Por: Karim Yaver
"Le soleil dans son écrin", Yves Tanguy |
Soy la tierra que sobra. Tú sabes, cuando
cavas un hoyo, un hoyo-potencialmente-tumba-casa-del-muerto, cuando clavas la
pala y lanzas fuera la tierra (todos lo hemos hecho, ¿cierto?), esperas a que
llegue el cadáver, lo colocas dentro y sobre el bulto echas aquella masa que antes
habías lanzado fuera. Ese cuerpo ocupa entonces un espacio, un volumen no natural
que ya es parte de ese hoyo; un hoyo que ya no es, porque ya es otra cosa… es
una tumba, un sepulcro, una sepultura. Y luego tomas de nuevo con la pala, de
ese mismo bulto, un montón más de tierra y comienzas a cubrir el hoyo, la fosa,
hasta el tope. Pero está este cuerpo ocupando un volumen que no le pertenece
—mi gatita, una complicación hepática, nueve años; murió y no me quedó más que
rasgar la superficie y dejar su lánguido cuerpo yacer en su abertura… de vuelta
al vientre, querida—, y lo que sobra ahora es una colina protuberante de tierra
huérfana, de tierra desnuda, un montículo de soledad sobre el pasto húmedo. Y
yo veo eso, y yo soy eso, esa tierra que sobra en la superficie, ésa que
debería anidar debajo.
Vaya, un cadáver robó mi
hogar —¿no fue el ladrón aquél que arrebató su aliento?—, y a veces me pregunto
si no soy yo también ese cadáver, o el hoyo que ya no es hoyo, o el aliento que
se evaporó o la mano trémula que lo arrebató de mí. A veces me pregunto si yo
mismo soy un soy, y si no soy un fui.
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