jueves, 4 de agosto de 2016

Música: Eduardo Mata - Un mexicano universal

Por: Uriel Delac



La primera vez que tuve oportunidad de presenciar un concierto del Maestro Eduardo Mata Asiasín fue la noche de un jueves 11 de junio de 1991, donde acompañado de una extraordinaria Sinfónica de Dallas interpretarían un ambicioso programa Beethoven-Mahler.

Eduardo Mata, con su tradicional smoking blanco.
Mientras sus músicos vestían impecables trajes de gala negros, Mata lucía un smoking blanco. Los gestos de complicidad con Pinchas Zuckerman, solista en el Concierto para violín del sordo de Bonn, hacían presagiar una interpretación inolvidable. Y así fue, porque aquella bendita noche, en la Sala Nezahualcoyotl, aprendí a escuchar la música desde otra perspectiva: aquella en la que la obra de un compositor se reinventa para descubrirnos algo que desde siempre había estado presente, pero que solamente la magia de Mata fue capaz de hallar. Hacia la segunda parte del concierto participó la soprano Gabriela Herrera en la Cuarta Sinfonía de Mahler, uno de los compositores que Mata prefería y que consideraba piedra angular en la música del siglo XX. Durante la interpretación observé rigor, disciplina férrea, oficio y entrega al arte. Puedo decir que fue simplemente soberbia, al grado de que al finalizar el concierto, durante veinte minutos, los aplausos y exclamaciones de júbilo por parte de los escuchas fueron ininterrumpidos.

Dirigiendo a la OFUNAM, en un auditorio de Facultad de Ingeniería.
Mexicano de nacimiento (5 de septiembre de 1942), la noticia de su fallecimiento causó conmoción en el mundo de la música académica el 4 de enero de 1995, cuando se desplomara el avión que piloteaba y se estrellara en las cercanías del aeropuerto de Cuernavaca, vecino a su residencia en Xochitepec. Marina Anaya, su compañera sentimental y quien también lo acompañaba en el avión, perdió de igual forma la vida.

Cierto es que la cultura mexicana registra pérdidas trágicas: Rosario Castellanos electrocutada con un secador de pelo en su bañera; Jorge Ibargüengoitia en un accidente de avión en el aeropuerto madrileño de Barajas; el poeta José Carlos Becerra en un accidente automovilístico en la carretera cercana a la ciudad italiana de Brindisi. Sin embargo, de entre esas muertes, la pérdida de Eduardo Mata no solamente cimbró a la comunidad cultural nacional, sino que sus consecuencias aún son palpables: un estado generalizado de orfandad en el sentido de que no hay una figura líder, un ejemplo, un motor que anime la alicaída cultura musical de México de hoy en día.

Dirigiendo a la Orquesta new Philharmonia, de Londres.
Antes de que la muerte lo sorprendiera, era bien sabido que era un músico consumado, intenso, disciplinado, aclamado internacionalmente como un director de primera línea y hombre respetado por sus contemporáneos, colegas y amigos por su elegancia, calidez y generosidad extrema. Desde sus inicios en la década de los sesentas y cansado de que la gente no se acercara a las salas, convencida de que la música de concierto era solamente para cultos y enterados, Eduardo Mata rompió con todos los moldes preestablecidos y edificó verdaderas fiestas culturales cuando, al frente de la Sinfónica de la Universidad, que reconstruyó como Filarmónica de la UNAM, atiborraba el Auditorio Justo Sierra, de la Facultad de Filosofía y Letras, con un público pletórico, febril y entusiasmado: los jóvenes universitarios, en una época en que ser estudiante era poco menos que un delito. Era el México del 68. No había siquiera publicidad, ni difusión, porque la Universidad estaba proscrita; fue la autoridad moral de Eduardo Mata, su honestidad y entrega al bien común, la buena nueva comunicada de boca en boca, lo que convocó a miles de muchachos. Ahí, en ese auditorio, cambió la vida a miles de mexicanos cuando reveló las nuevas tendencias musicales donde convivían sin dificultad las sinfonías de Beethoven con las partituras de Stockhausen; Brahms con Boulez y Berio; Mahler con Revueltas y Carlos Chávez. Los conciertos, las oberturas, el amplio universo de la música se abrió para quienes disfrutaron de aquellos conciertos donde algunas veces el único lugar disponible era junto al podio del director, entre tanta algarabía y deseos de escuchar algo distinto a lo comercialmente establecido.


