Por: Félix Jiménez Pérez
Uno de los supuestos fenómenos que se
llevaban a cabo en esta parte del Gran Charco, es el canibalismo. Algunos
europeos escribieron que los nativos americanos eran muy dados a practicar la
antropofagia, que una de las suertes que podían correr los “esclavos” era ser
guisados en manjares selectos para la alta sociedad, o que algunos otros “plebeyos”
corrían esa suerte en los calpullis del pueblo, como si se tratase de un animal
de caza, y esto lo demuestran claramente, para aquellos incrédulos, los huesos
que se encontraron dentro de ollas, en no pocas casas de la Gran Tenochtitlan. Por supuesto que esas ollas contenían las sobras de humanos devorados por
humanos, ¿cómo poder dudar de esta práctica si eran capaces de arrancar
corazones de un solo tajo? Vamos a tratar de refutar este punto con una
herramienta poco usual para aquel que duda: la mitología.
Los mitos son el reflejo de la realidad:
algunas veces describiendo un fenómeno de manera directa, como es el caso del
pelaje del ocelote, y en otras dejando ver cómo es que se interpretaba tal o
cual acto, teniendo dos posibilidades, o bien la recompensa, o bien la
desgracia, como resultado de haber llevado a cabo tal acción. El siguiente mito
trata sobre el canibalismo, su nombre: Wendigo.
La fisonomía del Wendigo, llamado en otras
naciones: windingo, witiko, widigo, entre otras, tenía diferentes formas. En
unos casos era un cuerpo en descomposición con pedazos de carne y piel colgando
de los huesos; una bestia parte lobo, parte alce, parte hombre (humano pues, no
se ofendan por la inclusión) en otras versiones; y un hombre-lobo corpulento de
pelaje blanco y colmillos largos y afilados, muy parecido al Yeti, en otros
casos, o como el viento que corre por las copas de los árboles.
En las tierras americanas, como en diferentes
puntos del globo, existía la imagen de un ser terrorífico y salvaje, un
personaje parecido a los hombre-lobo, pero con ciertas características
distintivas. Allá el que sufría el ataque de un hombre lobo se convertía en
vástago del cazador peludo y dicho linaje se iba extendiendo hasta la eternidad
por este medio; acá este mal no se imponía desde fuera, sino que era el
resultado de hacer un acto prohibido tajantemente. Los inviernos en
Norteamérica son muy crudos, en tiempos antiguos se perdía todo o gran parte de
los alimentos que se cosechaban, los animales se resguardaban del frío y por
consiguiente no había ni frutos que recolectar, ni animales que cazar. Esto
generaba una escasez de alimentos que podía llegar a provocar muertes por
hambruna. Para estos casos, algunos grandes antropólogos nos dicen que se
“sacrificaba” a los niños y ancianos, los que hacían menos y necesitaban ser
más atendidos, para alimentar a la mayoría del pueblo. Era en estos tiempos
cuando el espíritu del Wendigo llegaba a las aldeas y hacia que los más débiles
de espíritu cometieran actos de canibalismo, aquellos que llegaban a sucumbir a
sus deseos poco a poco iban degenerando en bestias, condenados a vagar por los
campos sin poder saciar su hambre. No se reproducían en los cuerpos de sus
víctimas, sino que nacía uno nuevo en los que preferían salvar su ser, tomando
la vida de alguien mas. Tomando en cuenta este mito, es difícil aceptar que la
antropofagia fuera un acto común y cometido indistintamente, sin tener
repercusiones o atributos. Era preferible morir de hambre que alimentarse con
carne humana, el que lo hacia dejaba de ser humano; no hubiese sido necesario
inventar a un ser maldito como advertencia si la antropofagia fuera un acto
común. Los huesos que se encontraron en
las ollas de barro eran en su mayoría de bebes recién nacidos; la olla representa
el vientre de materno, y se depositaba dentro del vientre de Tlalli Tonantzin
-Nuestra Madre Tierra-, para asegurar su estancia en el Chichihuacuaco -Árbol
de los senos o Árbol de las nodrizas.
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