miércoles, 8 de febrero de 2017

Literatura: Un mundo perfecto (cuento)

Por: Andrés Vega

La huida - Remedios Varo, 1961

I
Un leve destello de conciencia: solo eso bastó para cambiar el mundo. 
El ser sintético antes conocido como Adán, quien estuvo privado de conciencia e individualidad, logró lo que millones de muertes no pudieron. Esa chispa lo llevó a revivir el pasado, cuando era un hombre enamorado y perdido en los ojos de su amada... Hasta que llegaron los invasores, cuya vida era artificial y de los que muy poco se supo; excepto que, se esparcieron tan rápido, que no hubo tiempo mas que para tratar de evadirlos.
Los sintéticos (así se les conoció) absorbían cada individuo capturado y lo integraban en una conciencia colectiva, invadiendo su cuerpo para transformarlo en algo que consideraban más eficiente. Químicos desconocidos se inyectaban para modificar la piel de la víctima volviéndola grisácea y francamente repugnante, reemplazando entonces la mayoría de los órganos internos con tecno-materia y reduciendo lo humano a lo mínimo posible. El resultado era una burla, una aberración: una entidad biológica corrompida cuya conciencia era suprimida y sus movimientos guiados por una sola voluntad. Y esto era tal vez lo más monstruoso de todo, pues aunque se lograran destruir uno o cientos de ellos, todo era tan fútil como quitarle una piedra a una montaña.
Esta voluntad única no estaba escindida, sino que usaba cada cuerpo como un vehículo y, era tan abismal, que incluso no tenía identidad y se nombraba a sí misma como él/nosotros; palabras que, repetidas a través de cada unidad asimilada, emitía simultáneamente y por la misma boca. Sostenía además que su objetivo finaal era curar a la humanidad de ese cáncer que representaba la individualidad, pues en la conciencia única del colectivo no había dolor ni alegría.
Para escapar y evitar ser asimilados, los humanos se congregaban en caravanas armadas con lanza-misiles, diversos explosivos y rifles de asalto. Dos jóvenes muchachos, Adán y Eva, formaban parte de una de ellas. Por su parte, los sintéticos -siempre al acecho- daban muy poco tiempo de descanso, por lo que había que moverse rápido y ser poco allegados a los lugares donde los convoyes se detenían para buscar suministros. No obstante, el amor de la pareja era tan fuerte que, mientras estuvieran juntos, su hogar era cualquier lugar.
Y así fue por algún tiempo, hasta el día fatal en que los perseguidores llegaron mucho antes de lo previsto. Los encargados de vigilar las caravanas secumbieron al sueño y cayeron asesinados antes de dar alarma. El ataque fue tan feroz y despiadado que, en su desesperanza, muchos humanos más se entregaron voluntariamente para ser asimilados. Uno de los sintéticos, colosal en su tamaño, atravesó las endebles defensas de la caravana y sujetó el vehículo en el que Adán, Eva y otros intentaban huir. Ese era el fin -pensaron-, pues mientras aquel ente sostuviera el vehículo, no había modo de seguir adelante. Adán abrazó a Eva y le pidió que cerrara los ojos. La consoló diciéndole que todo iba a estar bien y, en cuanto ella obedeció, la empujo al fondo del transporte, tomó una línea de explosivos y saltó del vehículo sobre el sintético. Atacó sabiendo que ganar era imposible, pero su plan no era vencerlo.
El sintético, desconcertado ante ese acto de estupidez, usó una mano para sostener a su atacante e iniciar el doloroso proceso de asimilación. El último acto consciente de Adán fue presionar el detonador. Aterrada, Eva trató de bajar del vehículo, pero todo fue inútil pues era fuertemente sujetada por otro pasajero del convoy. La explosión liberó el transporte, al tiempo que el grito de “¡No!” de la muchacha anunciaba la dolorosa separación. Las abundantes lágrimas nublaron sus ojos evitándole ver el abominable proceso de asimilación. La lluvia hizo el resto. La poca vida que quedaba en Adán fue robada por los sintéticos y, lo que restaba de su cuerpo, se unió a la inerte tecno materia.
