Uno de los puntos que no podemos poner en duda sobre la historia antigua de América, es la existencia y la cantidad titánica de sacrificios humanos que se llevaban a cabo. Había tantos sacrificios como humanos conscientes, y los que niegan la existencia de este fenómeno, tan importante en la cultura americana, es porque desconocen la filosofía dialéctica del grueso de nuestras culturas.
Existían tres tipos de sacrificios, a saber: flagelación personal, pinchos en la lengua y el corte superficial en las palmas de las manos y/o talones. Estas ofrendas de sangre tenían como finalidad el alimentar la tierra, tanto como ella nos alimenta, en un acto de reciprocidad y agradecimiento. Por tanto, esta entrega se hacía en los plantíos, no en pirámides, ni en el suelo hogareño y menos aún en lugares artificiales (ésto es, hechos por humanos) en donde la tierra no tiene un efecto benefactor. Otro tipo de sacrificios eran los de limpia espiritual, de entre los que podemos destacar el ayuno, la danza permanente por varios días consecutivos y, finalmente, el aislamiento del individuo en un lugar muy separado de toda su comunidad, preparándose para el encuentro consigo mismo tras el Tezcatlipoca —sí, “el” y no simplemente Tezcatlipoca, en tanto no hablamos del supuesto dios, sino de una representación de la consciencia; esto es, un espejo oscuro del cual emana al humo que nubla la vista y en el que debes buscar detenidamente tu reflejo, encontrarte a ti mismo y regresar como un hombre nuevo que sirva a su sociedad—. Los terceros —aunque no están en ningún tipo de orden—, eran y seguirían siendo los que conjugan los dos propósitos arriba mencionados: la alimentación de la tierra y la limpia espiritual, de ahí que estos eran los más duros.
De los sacrificios más conocidos de este último tipo es la Danza del Sol. Dicho ritual iniciaba con el baño de vapor o temazcal, con hierbas, minerales y otros estimulantes. Tras haber terminado el temazcal, iniciaba una danza —con duración de uno o varios días— que daba paso a una culminación mística: bajo un árbol, se ponía a meditar el sacrificado, mientras que los ayudantes preparaban los materiales necesarios —como cuerdas hechas con tripa de búfalo, ciervo o algún otro animal y huesos afilados— para dicha inmolación simbólica. Las vísceras se cruzaban sobre una de las ramas más fuertes del árbol y, cuando el danzante del sol se declaraba listo, los huesos le perforaban la parte superior de los pectorales (en el caso de los hombres) y bajo el cuello para las mujeres. También en la espalda, siendo válido para ambos sexos. Las cuerdas se amarraban a las puntas que sobresalían del cuerpo del sacrificado y dos individuos las jalaban por sobre el árbol, dejándolo suspendido en el aire, donde seguía cantando y danzando. Finalmente, las cuerdas se fijaban para que no bajara al suelo y se quedaba ahí hasta que el cuero no diera más y reventara, dejando caer el cuerpo del danzante. Leonard Peltier, preso político Sioux y dirigente del AIM (Movimiento Indio Americano), cuenta que, en el punto más álgido del dolor, se llegaría a un estado mental donde se nubla la razón o se potencializa, siendo ahí cuando es posible ver y sentir el dolor que se le causa a la tierra cuando no cuidamos de ella. Es este fundirse con el Ser Universal o Gran Misterio, quien puede otorgar una visión con pequeñas pistas de la razón de existir. Inclusive, el ritual puede derivar en un perder el conocimiento dependiendo del individuo. Las punzadas en las cicatrices seguirán ahí recordando la ofrenda realizada y que con el dolor se llega a vivir.
