domingo, 3 de julio de 2016

Literatura: El mundo de Muerte (relato)

Por: Antonio G.

De Sterrennacht - Vincent van Gogh (1889)

Muerte que Nadie Quiere, llegó a su morada; era una casa chica, como las demás. En ese lugar vivían todas: Muerte Fría, Muerte Indolora, Muerte Hermosa, Muerte que Todos Desean, etcétera. Cada una en su hogar, en un pueblo lejos del mundo, pero de donde al mismo tiempo, podían vigilar todo lo que en este pasaba.
A diario llegaban cansadas, agotadas de lo que tenían que hacer. Muerte que Nadie Quiere, se quitaba su túnica negra al entrar, se veía en el espejo, y se preguntaba por qué siendo tan hermosa como era, la gente seguía sin quererla. Se sentaba otra vez en el sillón nebuloso, y descansaba sus pies huesudos sobre la mesita de centro. Al rato, volvía a sonar la alarma, llegaba el memorándum blanco, y lo veía con pesar, pensando que seguro tendría que pararse a ejecutar otro trabajo. “Espero esta vez, quieran a Muerte Fría, o a Muerte Indolora”, decía siempre para sí. Pero no. La carta, que tenía el nombre y lugar y hora en que había que recoger al sujeto, rezaba casi siempre al final: -Esta persona tiene miedo de morir-. Y ya Muerte que Nadie Quiere sabía que tenía que acudir, de nuevo, a cumplir con el cometido.
Muchas veces tuvo envidia de las otras, pues lo que hacían era más sencillo. Ella, en cambio, debía de actuar en los momentos de felicidad, cuando la gente estaba rodeada de amigos, de familia, de personas que en verdad estimaban; llegaba a pararles el corazón, a hacerlos que tragaran mal y que se ahogaran con la comida; a algunos tenía que quemarlos, y a otros ahogarlos. Cuando estaba al borde de llevárselos, precisamente en ese punto donde los sujetos podían admirar ambas tierras, la de ella y la de ellos; la miraban con sus ojos llorosos, y le pedían que por favor, los dejara vivir un momento más; y Muerte que Nadie Quiere les contestaba, dolida, que no podía retrasarse en esos encargos, porque aún por arriba de ella, alguien se lo ordenaba. “¿Y cuál es el castigo si no lo haces?” alcanzaba a cuestionar todavía alguno; ella, que gustaba de conversar antes de que se fueran, les decía: “Nuestra condena es la eternidad. Si no tomamos a la gente cuando se requiere, nos añaden años para seguir trabajando. Es cansado y tortuoso, ¿sabes?; cuando la gente cree que la vida les ha dado otra oportunidad, porque no murieron en algo que parecía que tenían que fallecer; bueno, no es la vida, somos simplemente alguna de las Muertes, que hemos decidido no tomarlos. A nosotras también nos duele, pero es algo que tiene que cumplirse. La muerte tampoco tiene escapatoria”. Y ellos se iban, allá, a otra parte. Y ella volvía a su mundo, entraba a su casa, se quitaba la túnica negra, otra vez se sentaba en el sillón nebuloso, y colocaba sus pies huesudos en la mesita de centro, esperando el siguiente memorándum, e implorando para que no requirieran de nuevo su presencia; porque al final, Muerte que Nadie Quiere lo sabía: era ella la que sufría más, la que tenía más riesgo de ser eterna. Y siempre le rondaba la pregunta: ¿Qué habré hecho para merecer este castigo?

6 comentarios:

  1. Corto pero interesante!! te engancha de principio a fin!!

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    1. ¡Qué bueno! Espero que las otras publicaciones también sean de tu agrado.

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  3. Qué superpadre está y además muy bien narrado!

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    1. ¡Muchas gracias! Sobre todo por tomarte el tiempo de leerlo.

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  4. Pues sí, de verdad que es muy buen relato y se nota oficio y trabajo.

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