Por: Andrés Vega
El insomnio solía ser ese momento donde todo se volvía ideas e imágenes de mundos más interesantes que el que me tocó vivir. Ser un noctambulante solitario tenía su lado muy melancólico, pero era (al menos hasta donde recuerdo) algo no tan malo ni lúgubre, sino una pequeña cueva ni muy húmeda ni muy cálida en la que podía enredarme en mis pensamientos, hacer planes que nunca iba a realizar, soñar historias que nunca iba a escribir, desear lo imposible sabiendo que era irrealizable... y de pronto eso se fue.
Encontré a otras personas que, como yo, vagaban por la noche y por un tiempo pensé (ingenuamente) que había hallado a mi especie... pensándolo bien, sí son de mi gente: arrogantes, sin tacto, petulantes, quejumbrosos y, sobre todo, incapaces de hacer reflexión interna sobre nuestros actos y el impacto que las palabras dichas al calor del afecto pueden provocar.
Podría pensarse que soy un ente delicado o muy sensible en esto de las palabras, y sería verdad. Además de eso, soy demasiado torpe con ellas, pero en mi defensa podría señalar que justamente por eso son pocos a quienes concedo acceso a esta área que llamo mi versión más sincera. Tal vez debo redefinir mis criterios, pues pasaron de ser invitados a quien daba gusto ver, a inquilinos morosos que sólo ensucian y hacen desorden.
Escribo esto con enojo y frustración temporal. Mañana es posible que me arrepienta de mis palabras... pero resulta que no tengo otro lugar en dónde expresarlas. No tengo más quien las escuche (al menos no alguien que me importe) y sólo lo haga sin querer resolver mis problemas, sin darme quejas, sin reprobar mis acciones, sin cuestionar mis motivos, sin interrumpir cada idea antes de que nazca; pues soy falible, errático y por supuesto que puedo equivocarme. No necesito que me lo recuerden, pero aun así mis beloved ones sienten imperativo el hacerlo, armados tal vez con un sentimiento de superioridad moral o como mínimo una cachiporra con hule espuma alrededor.
Mi insomnio se tornó en cuidar el sueño a una persona que me llamaba por teléfono dormida y no recordaba las palabras de alivio que alguna vez le procuré ante una pesadilla. Después se hizo un dolor tan agudo que no me dejaba dormir, pese a que mi alma clamaba por lo onírico o al menos por cinco minutos de MOR. Por último, se volvió esperanza, que aunque dura, con el tiempo se convirtió en desencanto ante las exigencias de una vida nueva; y ahora todo es malentendidos y disculpas por bien intencionadas palabras mal entendidas, mal dichas y mal recibidas. Y parece que he perdido mi derecho a quejarme, pues todo fue voluntario, temo decir.
La adultez y el amor (temor) volvieron mi insomnio algo diferente que no me agrada. Sé que acabaré solo, pues cierto es que entre dos personas, aunque haya todo el amor del que se es capaz de profesarse, no alcanza para entenderse. Quisiera que no me importara ser entendido por el otro. Desearía volver al olvido (¿o será, recordar el olvido?), mas sé que dirían mis beloved ones que es una suerte de berrinche, y por eso ya no deseo contarles más. Aún si lo fuera, desearía que tuvieran la capacidad al menos de escucharlo y que dejaran de creer que si mi madre no pudo (o no quiso) darme una tunda por berrinchudo, ellos están obligados a hacerlo.
Tal vez en su momento elegí un par de perros dóberman como compañeros de vejez porque sentí que ellos podrían escucharme. Probablemente mis palabras los pondrían de malas, pero prefiero un ladrido genuino a otro disfrazado de amable y no solicitado consejo.
¿Es muy narcisista estar en un sitio donde sólo esté mi voz? Puede ser, pero ¿por qué debo estar obligado a oír voces que sólo me dañan? Tener compañeros incapaces de una réplica, ¿no podría ser algo más elevado que simplemente ser alguien enamorado de su propia voz y que prefiere un interlocutor silencioso?
Mis otros no lo piensan así. En general no me importaría a no ser porque mis errores tienen ahora un sabor amargo, pues ese amor rudo no me sienta bien. Es el adiós del noctambulante. Ahora sólo soy un neurótico, quejumbroso, intolerante, o ponga usted el apelativo que más le guste... Porque cuando estaba solo, yo elegía mi nombre y ahora no me alcanza la voluntad para defenderlo. Hoy, quienes me aman, me ponen otros nombres ante los que nada puedo hacer. Extraño mis noches solitarias de insomnio, extraño el desear encontrar alguien que me entienda, creyendo que esto es posible; extraño el dormir con luz de sol y darme baños de luna. Me extraño un poco más cada día, y eso es ahora en lo que se me van las desveladas.
Arrojo al oscuro océano de la noche esta nota en una botella con el deseo de que alguien la lea, pero con la esperanza de que nadie la encuentre; pues sólo me estoy quejando de lo que me refleja el espejo de mis elecciones. Ojalá pudiera romperlo y quedarme ciego para no volver a ver a ése que tanto odio: al que me mira ominosamente del otro lado del insomnio.
Un auténtico grito que se ahoga en sí mismo. Muy interesante relato!
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