Este tipo de sacrificio, según las culturas occidentales, lo llevó a cabo el hombre más importante en la Historia Universal: Jesús, quien ofrendó su vida en pos de algo nuevo y mejor a favor de su pueblo y sin que por ello se le considere un individuo incivilizado ni sanguinario. No obstante, cuando prácticas similares han sido llevadas a cabo en y por pueblos americanos, entonces la tradición social e histórica hace que se les piense como auténticos actos de barbarie efectuadas por pueblos salvajes amantes de la sangre. Para aquellos que no han podido entender el mensaje oculto, cabe mencionar que el sacrificio era personal, llevado a cabo por el sujeto mismo, infligido a Su Ser, y no a través de un tercero que salpicara de sangre ajena a la Madre Tierra; siendo el caso que, si nos basamos en la mitología americana, ninguno de los dioses sacrificó a uno de sus padres, hermanos o hijos en ningún evento ni por ninguna causa. Por el contrario, estos sacrificaban alguna parte o su ser completo para el bien del conjunto: Tezcatlipoca pierde el pie izquierdo en pos de sabiduría; Nanahuatzín y Tecuciztecatl se lanzaron al fuego para alzarse como sol y luna; y Xipe Totec se desprende de su piel. De los 4 hermanos creadores de la humanidad, en sus respectivos modelos, nunca pidieron ser recordados con sangre ajena a ellos. Incluso Quetzalcóatl pedía la repetición de su sacrificio al crearlos y regar la tierra con la sangre de cada uno de los habitantes: la sangre que un cuerpo podía ofrecer sin poner en riesgo su vida.
Cada uno de estos sacrificios tiene algo en común: la resistencia. La resistencia necesaria y la lucha consecuente para que la vida pueda continuar, natural y socialmente hablando. Leonard Peltier dice que, en cierta forma, la vida del indígena actualmente es una Danza del Sol involuntaria reducida a una vida encerrada en campos de concentración denominadas “reservaciones indias” en los Estados Unidos; en donde la inexistencia de información real sobre la segregación y la violación de los acuerdos históricos del territorio indígena —es decir, el intento de hacer la vida indígena en general algo invisible e inexistente— no llevan a otro lado más que a una lucha de los pueblos indígenas por resistir y proteger sus tradiciones, cultura y estilo de vida. Pasa lo mismo a lo largo de toda América, donde mixtecos, aymaras, quiches, mapuches, chibchas y demás etnias (de las que podríamos llenar páginas enteras con solo sus nombres) sufren por igual el menosprecio del llamado hombre civilizado y la soberbia de las instituciones, siendo la salvedad que no son llamadas reservas sino tal vez de otras maneras más refinadas, pero que de todas formas conducen a lo mismo. Poco importa: diferente nombre, pero la misma explotación.
Esta resistencia de los pueblos autóctonos hacia su muerte nació hace 524 años. No son pocos los que justifican o desvían la atención del genocidio llevado a cabo por los europeos diciendo que aquí no eran ni mucho menos los pueblos más pacíficos del mundo. Sin embargo, quienes sostienen este desvarío no hacen sino repetir las líneas que Piel de Oso dice en Entierra mi corazón en Wounded Knee. En dicha obra, Tatanka Iyotanka plantea que esa es la historia que “ellos”, los invasores, vinieron a contar a su pueblo para evadir responsabilidades. Una historia que inició después de 1492 cuando las armas de fuego llegaron a aquellas tierras. ¿Que si había peleas entre los pueblos? Sí, las había, pero no a la manera europea de arrasar con pueblos enteros, sin dejar siquiera a niños y ancianos en pie, y esclavizando a los pocos supervivientes. Antes de la llegada de los europeos es un hecho que la esclavitud no existía en tanto que a los “prisioneros” se les integraba al nuevo pueblo, quedando a cargo de sus captores —que se convertían en una especie de padre o madre—, teniendo la posibilidad de entrar al Consejo de Sabios y hacer además una familia dentro o fuera de esa tribu, ser propietario de caballos y tener asimismo propiedades personales.
Existían tres tipos de sacrificios, a saber: flagelación personal, pinchos en la lengua y el corte superficial en las palmas de las manos y/o talones. Estas ofrendas de sangre tenían como finalidad el alimentar la tierra, tanto como ella nos alimenta, en un acto de reciprocidad y agradecimiento. Por tanto, esta entrega se hacía en los plantíos, no en pirámides, ni en el suelo hogareño y menos aún en lugares artificiales (ésto es, hechos por humanos) en donde la tierra no tiene un efecto benefactor. Otro tipo de sacrificios eran los de limpia espiritual, de entre los que podemos destacar el ayuno, la danza permanente por varios días consecutivos y, finalmente, el aislamiento del individuo en un lugar muy separado de toda su comunidad, preparándose para el encuentro consigo mismo tras el Tezcatlipoca —sí, “el” y no simplemente Tezcatlipoca, en tanto no hablamos del supuesto dios, sino de una representación de la consciencia; esto es, un espejo oscuro del cual emana al humo que nubla la vista y en el que debes buscar detenidamente tu reflejo, encontrarte a ti mismo y regresar como un hombre nuevo que sirva a su sociedad—. Los terceros —aunque no están en ningún tipo de orden—, eran y seguirían siendo los que conjugan los dos propósitos arriba mencionados: la alimentación de la tierra y la limpia espiritual, de ahí que estos eran los más duros.
