Por: Carlos Alberto Morales Muñoz
A Eduardo F. Miranda
¿A qué velocidad, la luz?
En el espacio hay regiones que
puedes considerar plenamente “vacío”, ya que la distancia entre singulares
átomos es inmensa. La luz viajaría estas distancias en segundos, mas nosotros,
sin medio absoluto de movimiento propio, quedaríamos en la deriva infinita.
Suponiendo que uno está en el
vacío, la luz no llega a nuestro lugar. La oscuridad, total, no nos permite ver
diferencia alguna. No percibimos cambio al mover nuestro cuerpo: girar,
voltear, agitar. Nada modifica sentirse fuera de gravedad.
El vacío tiene la capacidad
divina de la eternidad: no existe el espacio, no existe el tiempo. Sabemos que
fuera de esta región, las estrellas brillan, los planetas se mueven, las galaxias
recorren el universo. Allí existe tiempo y espacio. Pero un hombre, condenado
por Dios a pasar su vida en esta nada, está en realidad en el mismo cielo (o
infierno). Este hombre no diferenciaría los segundos, minutos, horas, años…
¿cómo saber que en realidad el tiempo está pasando si la oscuridad no le
permite notar su propio envejecer? A él, la eternidad lo consume.
Supongamos que uno se encuentra
en este lugar. No existe luz alguna. ¿A qué distancia notaríamos un cometa?
Porque lo que vemos es la luz de éste, mucho más rápida que el cometa en sí.
Entonces, ¿cuánto tiempo tardaría el cometa en llegar al sitio que la luz ocupó
al inicio? ¿Cuánto tiempo tardaría el
cometa en llegar a nosotros? Y, al irse el cometa, estando completamente fuera
de vista, ¿cuánto tiempo veríamos su luz? ¿Cuánto tiempo este rayo de esperanza
daría sentido a la existencia del hombre? Pues esta luz diminuta, este destello
(el tiempo que existió fue nada, comparado con la eternidad), para el hombre
fue todo: Dios, demonio, oráculo, depósito de fe, prueba divina, sentido de
vida, motivo de su sufrimiento… de nuevo, ¿cuánto tiempo duró? Y, aun así,
¿cuánto tardará el hombre en olvidarlo?
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