Por: Luis Ángel Hernández
El silencio - Jaime Francés Durá |
Hace no mucho tiempo, en el Congreso
Internacional de la Lengua hice mi tercera intervención, esto a pesar de los
malos pronósticos y consejos que me dieron mis compañeros del parlamento. Era
claro que mi proposición carecía de elementos suficientes para proceder a una
subsiguiente derogación de la palabra presentada. La empresa no era fácil, por
lo que realicé un exhaustivo trabajo de investigación filológico y etimológico
capaz de persuadir no sólo a los más ingenuos, sino también a los más letrados
de mi país; realizar una propuesta que procediera a una ulterior junta de
discusión era cosa fácil, lo más complicado era que ahí me vería de frente
contra los verdaderos conocedores de la lengua.
Una vez presentada, mi propuesta fue desechada por unanimidad sin oportunidad de réplica. Los jueces del Parlamento Interno de la
Lengua dijeron que era la propuesta más absurda que habían recibido en años; también mencionaron que a pesar de la amplia y seria investigación que había
hecho, ponían en duda mi lugar como parte del gremio lingüístico y que más
adelante se hablaría de este suceso para pronunciar mi permanencia o salida del
Parlamento.
Con mi lugar en duda dentro de la Asociación Internacional de
la Lengua, me puse a investigar dentro del orden jurídico del país la
posibilidad de cancelar o prohibir mi palabra; sé que no hay palabra que sea
impronunciable dentro del vasto lenguaje universal, al menos no hasta ahora; también sé que intervenir mediante todas estas investigaciones y proposiciones
ante distintos organismos pueda rozar con una actitud dictadora. Pero en este
caso la disolución de una palabra, o específicamente un sobrenombre [1]
(dígase mi intención), resulta viable considerando mi experiencia.
He visto que muchos nombres están prohibidos dada su
naturaleza fonética (albures) o absurda (nombres famosos de artistas o
caricaturas) en el registro civil de algunas ciudades; y esto no puede ser
distinto a las demás ciudades de la república, por lo que también intentaré una
derogación del mismo utilizando todos los medios necesarios, ya que si no
pude con el sobrenombre, tal vez con el nombre especifico mis
intentos puedan obtener un resultado favorable.
El sobrenombre que intenté borrar es el tuyo... No hace falta mencionar qué nombre intentaré prohibir.
El sobrenombre que intenté borrar es el tuyo... No hace falta mencionar qué nombre intentaré prohibir.
[1]
Nombre
que se le da a una persona en lugar del suyo y que, generalmente, hace
referencia a algún defecto, cualidad o característica particular que lo
distingue. También en el lenguaje coloquial se le dice apodo.
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