Por: José López Avendaño
Domingo 11 de diciembre de 2016
A Jorge Luis Borges:
Respetable creador de simbolismos. Paso a dedicar estas módicas alusiones a tu persona. No he hallado una mejor forma de hablarte sino por medio de un mensaje epistolar. El ejercicio de las letras (las que cultivaste con destreza) me lleva a dirigirte lo siguiente:
Recorriendo los libros de mi modesta biblioteca, veo que hay un espacio vacío; una oquedad en el librero que me entristece y zahiere. Aquel espacio pendenciero fue el de tu libro, el del libro más influyente en mi vida. Ocupó el espacio de mis noches y el tiempo de mis sueños, porque en ti conocí a la literatura. Tú eras la literatura.
Desde aquella edad en que mi padre abandonó este mundo, tú fuiste quien tomó su lugar de educador; absorbí la cultura de tus palabras, leí la obra de la que poco te jactabas. Fueron tus espejos y laberintos una obsesión que me consumió. Pasé noches de desvelo leyéndote, en mis horas de sueño te presentabas cabal a seguir ilustrándome. El horror de tus mitologías me abrumó.
De tantas lecturas ahora ocupabas mi memoria. Tenía recuerdos ajenos, recuerdos de tu biografía que tantas veces leí y releí. Las noches de sosiego consumidas paraban a ser más que un recuerdo. Llegando a esta edad (algo intrascendente en verdad) que el continuo de Bergson dictamina de 22, decidí que debía dejarte. Eras un amor del que debía deshacerme, me dolía tu influencia en mis escritos, en la vida, en la conversación casual; mas para lograrlo, tenía que obsequiar tu libro. ¿Y quién mejor que un amor para esconder otro amor?, me dije a mi mismo. Por eso, dediqué algún tiempo en buscarlo y en concertar una cita con aquella dama que nunca supuso que, al mencionarle el regalo, estaba también haciendo alusión a mi corazón. Antes de dar el libro, quise tenerlo en última instancia durante muchas horas entre mis manos, como tratando de asir un recuerdo que aspiraba a ser lejano. Llegado el momento, lo solté. Ahora formaría parte de un nuevo lector.
Algo ocurrió ese sábado por la noche en el cine; algo también en el paseo por el parque, después. Una parte de mí pasó a abandonarme para ser de otro; para unirse a una serie de actos que acaso llegarían hasta el infinito.
Reflexionando todo esto, dedico estas líneas a un lector que ya no existe de forma física y que prevalece en la memoria de sus lectores. Hoy, algunos días después, siento que te extraño, lector imposible, y anhelo tu presencia. He consolidado la costumbre de salir a caminar para olvidarte (algo tan difícil), para por fin dejarte y alejarte de mí.
Espero no haya importunado tu descanso con estos desatinos. El olvido es la meta has dicho, ojalá lo haya alcanzado.
Atentamente y con cariño: José López Avendaño.
Hermosa carta. Me gustó.
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