Por: Uriel Delac
Oportunidades de vida que no se presentaron para algunos genios a través de la historia. Un físico inglés que pudo haber adelantado el siglo XXI a grandes pasos, Henry Moseley, murió durante la Primera Guerra Mundial a los 28 años. El escritor francés Raymond Radiguet alcanzó solamente dos décadas de vida, a tiempo de sacarse El diablo del cuerpo; y su compatriota Rimbaud, poeta como pocos, ya había escrito toda la obra que le conocemos a los 19 años y no escribió una línea más en el resto de sus días.
Franz Schubert, por Gustav Klimt (1899) |
La imagen de un Schubert soñador, apacible y virginal que las ilustraciones de la época o el pincel de los idealistas contemporáneos nos han ofrecido, se aparta a ratos de la realidad de un bohemio que disfrutó de sus años mozos como cualquier parrandero y casanova de ocasión, que además padecía de lo que actualmente llamamos trastorno bipolar. El cine se encargó también de reforzarnos esa idea y apareció Claude Laydu en los años cincuenta del siglo pasado, en una cinta franco-italiana, Sinfonía de Amor, en la que Franz debatía su espíritu entre la hierática belleza de Marina Vlady y el rostro picado de viruelas del personaje encarnado por Lucía Bosé.
Schubertiada en Viena, por Julius Schmid (1897) |
En el terreno del lied no abundan casos de tanta prolijidad, ni siquiera entre los músicos que se dedicaron absolutamente a este género. Más de 600 canciones con letras de ilustres poetas como Goethe, Schiller, Klopstock, Metastasio, Pope y Schleger; o de desconocidos y mediocres versificadores (como Wilhelm Müller) han sobrevivido gracias al trabajo musical que Schubert desarrolló en La bella molinera, La muerte y la doncella, El rey de Thule, Viaje de invierno y El rey de los elfos, por mencionar solamente algunos de ellos.
Interior de la Capilla Imperial de Viena |
Residencia de los Niños Cantores de Viena |
Interior de la casa de Franz Schubert en Viena |
De la clasificación de su obra es necesario hacer un breve paréntesis para aclarar algunos puntos. En el desordenado catálogo original, aparecían una serie de obras inexistentes o incluidas en otros opus. Por este motivo, el musicólogo Otto E. Deutsch en 1951 ordenó el caos y puso en claro toda la obra del vienés. Rectificó el error de atribuirle diez sinfonías, del año y lugar que ocupa la archifamosa Inconclusa, en realidad, la séptima y no la última. Este esfuerzo de Detusch ha sido reconocido en forma indeleble y de eterno acompañamiento en las obras del músico: la letra D que junto al número de catálogo sustituye al tradicional opus del resto de los compositores, con excepción de las obras de Bach y Mozart.
Tumba de Franz Schubert en Viena |
La indudable capacidad como orquestador y la clásica disposición de los elementos sinfónicos al servicio de su drama interior, colocan a Schubert entre los grandes sinfonistas de siempre, junto a otros alemanes y austriacos. Cabe mencionar el esfuerzo de amigos como Shober, de su hermano Ferdinand y de músicos sin egolatrías reconocidas como Mendelssohn, para el destino de su música y su llegada a los oídos de grandes auditorios. Las precarias condiciones en que vivió, el desorden en la clasificación de su obra y otros elementos ajenos, nos hubieran mantenido muchos años más, alejados del patrimonio de uno de los más grandes músicos de la historia.
Que reseña mas deliciosa.
ResponderBorrarGracias por escribir sobre este gran músico, de manera sencilla y amena; este pobre profrano en el tema te lo agradece.
¡Maravilloso artículo !
Por cierto... ese precioso cuadro de Klimt, no lo conocía.
BorrarQue belleza !
Siempre he pensado que Schubert es mucho más que el Ave María. Por cierto, en el enlace ¿quiénes son los intérpretes? Siento preguntar, pero no sé gran cosa de intérpretes. Como sea, es una sinfonía deliciosa.
ResponderBorrarTremendo artículo, una excelente introducción al arte de Schubert.
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