Con Carmen Cirici-Ventalló, su primera esposa.
Hasta 1995, ostentaba el título de Director Emérito Vitalicio de la Orquesta Sinfónica de Dallas, era Director Huésped Principal de la Sinfónica de Nueva Zelandia, Director y Consejero Artístico de la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela y Director Artístico de Solistas de México. Al mismo tiempo, mantenía una estrecha relación con la Sinfónicas de San Francisco, Minnesota, Phoenix, Londres y Berlín; la Orquesta de la RAI de Roma, la Orquesta del Centro Nacional de las Artes del Canadá, la Orquesta Philharmonía de Londres y la Filarmónica de Rotterdam.

Con Henryk Szeryng y al frente de la OFUNAM.
Alumno de composición de Carlos Chávez y Julián Orbón en el Conservatorio Nacional de Música de México y merecedor de la Beca Koussevitzky para acudir al Tanglewood Institute, donde estudió dirección con los ya míticos Max Rudolf y Erich Leinsdorf, Mata fue promotor incansable de la música de América Latina. Se le consideró internacionalmente como el mejor exponente sinfónico de los principales y entonces poco conocidos compositores de esta región del mundo incluyendo a Villa-Lobos, Chávez, Revueltas, Huizar, Ginastera, Orbón, Estévez y Monacayo, entre otros. Sus grabaciones de la integral de las Sinfonías de Carlos Chávez con la Sinfónica de Londres y de la Música sinfónica de Revueltas con la New Philharmonía, hicieron que el difícil público europeo pudiera acceder a las mismas con un éxito total. Incluso, gracias a una gira por Alemania, Austria, Holanda y Francia, que realizó junto a la Filarmónica de la UNAM, el Huapango de José Pablo Moncayo adquirió por esos lares la bien merecida fama que hoy ostenta. 

Dirigiendo a la Sinfónica de Dallas.
Como compositor, fue el primero en escribir una obra con técnica serialista: su Sonata para piano. Asimismo, se puede decir, sus primeras obras acusan influencias de Bártok, Chávez y Varése, para derivar posteriormente a los lenguajes de la entonces vanguardia. Sus obras más representativas de esta época son las Improvisaciones 1, 2 y 3 para piano. Destacan también por su belleza la Tercera Sinfonía para alientos y corno obligado, donde denota influencia de Pierre Boulez; y su Segunda Sinfonía, que remite al estilo de Johannes Brahms. Su obra incluye sinfonías, música coral, obras de cámara, ballets (Dévora, Los huesos secos) y música creada para películas. El uso de la notación gráfica, las audacias propias de Stockhausen y Berio, autores que estudiaba y estrenaba en México mientras componía, son algunas de las aportaciones de Mata a la composición mexicana de música.

Durante un ensayo en Rotterdam.
Considerado mundialmente como un gran formador de orquestas, fue el motor que impulsó a los grupos sinfónicos a nuevos niveles de excelencia. Reformó a la modesta orquesta de la UNAM, la convirtió en su momento en la mejor de América Latina y le construyó sede: la hermosa Sala Nezahualcóyotl, cuyo modelo completó Mata tomando como referentes la Philharmonie, que es la sede de la Filarmónica de Berlín, y el Concertgebow de Amsterdam. Pero esto no fue un hecho aislado: hizo lo propio en Dallas cuando se hizo cargo de la sinfónica de esa ciudad y también la hizo renacer de entre sus cenizas. No solamente reconstruyó esa orquesta, sino que también le construyó una sede: la Morton H. Meyerson Symphony Center, que fue inaugurada en 1989 y es considerada hoy en día como una de las mejores salas de concierto en América del Norte. Contribuyó asimismo a fomentar la calidad, el talento y el renombre del Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela; especialmente junto a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, a la cual también dio sede y el renombre que ahora ostenta. En todos los casos, tanto en la UNAM como en Dallas y Venezuela, el nombramiento de Eduardo Mata conllevaba el proyecto de construir una sala de conciertos para la orquesta cuya reconstrucción se le había encomendado, otorgarles un sonido propio, conjuntar voluntades, propiciar el acopio de fondos, acompañar el minucioso proceso de complimentación de detalles, en especial la acústica, y llenar esas salas no solamente de excelencia musical, sino de un público nuevo y sobre todo jóven.

