jueves, 18 de agosto de 2016

Literatura: Los muertos no testifican (cuento)

Por: José Contreras

El entierro prematuro (1919),  Harry Clarke
Un juicio se estaba celebrando. Numerosas declaraciones de testigos y evidencias circunstanciales señalaban a la policía rural como la responsable de la  desaparición de un líder ganadero, además de que enfrentaban acusaciones por corrupción a favor de una compañía de fracturación hidráulica, que tenía un notorio interés en asegurarse de que los ejidatarios desalojaran sus tierras, sin importar cómo. El capitán de la policía se puso de pie para escuchar la resolución del juez.

—Capitán Almeza. El tribunal ha dictado su sentencia en base a que la fiscalía no presentó más que evidencias circunstanciales y las declaraciones de testigos pudieron haber perdido de vista al señor Campos desde antes de que se procedieran los arrestos por afectar a terceros los ejidatarios comenzaron a abuchear el veredicto que sabían perdido—. ¡Orden en la sala! —gritó el juez dando martillazos en su estrado, pero al ver que los presentes se estaban alterando cada vez más, ordenó a los custodios que arrestasen a los revoltosos. Cuando la sala se vio libre de los alborotadores, el juez prosiguió: El capitán Almeza y el escuadrón antimotines a sus órdenes, quedan libres de todos los cargos. Por lo que se les declara inocentes —pero antes de que pasara algo más, evitando que el juez diera el último martillazo, un hombre irrumpió en la corte abriendo de par en par la puerta del tribunal. Todos  los presentes lo reconocieron como el señor Campos, el presunto desaparecido por órdenes del capitán. Él arrastraba sus pies como si fuese trabajoso hacerlo, y caminaba lentamente hacia donde estaba el fiscal.

El aspecto del señor Campos no era saludable, pues además de su dificultad para caminar, tenía hematomas en brazos y cara, dando a sospechar que también tendría marcas de golpes en lugares ocultos por su pantalón de mezclilla y su camisa de manga corta. La ropa enterregada hacía parecer que el ganadero vestía de gris al igual que su cabello despeinado y su piel siendo lo más delatador de la tortura que padeció las marcas de unas esposas en sus muñecas.

El abogado defensor, presuroso por demostrar la inocencia de su cliente, pidió la palabra al juez. Cuando se la otorgaron, dijo al público: —La presencia del señor Campos confirma que las acusaciones por asesinato son falacias de los ganaderos disidentes. Demandaremos a la parte acusadora por difamación —el fiscal protestó y el juez rechazó la demanda hasta escuchar el testimonio del ganadero que ya se estaba acercando al estrado.

El señor Campos tomó la palabra después de jurar ante Dios, apoyando su mano derecha en una biblia, declarando que sólo diría la verdad. —Su señoría, yo defendía la heredad de mi padre. El capitán Almeza ya había ido en otras ocasiones a tratar de negociar la venta de nuestras respectivas propiedades, pero a medida que íbamos  rechazando sus diferentes ofertas, su conducta se volvía más y más hostil para con nosotros. Hasta ayer, cuando la maquinaria de demolición entró ilegalmente en nuestra tierra, después de que sacamos a golpes a los invasores, un equipo antimotines nos disparó granadas de gas. Para no inhalar el gas me tiré al suelo y puse mi cara adentro de la camisa, pero fue inútil; mientras me asfixiaba, mis ojos se pusieron llorosos y mi garganta me irritaba. En medio de la confusión y la niebla quemante, llegaron dos manchas negras conmigo, eran oficiales enmascarados y me arrestaron.

El capitán Almeza mantuvo una actitud flemática ante las declaraciones del señor Campos, intercambiando una mirada severa; pero el líder ganadero continuaba su historia: —Cuando me recuperé de la intoxicación, estaba en una celda, donde el capitán Almeza agarró una macana y me golpeó; por más que le pedí que se detuviera, no me hizo caso y siguió haciéndolo hasta que perdí el conocimiento. 

El fiscal tomó la palabra:  —Señor Campos, ¿qué sucedió después y cómo llegó hasta aquí?

El ganadero prosiguió: —Cuando desperté de la golpiza, estaba enterrado. Tal vez los policías creyeron que había muerto, pero no fue así. No podía ver nada, ni moverme, ni respirar porque era prisionero de la tierra; mis fuerzas se debilitaron. 

Campos hizo silencio, silencio que aprovechó el abogado defensor para hacerle una pregunta: —Señor Campos, sus declaraciones contra mi cliente son fuertes, pero pudo ser que estuviese confundido por el arresto que usted mismo provocó. 

El ganadero miró con desprecio al abogado, por lo que alegó con exasperación: —La suma que nos querían pagar era absurda, y ni siquiera querían ayudarnos a trasladar el ganado a una empacadora de carnes. Tenía que defenderme. 

El abogado replicó:  —La expropiación se hizo con apego a la legalidad —los presentes que quedaban en el juzgado abuchearon y rechiflaron contra el abogado, quien siguió con su discurso—: Usted y su gente violaron leyes federales, por lo que el capitán Almeza hizo lo que pudo para cumplir con su deber. 

El fiscal interrumpió al abogado: —Señor juez, debemos dejar que el señor Campos termine con su testimonio, si lo que dice es cierto, hubo abuso de autoridad por parte de la policía.

Siguieron en sus alegatos el fiscal y el abogado defensor, mientras el juez ponía orden en su sesión, ya que los ánimos de los ganaderos y de los oficiales de Almeza volvían a exaltarse. 

Cuando todo regresó a la calma, el juez preguntó al líder ganadero: —Señor Campos, ¿cómo escapó si no podía moverse? 

Él contestó al juez: —No pude escapar. Tuve que abandonar mi cuerpo para poder llegar hasta aquí. 

Sorprendidos por la declaración, el abogado pidió que la anularan, pero ante la insistencia de Campos de que había muerto, le pidió al abogado que tratase de tocarlo. Tras esto, el abogado quiso tocar el hombro del ganadero, pero su mano se hundió como si hubiese metido la mano dentro de la arena en una duna; cuando sacó su mano, sorprendido, descubrió que estaba empolvada, grisácea por completo.   

De inmediato el abogado defensor dijo: —Su señoría y miembros del jurado. Mis clientes fueron declarados inocentes. La fiscalía no nos había previsto del testimonio del señor Campos, por lo que sus declaraciones están hechas fuera de tiempo y forma, debido a esto deben de quedar nulas —el fiscal protestó, pero esta vez el juez sostuvo la postura del abogado, ya que el veredicto había sido dictado.

El señor Campos, quien seguía en el estrado, sonrió con evidente malicia, su mirada era la de un coyote a apunto de atacar a su presa,  y dijo: —Imaginé que esto pasaría —al terminar de decir esto, su cuerpo se difuminó, convirtiéndose en una nube de polvo que invadió todo el recinto. De no ser por las cámaras de vigilancia y los sobrevivientes que atestiguaron lo sucedido, nadie hubiera podido dar una explicación creíble de cómo fue que en los cadáveres de los policías, el abogado defensor y los representantes de la empresa de fracturación hidráulica, había cantidades extraordinarias de tierra dentro de sus pulmones.



1 comentario:

  1. Excelente relato, investigue, y creo que te basaste en la revolución agraria de mexico para ambientarlo, esta muy bien equilibrado, el final está genial y tambien me gusto el toque de humor negro del abogado XD un 10/10

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