Por: Claudia Lizbeth Rueda
Psicoanálisis del vejigante - Rafael Tufiño (1971) |
Esto que cuento es lo que ha sucedido
en horas no hábiles para mis ojos. Donde han llegado los quehaceres de esos
personajes que empiezan a tragar mi cuerpo. Duermo y luego despierto con la
sensación de que algún miembro de mi cuerpo me hace falta. Al otro día, sin
embargo, continúo igual. Se han de estar tragando mi otro yo.
No hubo necesidad de estudiar sus
ojos ni que hablase. Él dijo lo que le sucedía sin decir palabra alguna. Lo fue
desgranando, dejando caer punto por punto. Vi toda su vida en retazos, en
cántigas de palabras semisordas para él mismo. El mundo se hacía pequeño y
rodaba frente a mis ojos. Las blasfemias del mundo se hicieron en hombres como
él, que entraba en mi cuarto de consultas.
El hombre dio unos pasos inseguros.
No sabía que todas las noches son fiestas para los trabajadores del espíritu,
los que aún no logran encontrarse en los parajes de la iluminación. Escuché sin
oír su relato su vida atacada por las noches y cómo él, con su vejez prematura,
se interna en las profundidades de su desesperación y llora sin lágrimas. Pude
ver que su cuerpo se hacía de todas formas: como lagarto, como estatua mutilada
y cubierta de algas de pestes y piedras de los caminos espirituales, con esa
dureza que hace que los incautos se alejen, se oculten o vomiten: esos que aún
temen a la realidad.
—“Usted deberá decirme de las otras
vidas, de las desperdiciadas y vueltas a nacer en días aún no claros. Tal vez
allí pueda encontrar la pierna que ahora no muevo y mis dedos duros de la mano.
Le digo que me robaron en las noches. No sé qué pueda continuar, pero los veo
llegar con sus dientes llenos de caries y después quedo con un sentimiento de
soledad y la falta de alguna parte de mi cuerpo. Aunque despierte y todo esté
tendido en la cama, yo he creído que esos no son sueños”.
Él lo había dicho, pero no sabía que
los robos desde la tierra se juntan con la voz y la ayuda de quien aún no sabe
que puede cultivar su materia entre los cuatro elementos de la tierra. Ahora
logro entender el porqué los robos de todos los días venideros implican las
muertes desconocidas. Es también alimento para la búsqueda de la verdad, esa
que no sale de las bocas terrestres llenas de placer por la muerte de los
cuerpos.
—“Fíjese que un día logré ganar y en
mi cama amaneció un objeto color rosa, con una figura que no supe descifrar. La
lucha fue frontal y pude darle con un palo de escoba que encontré en el lugar
que peleamos. Creo es un lugar que habitan los niños en el día, una casa como
escuela, ahí nos encontramos”.
Él traía una bolsa, al parecer llena
de partes de otros cuerpos, por eso fue que no pudo moverse con ligereza, como
acostumbra. Le di un golpe en la parte que podía corresponder a la garganta y
cayó para adelante. Frente a mis pies se desparramaron las partes que traía en
la bolsa y fue cuando busqué mi pierna y mis dedos. Creo que no eran las mías
porque los dedos de mi mano se me hicieron más grandes y mi pierna más chica,
por eso llevo zapato con triple suela. Esa vez no tuve miedo, pero el lugar era
aquí mismo en la tierra. Las otras ocasiones eran en el aire o en casas
flotantes y caminos sin piso.
Sus ojos continuaban hablando y aún
no decía palabra alguna con su boca. Estaba allí por sus pesadillas y el anhelo
de saber si era él o era otra persona actuando con su vida y nombre prestado.
Él no sabía que existiera un ladrón de los espíritus y que por hacerlo le
pagaban lo que pedía. Era tan solo una víctima que apenas si podía adentrarse en sus
viajes y las luchas a muerte.
—“Figúrese usted: un día no alcancé
a llegar a mi cuerpo, me agarraron, me tuvieron preso en el espacio, como si
fuese una campana de cristal donde no puede uno salir y continúa para arriba
sin encontrar la salida. Recuerdo que hasta me exhibieron no sé cuánto tiempo,
hasta que logré escapar y llegando a casa, me estaban haciendo pruebas para que
volviera a vivir. Como si uno muriera”.
Él era otra persona que había subido
a niveles de conocimiento que poca gente entendía. Y aún no hablaba con su
lengua. Creo que así es como se construyen las blasfemias del mundo contra
algunos hombres. Agregó sin abrir la boca:
—“Quizá nada pueda salvarme o digan
que estoy perdido. Pero eso no es cierto. Esa es la historia de los que desean
el reino material. Saben que esto es subversión, cambios en el otro yo. Pobres
de quienes lo duden y se mofen de la incredulidad, pues les llegará su vara, su
medida… Le digo que esto es hasta prohibido. ¿Se imagina la luz que habría en
la tierra si se comprendiera? Pero no se permite y allí están los hospitales.
Yo sé que usted lo entiende; nomás deje que le diga: los hospitales se han
llenado todas las gentes y allí en los fondos grises han llegado otros seres y
se entienden con ellos. Así lo viví cuando me quedó en la cabeza el residuo de
una golpiza que me dieron en uno de 'esos sueños', que creo, no han de ser.
Todo pasó cuando en otra ocasión, en el hospital, me curaron en otro viaje.
Entonces, salí a la calle y aquí estoy: ante usted para poderle contar.”
El hombre cogió la silla, la jaló.
Pero aquellos ojos eran otros ojos y se apoderaban de las respuestas. Viajaban
conmigo en ese diálogo abierto y franco. Su espíritu lo decía todo, sin prisa. Había
llegado el momento: ahora él necesitaba articular en palabras toda la historia
que me había contado sin hablar. De su mutilado cuerpo tendrían que venir
gritos ahogados que acaso solo yo escucharía…
Mientras se acomodaba inquieto en la
silla de madera, al fin se atrevió tímidamente a decir:
—“Pues verá… No he venido a
consultarlo. En realidad soy vendedor de seguros médicos”.
Vaya sorpresas que me encuentro en este sitio. MUY buen cuento y plagado de buen humor.
ResponderBorrarJajaja. Sinceramente muy bueno y divertido. Un fiel retrato de cómo nos ven los profesionales de la salud y la realidad.
ResponderBorrarVaya sorpresa tu cuento Claudia; en verdad extraordinario!
ResponderBorrar