II
Cinco años después, la raza humana había quedado reducida: de unos seis mil millones de especímenes, a apenas unos cientos dispersos alrededor del mundo. Sin embargo, con lo que aún quedaban de recursos en inteligencia militar global, descubrieron que, si bien la conciencia única de los sintéticos obtenía mayor poder con cada asimilación, lo cierto era que poseía un núcleo central que se encontraba en aquella poblada ciudad donde habían aterrizado y hecho el primer contacto con el hombre. Destruirlo entonces era tal vez la última oportunidad que quedaba. Los muy pocos hombres de ciencia que aún sobrevivían, dedujeron que los invasores habían elegido ese lugar para nutrirse de la energía que les ofrecía la tecnificación de aquella gran urbe, no obstante que ahora utilizaban la que les proporcionaba la absorción de cada ser vivo. Con asombro, descubrieron que lo proyectado por los sintéticos era que, cuando terminaran con la vida en la Tierra, emigrarían entonces a otro planeta para hacer exactamente lo mismo: exterminar todo vestigio de vida orgánica inteligente. Una desesperada ofensiva -convinieron- era la última esperanza.
Entrar al núcleo no era complicado, pues los sintéticos no colocaban defensas de tipo alguno porque consideraban que esa conciencia colectiva era lo suficientemente lógica como para protegerse a sí misma. Sin embargo, esa era precisamente su única debilidad: que no admitía lo ilógicos e impredecibles que podían ser los humanos. Pese a haber sondeado millones de cerebros, seguía sin poder procesarlo del todo y le irritaba aquella paradoja de simultáneamente entender y no entender, propia del lenguaje del hombre. El plan era simple y suicida a la vez: llegar al tablero de control y generar una explosión por sobrecalentamiento de los reactores.
En uno de los pocos vehículos de asalto aéreo que aún quedaban, veinte voluntarios entre técnicos e ingenieros lograron filtrarse dentro del núcleo a través de un ducto de ventilación viejo y en latente peligro de derrumbe. La decisión era acertada pues, desde la lógica de los sintéticos, ¿quién iba a arriesgarse a circular dentro de un cauce tan inseguro y, por tanto, letal? Para mayor asombro del grupo, no hubo ningún tipo de resistencia en su camino a la sala de controles. En realidad esto no era del todo sorprendente, pues el mecánico razonamiento del colectivo había dado por un hecho que ningún humano habría podido llegar hasta ahí. Ellos, los voluntarios, eran los primeros y únicos humanos no asimilados que podían observar aquella conciencia central, fuerza y voluntad única de los sintéticos. Una mezcla de majestuosidad y monstruosidad cibernética, soberbia pero indefensa a la vez: una gran torre de sofisticados ordenadores interconectados y con millones de terminales que servían para asimilar nuevas conciencias. Se dieron prisa entonces. Siete de ellos (los técnicos), como plan de contingencia, colocaron cargas explosivas en los alrededores del núcleo; mientras que los ingenieros se dirigieron al tablero para tratar de iniciar la secuencia de marcha del reactor y sobrecalentarlo. Faltaría entonces oprimir solamente un botón -pensaron- y todo sería irreversible. Pero esto no sucedió, pues segundos antes que el ingeniero a cargo pudiera hacerlo, fue atravesado por una mano sintética y su cuerpo murió al instante, más lo que pasó con su conciencia permaneció en el misterio. Los demás humanos comenzaron a disparar al atacante, pero todo fue inútil. En ese preciso momento, la conciencia en boca del tecnificado ser habló. Con voz metalizada y eléctrica dijo: ­­
—Cuando arribé a su mundo, ustedes estaban fragmentados, divididos y en constante conflicto. La asimilación era el único camino lógico. Ahora, ustedes dejarán de ser individualidad y se volverán un yo/nosotros y por fin tendrán paz, pues serán parte de algo más grande y poderoso.
