Han pasado ya 74 años después de la toma del ejército negro, como se hacían llamar las tropas que asesinaron, violaron y desmembraron a todo un globo. Nadie habla de ellos ni nadie supo si hubo una razón para que esto sucediese. Las actuales generaciones sólo saben que hay un orden y que deben seguirlo para no recordar el dolor. Que deben seguir el régimen para no olvidar lo sucedido y, sobre todo, que una vez existió un color llamado «negro».
Se vive un frío incontenible en las calles coloridas de Yakutia. Muchas personas la transitan con total seguridad, pues después de lo sucedido décadas atrás, el cambio fue inminente y tal parece que para bien. Pero no lo es para Elm, que durante sus 17 años de vida ha estado rodeado de colores y escuchando a su vez el «mito del color negro» que nunca logró observar
Los gobiernos de ese entonces prohibieron el uso de dicho color. Lo exterminaron de las memorias como se extermina un pequeño zancudo que te mortifica, a la fuerza y con dolor.
Desaparecieron los lutos con vestidos obscuros. Se fueron los animales que poseían dicha tonalidad: fueron exterminados o cambiados genéticamente por amarillos, blancos, azules, etcétera. Desapareció el tono de cabello que tanto se veía en la Yakutia de más de medio siglo atrás, cuando los horrores no tocaban a esta población. Ya no se estaba con el espacio obscuro al cerrar los ojos y, como esto, un sin fin de cosas que ahora ya no eran permitidas por el bien del mundo. ¿Pero qué importaban todas estas reglas? A nadie le preocupaba, pues todos apoyaron y apoyan la moción mundial. Además, todo es más colorido y hermoso —dicen las voces en las calles.
Elm no está de acuerdo, porque sabe que también viven con un cielo artificial, con colores que ya ha visto por todas partes. Un cielo práctico que deja entrar los rayos solares, un cielo útil que permite dimensionar el mundo exterior... o le que se alcanza a ver de él. Pero no uno hermoso de estrellas y luna en medio de una nada obscura, negra y llena de sorpresas. Sí, también se prohibió la noche, la gran noche de astros de plata en medio del fango inhóspito infinito.
Elm siente en su ser, en lo más profundo de su alma, que imagina también a colores fuertes y vivos, porque son los únicos que conoce; que debe hacer algo revolucionario para su época y por el bien de su insaciable curiosidad.
El frío alcanza los menos sesenta grados centígrados en Yakutia. Es el hielo eterno del lugar que cala en los huesos. Tanto, como se adentra en su interior la idea salvar la eterna imaginación del ser, y Elm cree que un sólo color ayudará a esto. Así que pide a una multitud mirar al cielo y, cuando menos lo esperan, ven caer una enorme... una colosal obscuridad sobre ellos. Nadie se explica qué sucede; qué es lo que sus ojos ven. Fueron sólo unos segundos en que nunca jamás se volvió a ver. Elm había logrado abrir una parte del domo que los cubría, convenciendo a hombres curiosos de que había riquezas fuera del cielo artificial que solían ver.
Elm desapareció. Para Yakutia y el mundo, nunca existió; pero después de lo que hizo, se escribieron libros sobre lo visto, que obviamente se pasean y se leen clandestinamente en todo el globo. Se pintaron cuadros hermosos sobre las estrellas y la enorme cosa que llaman, ahora, obscuridad negra. Murales decoran los suburbios del mundo. Se las ingenian para sacar el color negro, lo asemejan, lo tratan de inventar nuevamente, lo describen como el verdadero color del alma de un ser que fue espacio y verdadero color. Lo asocian con lo realmente importante, pues fue dolor y luego libertad.
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