Advertencia: Contenido Erótico.
Por: Paul César González Maza
San Cristóbal de las casas, Chiapas;
México 21:34 hrs.
Si ves dentro de tus venas, podrás observar cosas como gusanos en una
cubeta llena de comida putrefacta. Unos dicen que son células o glóbulos, para mí
son gusanos que se arrastran. No estoy seguro, pero puede ser que ellos
produzcan la sangre.
En esta ciudad fría se exigen más a sí
mismos estos animales rastreros. Para calentarse chocan entre sí o se lamen, sacan
lenguas largas dentro del ambiente sanguíneo y se besan juntando sus cuerpos en
asfixia por el frío. Todo animal ansía calor aún por más extremófilos que sean.
Las casas eran coloniales, pintorescas, y
el camino empedrado; por allí iba un hombre con andar airoso; ulteriormente, él
se detuvo ante la puerta del bar “Revolución”, y entró.
En el bar, una hermosa mujer pasaba
desapercibida (quizás por ser un lugar cosmopolita), sus dedos calientes
sostenían el vaso de cristal de su frío Jägermeister.
Y paralelamente a ella se sentó aquel hombre en una mesa, escondido con la poca
luz que había, sin que nadie, ni ella se inmutaran.
Una mesera francesa saludó con torpe
español al hombre para ofrecerle el menú. Él sonrió y saludó cautivando a la
mesera con ligeras palabras que salían de su voz con un encanto roedor. Y ella,
bajo una sensación que erizaba su piel, quería quedar petrificada, como una
estatua, para disfrutar el momento del suave aire que paseaba en su cuerpo; en un
incompresible viaje de la
presencia viril, que recorría desde su cuello hasta su vulva. Era un beso no
dado, una caricia sin tacto. La francesa, al salir de su hipnosis, se fijó que
él había ordenado la misma peculiar bebida de la mujer que estaba sola. No dijo nada y se despidió con una
sonrisa nerviosa.
La francesa, por momentos, veía al
caballero desolado y sentía una tensión excitante nada más por su presencia,
disfrutando un calor sicalíptico entre sus piernas. Él, desde su mesa, con
piernas cruzadas y cerradas, observaba a todos y tal vez a nadie; como cuando
los cuerpos andan y uno lo que disfruta es ver la belleza de la unión de los
átomos formando objetos. La dama solitaria siguió la mirada de la francesa y se
encontró con el hombre, quien se percató de sus ojos brillantes.Y su
perfume femenino, como una neblina que pesa a los pulmones, llegó hasta él,
como carta al paraíso erótico de los condenados al infierno. Luego, sus miradas
disimuladas eran sorprendidas. En un silencio se decían de sí, y conociéndose
se intrigaban.
La francesa iba y venía de sus mesas, como
acarreando sus ebrios espíritus de un lado a otro, mientras les llevaba sus Jägermeister.
La noche se abatía entre la vida de todos;
con risas, balbuceos y pláticas; o
en algunos movimientos de cabeza con repentinas canciones de jazz. Y ellos
estando solos se acompañaban. Al mismo tiempo, fueron a sus
baños respectivos, solo separados por un metro de distancia, mas ni al coincidir
en las entradas mostraron incito alguno. Ya a puerta cerrada, él sentía una
erección inadecuada para orinar; y ella un cosquilleo sexual al subirse la falda para sentarse.
Al salir los dos, sincrónicos, no se brindaron ninguna mirada, ni respiro
lascivo; sofocaron sus sentidos con el fin de no usarse para el goce del otro.
Los gusanos sanguíneos se hacían gente
dentro del cuerpo de ambos, pululando se gozaban en una bestial orgía.
Ya era la madrugada, y afuera algunos
borrachos vagaban entre la niebla de las calles; y posesos por el alcohol iban olvidados de
sí, siendo otros dentro de sus cuerpos.
Ella y él fueron hacia la única salida
del bar, deteniéndose ambos.
En el rojo universo de las venas
sanguíneas, los gusanos antropomórficos se daban un festín, chupándose y
lamiéndose todas las partes del cuerpo, sin dejar rincón alguno y esfínteres
pervertidos.
Él, caballerosamente, le cedió el
paso en la salida.
—Pase —dijo con voz baja y osada demencia.
Ella vio los ojos hermosos del hombre,
eran como la profundidad de una noche marítima poseída de lujuria. Se mojó los labios, saboreando el agradable
aliento masculino. Y Salieron caminando entre las calles escasas de gente.
Los dos ansiosos de sus cuerpos
emparejaron sus pasos.
— ¿A dónde va? —Él preguntó.
— Creo que daré un paseo —dijo ella
mientras caminaba en el frío de las vísperas del alba.
— ¿Me permite ir con usted?
— Claro, ¿a dónde iba?
— Puede parecer increíble o con poca
imaginación pero también iba a dar un paseo, por eso ahora lo hago.
Las calles se emblanquecían por la niebla.
— Noté que estaba solo, ¿a qué se debe?
— Nada en concreto, tal vez porque
prefiero estar aparentemente solo y acompañado a lo lejos con personas como
usted —La respiración del hombre se extasiaba al sentir el aroma delicioso de
ella.
— Eso es un poco extraño, pero a decir
verdad creo que yo hacía lo mismo.
— Eso es posible, me pregunto qué estará
haciendo usted ahora en sus adentros, ¿tal vez lo mismo que yo?
Detuvieron los pasos en el camino y él se
acercó con cautela.
— Es posible, ¿qué haces usted?—dijo ella.
—Yo; respiró cerca de su cuello—se acercó
el hombre aventurado, y hacía las cosas que iba diciendo. Y La mujer suspiraba
disfrutando el placer que aceleraba su respiración. Mientras que él continuó
narrando entre susurros su osadía —también tocó sus suaves manos femeninas, sus
brazos, sus hombros, bajo a su cintura.
De pronto, cegados por el deseo se habían
olvidado que estaban en la calle. Ella suspiró entre un pequeño quejido. Él
hombre puso un dedo en la boca de la mujer, y ella correspondió chupando
cariñosamente el dedo fálico.
Los gusanos pululaban enrojecidos gustosos
en las fauces del infierno.
El besuqueo acrecentó entre las caricias,
con los labios recorriendo sus cuerpos, y rozándose sus partes íntimas que
palpitaban acuosas en las luminiscencias del cielo.
Los malditos gusanos se bendecían con sus
lenguas de fuego, toqueteándose con sus alas de cartílagos.
Ellos mismos se hicieron demonios y se
mimetizaron en las paredes de las casas azotadas por el frío de la madrugada.
Se arrancaron las ropas, y quedaron desnudos en la calle. Inmolaron sus cuerpos
a nombre de un sexo bestial, cual mejor afluente para el amor.
Pocas personas lograron verlos desnudos,
siendo ella arremetida por el falo de su hombre, y siendo él sucumbido por el
paroxismo de su mujer. Pocos los vieron, pero eran muchos para el escandaloso
acto del que sólo los animales inferiores al humano tienen el privilegio:
Concebir su deseo en plena calle, sin vergüenza de sus cuerpos, sin pudor de
las miradas; bendecir a los espectadores con el torrente bestial de sus
fluidos.
Exhaustos y desnudos quedaron abrazados en
la calle sorprendiéndose a sí mismos con el alba, y los asquerosos gusanos
viviendo en vehemencia por el gesto de los amantes.
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