De los sacrificios más conocidos de este último tipo es la Danza del Sol. Dicho ritual iniciaba con el baño de vapor o temazcal, con hierbas, minerales y otros estimulantes. Tras haber terminado el temazcal, iniciaba una danza —con duración de uno o varios días— que daba paso a una culminación mística: bajo un árbol, se ponía a meditar el sacrificado, mientras que los ayudantes preparaban los materiales necesarios —como cuerdas hechas con tripa de búfalo, ciervo o algún otro animal y huesos afilados— para dicha inmolación simbólica. Las vísceras se cruzaban sobre una de las ramas más fuertes del árbol y, cuando el danzante del sol se declaraba listo, los huesos le perforaban la parte superior de los pectorales (en el caso de los hombres) y bajo el cuello para las mujeres. También en la espalda, siendo válido para ambos sexos. Las cuerdas se amarraban a las puntas que sobresalían del cuerpo del sacrificado y dos individuos las jalaban por sobre el árbol, dejándolo suspendido en el aire, donde seguía cantando y danzando. Finalmente, las cuerdas se fijaban para que no bajara al suelo y se quedaba ahí hasta que el cuero no diera más y reventara, dejando caer el cuerpo del danzante. Leonard Peltier, preso político Sioux y dirigente del AIM (Movimiento Indio Americano), cuenta que, en el punto más álgido del dolor, se llegaría a un estado mental donde se nubla la razón o se potencializa, siendo ahí cuando es posible ver y sentir el dolor que se le causa a la tierra cuando no cuidamos de ella. Es este fundirse con el Ser Universal o Gran Misterio, quien puede otorgar una visión con pequeñas pistas de la razón de existir. Inclusive, el ritual puede derivar en un perder el conocimiento dependiendo del individuo. Las punzadas en las cicatrices seguirán ahí recordando la ofrenda realizada y que con el dolor se llega a vivir.
Este tipo de sacrificio, según las culturas occidentales, lo llevó a cabo el hombre más importante en la Historia Universal: Jesús, quien ofrendó su vida en pos de algo nuevo y mejor a favor de su pueblo y sin que por ello se le considere un individuo incivilizado ni sanguinario. No obstante, cuando prácticas similares han sido llevadas a cabo en y por pueblos americanos, entonces la tradición social e histórica hace que se les piense como auténticos actos de barbarie efectuadas por pueblos salvajes amantes de la sangre. Para aquellos que no han podido entender el mensaje oculto, cabe mencionar que el sacrificio era personal, llevado a cabo por el sujeto mismo, infligido a Su Ser, y no a través de un tercero que salpicara de sangre ajena a la Madre Tierra; siendo el caso que, si nos basamos en la mitología americana, ninguno de los dioses sacrificó a uno de sus padres, hermanos o hijos en ningún evento ni por ninguna causa. Por el contrario, estos sacrificaban alguna parte o su ser completo para el bien del conjunto: Tezcatlipoca pierde el pie izquierdo en pos de sabiduría; Nanahuatzín y Tecuciztecatl se lanzaron al fuego para alzarse como sol y luna; y Xipe Totec se desprende de su piel. De los 4 hermanos creadores de la humanidad, en sus respectivos modelos, nunca pidieron ser recordados con sangre ajena a ellos. Incluso Quetzalcóatl pedía la repetición de su sacrificio al crearlos y regar la tierra con la sangre de cada uno de los habitantes: la sangre que un cuerpo podía ofrecer sin poner en riesgo su vida.