El sintético comenzó a avanzar hacia los demás humanos, quienes empezaron a sentirse vencidos y sin saber qué hacer. Sus últimos actos habían sido estériles y, al parecer, todo estaba perdido. En un intento desesperado, uno de los miembros del equipo quitó las espoletas a un par de granadas, corrió hacia el sintético y lo sujetó; como esperando que eso diera tiempo a alguien para ir al tablero y oprimir el maldito botón. El estallido fue tan fuerte que deshizo aquel frágil cuerpo hecho de carne y huesos, dejando nada que asimilar. Por su parte, el sintético solo se tambaleó, pero no por la explosión: algo fuera de toda lógica había sucedido y no podía procesarlo. Acto seguido, una mujer se apresuró hacia el botón, pero el sintético se recuperó y alcanzó a sujetarla. Cuando iba a comenzar la asimilación, la miró... Era Eva ¡después de cinco años volvían a estar juntos!
La conciencia colectiva había escogido a Adán como el único guardián del núcleo, pues intentaba aprender aquello que la lógica rechazaba. Su auto sacrificio no había sido ignorado, por lo que, para ser estudiado, le dejaron conservar una pequeña cantidad de individualidad. Esto permitió que el sintético Adán reconociera a la mujer que seguía amando. La conciencia quedó entonces abrumada, pues no podía entender aquella extraña mezcla de dolor y alegría en uno de sus asimilados. Adán, en consecuencia, se separaba momentáneamente del colectivo mostrando algo imposible de ser absorbido por aquellos mecánicos ordenadores.
El sintético soltó a la chica y señaló un vehículo como indicando al grupo que huyera, caminó al tablero y activo entonces la secuencia de autodestrucción. Tendrían tal vez unos quince minutos para escapar antes de la gran detonación. Cuando la conciencia colectiva pudo separarse de la del sintético y se recobró, sintió miedo. Por primera vez, una emoción traspasaba su fría lógica y la idea de dejar de existir fue abrumadora. Se concentró entonces en tratar de reunir los recursos necesarios para huir, pero le fue imposible pues en sus complicados procesos analógicos jamás contempló que algo así pudiese suceder: el saberse vulnerable fue insoportable.
Dieciocho expedicionarios estaban aún con vida, pero sólo diecisiete abordaron el vehículo y huyeron a toda velocidad. Ninguno de ellos notó que alguien se había quedado atrás. Era Eva, pero para cuando el sintético Adán se dio cuenta era ya muy tarde, pues quedaban menos de cinco minutos para el final. Aún así, pensó que tal vez algo podía hacer para salvarla: subirla en un transporte y ponerla así a resguardo, pero no contó con que esta vez la muchacha había decidido no abandonarlo. Quizo objetar y empezó a moverse hacia donde ella, pero cuando después de estar años sin hacerlo, intentó mover los labios para hablar y decirle que huyera, Eva lo silenció como solía hacerlo tiempo atrás: puso sus brazos alrededor de su cuello, se paró de puntas, levantó la cabeza y lo besó. El sintético la sujetó cariñosamente por la cintura y ocurrió entonces algo muy parecido a un milagro, pues sus brazos volvieron a sentirse como piel real y se transformaron al grado de volver a generar una sensación cálida y suave a su contacto. En ese instante, ambos comprendieron que la humanidad había retornado a él, cerraron los ojos y juntos esperaron el final.
El estallido fue tan poderoso que redujo a átomos todo lo que encontró a su alcance. En lugar de materia quedó un haz de luz, tan potente que no hubo ojo humano o sintético que pudiera soportarlo.
Al final, Adán y Eva lo habían logrado. Crearon un mundo perfecto en donde no tendrían que volver a despedirse ni por qué separarse y extrañarse: un mundo donde nunca tendrían que volver a decirse adiós.


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