martes, 28 de febrero de 2017

Literatura : Correspondencia perdida (relato)

Por: Néstor Ramírez Vega





A Fany
 

No tenía sentido guardar las cosas del abuelo. Él murió, se fue de este mundo. Con 84 años la vida no es sencilla, en especial cuando vuelves de la guerra. No quiero decir que su vida estaba jodida, pero sí era muy diferente.
El abuelo fue de los que se unió al Escuadrón 201 cuando tuvo alrededor de 20 años. Nadie supo por qué quiso quedarse en Alemania después de la caída de Hitler, sólo volvió a casa en 1957, pero de su tiempo en Europa nada contó.
Cuando alguien intentaba preguntarle sobre sus años en Alemania él decía que tenía dolor de cabeza, tenía sueño y, en mi caso, lanzaba la pregunta fatal: "¿ya terminaste tu tarea? ¿No tienes otra cosa qué hacer?" No es que fuera una mala persona, pero en torno a ese tema nunca se discutía.
Mi padre decía que el abuelo cambió cuando murió la abuela. Ante el féretro permaneció de pie y balbuceó algo ininteligible. Papá temió que algo le pasara, más ahora estando solo. Desde entonces vivió con nosotros.
El silencio más frío es aquel en el que las miradas se cruzan en la eternidad de lo efímero. Comenzamos a sacar su ropa y algunas cosas que consideramos ya no servían. En su escritorio había hojas blancas y un bote con tinta china. Con su camisa blanca y su pantalón color caqui con tirantes negros, el abuelo siempre escribía algo que nunca terminaba. 
Me acerqué al escritorio y encontré un tornillo en el suelo. Había caído de un cajón que estaba atorado. Lo jalé con todas mis fuerzas y ahí estaban más de una docena de cartas amarradas con una liga. El destinatario era una persona en Alemania de nombre Ulrike Röhl. Tomé una carta al azar, había sido escrita una semana:


Querida Ulrike:


La vela que alumbraba mi camino se consumió. Todo mi mundo quedó en oscuridad, en el olvido. Nuestro destino fue destruido. Las vivencias que teníamos juntos nublan mis memorias como las nubes se ponen frente al sol. Ángeles sangran sin razón y los pecados finalmente se castigan.


Pronto me reuniré contigo en un nuevo lugar, junto al pequeño que nunca nació y te llevó con él. No es que no amara a mi familia. Incluso cuando falleció Marisol me di cuenta de lo solo que estaba. Primero tú, luego ella. Hay quienes estamos malditos en el amor.


Frente a su ataúd sólo podía decir: ‘Noch einmal, noch einmal. Una vez más, una vez más. El ángel exterminador vuelve de nuevo’. Al perderte perdí mi felicidad; al perderla a ella, mis ilusiones. Te amé a ti, amé a Marisol; amé a mi hijo, quien sabrá cuidar de su familia. 


Nadie supo nuestro amor no porque me avergonzara, sino porque era algo entre tú y yo, una vida, un secreto. Sin ti caí en depresión; sin Marisol, en las sombras del olvido. ¡Cuántas veces no quise salir de la oscuridad! Ahora los faisanes me llaman al jardín eterno cuando el reloj marca las 12.


En el borde de la vida la noche dura 24 horas, aunque sé que una mañana, o quizá sea de noche, no lo sé, veré la luz. Entonces los sueños dejarán de ser pesadillas y el viento arrasará con las cenizas.


Siempre tuyo.


Terminé de leer la carta y la volví a guardar. Entendí que no es que el abuelo fuera un amargado, sino perdió su razón para vivir. El mal de amor es la enfermedad más peligrosa del mundo. Su corazón se quebró al igual que sus ilusiones.
Al caer la noche saqué  las cartas al patio y les prendí fuego. El humo llegó hasta las estrellas que iluminaban el pasado sombrío del abuelo.


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