Cada uno de estos sacrificios tiene algo en común: la resistencia. La resistencia necesaria y la lucha consecuente para que la vida pueda continuar, natural y socialmente hablando. Leonard Peltier dice que, en cierta forma, la vida del indígena actualmente es una Danza del Sol involuntaria reducida a una vida encerrada en campos de concentración denominadas “reservaciones indias” en los Estados Unidos; en donde la inexistencia de información real sobre la segregación y la violación de los acuerdos históricos del territorio indígena —es decir, el intento de hacer la vida indígena en general algo invisible e inexistente— no llevan a otro lado más que a una lucha de los pueblos indígenas por resistir y proteger sus tradiciones, cultura y estilo de vida. Pasa lo mismo a lo largo de toda América, donde mixtecos, aymaras, quiches, mapuches, chibchas y demás etnias (de las que podríamos llenar páginas enteras con solo sus nombres) sufren por igual el menosprecio del llamado hombre civilizado y la soberbia de las instituciones, siendo la salvedad que no son llamadas reservas sino tal vez de otras maneras más refinadas, pero que de todas formas conducen a lo mismo. Poco importa: diferente nombre, pero la misma explotación.
Esta resistencia de los pueblos autóctonos hacia su muerte nació hace 524 años. No son pocos los que justifican o desvían la atención del genocidio llevado a cabo por los europeos diciendo que aquí no eran ni mucho menos los pueblos más pacíficos del mundo. Sin embargo, quienes sostienen este desvarío no hacen sino repetir las líneas que Piel de Oso dice en Entierra mi corazón en Wounded Knee. En dicha obra, Tatanka Iyotanka plantea que esa es la historia que “ellos”, los invasores, vinieron a contar a su pueblo para evadir responsabilidades. Una historia que inició después de 1492 cuando las armas de fuego llegaron a aquellas tierras. ¿Que si había peleas entre los pueblos? Sí, las había, pero no a la manera europea de arrasar con pueblos enteros, sin dejar siquiera a niños y ancianos en pie, y esclavizando a los pocos supervivientes. Antes de la llegada de los europeos es un hecho que la esclavitud no existía en tanto que a los “prisioneros” se les integraba al nuevo pueblo, quedando a cargo de sus captores —que se convertían en una especie de padre o madre—, teniendo la posibilidad de entrar al Consejo de Sabios y hacer además una familia dentro o fuera de esa tribu, ser propietario de caballos y tener asimismo propiedades personales.
La pelea por la vida tiene figuras imponentes en la historia de los pueblos americanos. De los primeros que se tiene registro es Hatuey, jefe importante de los carib y arawak de las Islas del Caribe, quien prefirió el infierno a ese piadoso paraíso cristiano —lleno de los mismos blancos que había degollado con su hacha defendiendo a su pueblo— que le prometieron los mismos sacerdotes que asaron su cuerpo. Cuitláhuac, quien sacó a Cortés de Tenochtitlan durante su invasión. Tzilacatzin, que organizó una de las más fuertes resistencias en México. Tupac Amaru de los incas, quien murió desmembrado atado a caballos forzados a correr por los azotes de los verdugos. Jacinto Canek dirigente de la rebelión maya de 1761. El gran jefe mapuche Lautaro. Goyathlay y Victorio entre la frontera de México y Estados Unidos. La gesta de gigantes Sioux: Tashunka Witko, Mahpiuya Luta, Tatanka Iyotanka, Gall, Washichun Tashunke y sus herederos: Dennis Banks, Russell Means, Leonard Peltier… La lista es interminable.
En fin. Conforme avanza la modernidad y supremacía del hombre blanco, las tribus americanas como Seris, Mapuches, Huicholes, Crees, Ojibwas, Lacandones, Nahuas, Totonacas, Guaraníes, Kikapoos, Qoms, Aymaras y muchos más, tal vez siguen aún en pie gritando “Hoka Hey”, hoy es buen día para morir.
En fin. Conforme avanza la modernidad y supremacía del hombre blanco, las tribus americanas como Seris, Mapuches, Huicholes, Crees, Ojibwas, Lacandones, Nahuas, Totonacas, Guaraníes, Kikapoos, Qoms, Aymaras y muchos más, tal vez siguen aún en pie gritando “Hoka Hey”, hoy es buen día para morir.
Me encanta este blog porque se tratan temas muy diversos y de manera muy amena. Qué buen ensayo. Breve, sí, pero sin duda de gran calidad.
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