Por: Antonio G.
Hay
jaulas para niños con forma de cuerpos adultos. Yo las he visto. Van
por la calle con sus trajes, mirando sus relojes, observando luego el
cielo tratando de prever si va a llover o no; se concentran en una y mil
cosas a la vez, y van apurados a todas partes. Su plática es, muchas
veces, de lo más aburrida. No juegan. Se toman todo muy en serio.
Todos
son niños jugando a ser adultos. ¿No lo has notado? Se preocupan mucho por el
dinero, ¿no los has mirado? Quimera de la felicidad. He hablado con algunos de
ellos, pero trato de no hacerlo muy a menudo. Sí, te recomiendo actuar de la
misma manera. Dicen que renuncian a lo que con fervor desean, cuando la realidad
los golpea. No sé a qué le llamen realidad porque vivimos en el mismo mundo y
yo no puedo ver eso que ellos me piden que vea. No les hagas caso cuando vengan
a explicarte esas cosas, sólo asiente y deja que se vayan. Tienen una terquedad
que casi no puede creerse.
Hay
un viejo herrero que se dedica a fabricar las cárceles donde encierran después
a los niños. A veces escoge los fierros más viejos, algunas otras toma los
mejores. Eso depende, en gran parte, de lo que los padres estén dispuestos a
pagar. El más hermoso material para hacer una jaula no es el oro, que, de
hecho, es el que los pobres compran más; el que todos desean es uno que no puede verse, y sin embargo puede tocarse. De esa forma aunque sepan que están
encerrados, no se sienten lastimados, pues son incapaces de observar los hierros que
los detienen. El truco está en hacerles pensar que nada los limita.
Podrás
decir que es lo peor aquello de que los padres sean los compradores, pero yo no
lo creo así; bueno, quiero decir, claro que es malo, mas hay una clase peor
todavía: existen unos que se la compran a sí mismos. Esos sí que dan lástima.
Al viejo herrero no sólo se le indica el material con el que se quiere la jaula, sino también el espacio. El fin es siempre mantener el truco con quien se halla
dentro. Parte de la magia reside en dejarle abrir sus brazos lo suficiente, con el fin de que no se queje. Algunas veces el herrero también brinda alas de
metal, que dan el peso necesario como para cansarse después de volar un rato,
pero que, al mismo tiempo, parecen ligeras si no se mueven.
Es
por eso que algunos vuelan y otros corren. Los primeros son increíblemente
fuertes, pero una vez les llega el cansancio, caen con estrépito al suelo y
provocan una algarabía tan grande que todos voltean. Los segundos, que se saben
sin apéndices aptos para echar el vuelo, escarban en el fondo de su prisión, y
después de meses o años de roer el metal de tan baja calidad, hacen hoyos donde
apenas caben sus piernas. Entonces comienzan a correr. Pero los que vuelan y los
que corren tienen en común el cargar el peso de su jaula. No obstante se creen
diferentes, pues los primeros ven desde arriba a los otros y les parecen tan
pequeños e insignificantes, que no quieren unírseles; los segundos, que en su
mayoría son incapaces de mirar al cielo, ríen cuando el golpe les anuncia la caída
de uno de aquellos. Se mofan los unos de los otros.
A
la prisión se le puede comprar ropa, se le pueden poner blusas, camisas, pantalones, faldas, corbatas, lentes, relojes; todo
según el gusto de cada quien, según el material de la celda.
Yo
creo que el viejo herrero también ríe de eso. Quisiera saber si estoy en lo
correcto. Cuando alguien va a comprar una jaula, él siempre se muestra serio y
dedicado. Algunas veces hasta fanfarronea diciendo que no son los compradores
quienes escogen el material, sino éste el que los escoge a ellos, y por eso él
no le llama jaula ni cárcel ni prisión ni celda, sino destino. La palabra me
suena curiosa porque no la conozco de siempre. Eso vino y me lo dijo uno de
ellos.
Creo
que es por eso que muchos creen tener pájaros en su interior. No es un ave, es
un niño el que tienen atrapado. Pero es probable que nunca lo vayamos a
descubrir. En primera, porque a ellos no les gusta hablar de semejantes cosas, dicen
unas pero no todas, ni tampoco en la misma plática. Y en segunda, porque no
podemos ir a preguntarle al viejo herrero; es más, ni tan siquiera ahora podría
asegurarte que él tampoco está enjaulado, porque después de todo, él es el
hacedor, el dador, el que fija el precio, y por ser él quien imagina, quien fabrica, no puede tampoco compararse con otro. Porque no hay otro.
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