Foto autografiada para Gramophone.
En cuanto a interpetación, directores como Celibidache, Carlos Kleiber, Klemperer o Mata; nos muestran con claridad y certeza que la personalidad del intérprete está hecha, paradójicamente, para desaparecer. Celibidache es el Adagio de la Séptima Sinfonía de Bruckner y es también El mar de Debussy; Kleiber es la Quinta de Beethoven y la Cuarta de Brahms; Klemperer es la Canción de la Tierra de Mahler y la Metamorfosis de Strauss; Mata es La Consagración de la Primavera, Carmina Burana, la Sinfonía Antígona de Chávez y Planos de Revueltas. Son actores que desempeñan creativa y fielmente su papel, actores que cambian de máscara según la obra que representan: son La señorita Julia y Don Juan, Odette y Petrushka, Hamlet y El teniente Kije, Otelo y Daphnis y Cloe y el fauno de Debussy. Por esto mismo y debido a su gran calidad interpretativa, Eduardo Mata recibió nominaciones para los premios Grammy en dos ocasiones: por Carmina Burana de Carl Orff al frente de la Sinfónica de Londres y los Poemas Sinfónicos de Strauss, con la Orquesta Sinfónica de Dallas. Entre 1992 y 1993, la revista Gramophone (la mejor del mundo en música) consideró  sus versiones de La Consagración de la Primavera de Stravinsky y la ya mencionada Cantata Escénica de Orff como referencias absolutas. De igual manera, la Asociación de Críticos Europeos estimó sus álbumes integrales de la Obra Sinfónica de Revueltas y las Sinfonías de Chávez, como documentos insuperables debido a la pasión y entrega de Mata para con la música de ambos compositores. Por último, en 1994, de nuevo Gramophone calificó como uno de los mejores trabajos orquestales del año su álbum con obras de Jongen y Saint-Saens.

Su tumba, en el panteón San Miguel en Oaxaca.
Entre los honores que recibió a lo largo de su carrera se pueden mencionar: la Lira Dorada (1974) otorgada por la Unión Mexicana de Músicos; la Presea Elías Sourasky en Arte (1975) por parte del gobierno mexicano, honor otorgado bienalmente; su aceptación en 1984 como Miembro Vitalicio del Colegio de México, reconocimiento considerado el honor más grande de la comunidad intelectual y científica de México; además de los Doctorados Honoris Causa por parte de las Universidades de México, la de Texas en Dallas y la Universidad Central de Venezuela.

No cabe duda que Eduardo Mata se despidió antes de tiempo, pues se encontraba en plenitud de su extraordinaria carrera como director de orquesta con la cual había obtenido triunfos y honores que enaltecían y honraban por consiguiente a sus dos grandes amores: México y la Universidad... su Universidad.


Su traje blanco, su batuta de marfil:
flexiona la rodilla izquierda, 
levanta el dedo meñique,
con la elegancia de un dandy,
que se lleva a la boca con delicia,
unos buenos tacos de cachete, buche y nenepil.

Danza también con la otra pierna,
y de su mano libre,
surge un relámpago,
que se convierte en sonido,
y nos revienta en la crisma,
para hacernos levitar mientras Eduardo, 
desde el podio, dulcemente sonríe,
con sonrisa franca y tierna.

(Palabras de Jaime Sabines, al salir de un concierto 
de Eduardo Mata en Bellas Artes en 1975)





4 comentarios:

  1. Que buena entrada, Uriel!
    En el enlace que dejas, los gestos y manera de Mata para dirigir se me hacen muy parecidos a los de Carlos Kleiber.
    Como quiera que sea, qué gran versión de la séptima y qué gran director era Eduardo Mata!

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  2. Ah, qué artídulo tan bello y bien realizado.
    En efecto, mi buen amigo Angelus, en efecto. Eduardo Mata se distinguió por ser un gran constructor de orquestas e identidades musicales. La la Filarmónica de la Universidad le supo dar un sello que las distinguía de todas las demás ya que le improntó una pátina de sonido tardío romántico muy de la época del México posrevolucionario que de inmediato era posible reconocer. Por su parte, en Dallas, hizo lo que ni siquiera Bernstein logró con la Filarmónica de Nueva York: desprender a esa orquesta norteamericana (la de Dallas) de la pirotecnia y acercarla al sonido característico de las orquestas centroeuropeas en donde la racionalidad evita que los metales se apropien del podio y las cosas tomen un aire bufonesco-teatral. Con la Simón Bolivar logró algo muy parecido que con la OFUNAM: rescatar su idiosincrasia.
    Recuerdo haberlo visto dirigir a la Filarmónica de Rotterdam en un inolvidable programa Strauss; y con Dallas, un Carmina Burana impecable y arrollador. Sin embargo, nunca olvidaré cuando se presentó en Bélgica con la OFUNAM interpretando Janitzio de Revueltas y unos Cuadros de una exposición llevados al límite de la expresividad; lo que, en efecto, me hicieron equiparar al gran Maestro mexicano con nada menos que Celibidache -en cuanto técnica- y por otro lado, con Carlos Kleiber en términos de expresión.
    En efecto: el Maestro Eduardo Mata nos abandonó demasiado pronto. Justo cuando la Radio de Munich estaba pensando en él para titular de su podio.

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  3. Quién era Marina Anaya su compañera ?? Su esposa ó su concubina

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    1. ..como si existiera nada entre "esposa" y "concubina"... vaya, perspectiva tunel masculina(?!)... :-/...

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