoro") fue su primera publicación, que abriría una ventana insospechada
en la interpretación de música antigua. De esta época y fruto de estas
nuevas ideas, son los documentos videográficos en los que podemos verlo y oírlo no en la
posición de director tradicional que conocemos —situado físicamente al
frente de la agrupación—, sino en una muy adelantada a su época y que
hoy en día cobra más fuerza que nunca: siendo parte del grupo.
Harnoncourt, en sus tiempos como chelista en la Sinfónica de Viena |
En 1971 debutó en la ópera de Zürich con Il ritorno d’Ulisse in Patria ("El retorno de Ulises a su patria") de Monteverdi, causando la admiración de
público y especialistas. La asociación con Jean Pierre Ponnelle duró por
décadas y se extendió luego a las otras óperas de Monteverdi y de
Mozart. Al año siguiente uno de sus legados para la humanidad: la
integral de las cantatas de J. S. Bach con su CMW y el Tölzer Knabenchor, imbatible coro de niños dirigido por Gerhard Schmidt-Gaden, en
codirección de Gustav Leonhardt.
Muchos lo intentaron después, pero
nadie logró la frescura, brío e incluso estética violencia de
Harnoncourt en la interpretación de las cantatas, que según sus propias
palabras son la esencia de la obra de Bach (Harnoncourt, 1984). Luego, en 1972 comenzó a dar clases
formalmente en el Mozarteum de Salzburgo haciendo un rescate sobre como debieron haber sido las interpretaciones originales de las obras a las que se refería. Un nuevo Bach y un nuevo Mozart, tal vez mas austeros, pero sin duda también más impactantes, empezaron tímidamente a hacer acto de presencia en las salas de concierto de todo el mundo dejando atrás la idea de que mientras más grande el aparato orquestal y más grande los coros, mejores cosas podían obtenerse.
Durante un concierto frente al CMV |
Las décadas entre 1975 y 1995 fueron de éxitos internacionales y reconocimiento para él. Dirigió a las orquestas del Concertgebouw de Amsterdam, Filarmónica de Viena, Filarmónica de Berlín, de Cámara de Europa —con esta última grabó un recordado ciclo de sinfonías de Beethoven— y fundó su amado festival Styriarte en Graz, su ciudad natal.
Frente a la Koninklijk Concertgebouworkest de Amsterdam |
Durante un concierto en la Wiener Musikverein de Viena |
Su libro Der musikalische Dialog ("El diálogo musical") sigue siendo lectura obligada para los músicos y es utilizado en las clases de los conservatorios del mundo por su alto valor en la búsqueda de un sonido original y la belleza estética y casi filosófica de la música. Nikolaus Harnoncourt nunca dejó de buscar los orígenes del fraseo, de los tempi y la orquestación en cada compositor y cada obra; no en un afán de museo, de recordar lo bello que fue el pasado, si no con el firme convencimiento que esa música, interpretada de la manera correcta es fuente de creatividad e interés.
"Nosotros -todos los músicos- hablamos un poderoso lenguaje sagrado." |
El pasado 5 de diciembre, el director de orquesta Nikolaus Harnoncourt
anunciaba su retirada; sus facultades físicas (como él las definió) no
estaban ya en condiciones de continuar los conciertos que tenía
programados. Y sólo 3 meses después Alice Harnoncourt —su ahora viuda— comunicaba la triste noticia:
“El 5 de marzo de 2016, Nikolaus Harnoncourt falleció serenamente rodeado de su familia.
La pena y el agradecimiento son grandes.
Ha sido una relación maravillosa".
Ha muerto un gigante y con él termina una era, la de los grandes que
cambiaron la manera de pensar, interpretar y amar la música. Todos necesitamos la música, sin ella no podemos vivir. Funja su frase a manera de epitafio.
Mi amigo Uriel(o Angelus, como acostumbrabas firmarte): pero qué deliciosa entrada a la memoria de uno de los más grandes Maestros que el mundo recuerde!
ResponderBorrarHace algún tiempo tuve la oportunidad de verlo dirigir un emblemático Réquiem verdiano nada menos que la Concertgebouw, y el impacto que me causó solo es igualado con aquel de cuando ví al Maestro Karajan en el último de sus conciertos en Viena.
Con Harnoncourt se cierra toda una época. Cierto que aún está el maravilloso Haitink, pero hablamos de mundos distintos.
La gran época se nos está llendo, y ahora solo toca esperar que Directores como Chailly, Petrenko, Thielemann y Gergiev tomen para sí el compromiso que han dejado los verdaderos grandes del podio.
Recibe el más cordial de los saludos y sigan adelante con tan admirable blog.
De nuevo, otra maravillosa entrada! De verdad que es uno de los mejores blogs que conozco!
ResponderBorrarMe gusta mucho la Cantata 147 de Bach dirigida precisamente por Harnoncourt. También el tratamiento que da a Mozart.
ResponderBorrar