A
veces, la realidad pasa por una etapa inconsciente en donde todo lo que no habíamos percibido con aterioridad se hace visible por el ciclo de sincronización universal. Increíbles cosas que suceden se vuelven leyendas, mitos, historia, temas de conversación en
las tertulias familiares. Lo cierto es que, durante un breve lapso de tiempo, ciertas
fuerzas proto-versales tienen carta de ciudadanía en nuestra dimensión. Unidades de eones
conforman esas fuerzas, por lo que sus motivaciones o
voluntades son incomprensibles para la carne rudimentaria y el cerebro primitivo que poseemos. Por ello, se nos dificulta entender que no somos otra cosa que notas efímeras sometidas a las cuerdas caprichosas de un instrumento
absoluto de melodía infinita.
La
historia devela su intimidad sólo a aquellos paladines de lo extraordinario que, debido a su espíritu dubitativo, encuentran el hilo de lo increíble para
luego comenzar los juegos de la incertidumbre, en tanto que los demás no aceptan lo
sobrenatural por ser algo ingobernable. No obstante, es un hecho que no se puede negociar con lo
desconocido, pues no existe forma de reproducir lo etéreo. En consecuencia, sólo nos queda una imperiosa
sensación de impotencia, por yacer indefensos ante poderes más allá de lo
entendible.
Una
pregunta primordial es: ¿Quiénes son los verdaderos locos? ¿Aquellos que
murmuran actos increíbles sobre seres improbables pero no imposibles, o los que
tildan de irreal lo que sus ojos no pueden aceptar?
Los
eternos paisajes de Irlanda son pinceladas de vegetación perfecta: grandes
montañas cubiertas de exhuberante vegetación; formaciones rocosas que recuerdan a los
gigantes de antaño; la soledad en su máxima
expresión. Incluso, pareciera que en aquellas estancias desciende un fino velo enigmático sobre el horizonte aletargado, lo cual esparce en el viajero sensaciónes claustrofóbicas que se prolongarán indefinidamente tras caminar por tan primitiva naturaleza. Tal vez, no sea posible recordar escenas más
densas y atmosféricas que la de esos largos tramos de horizontes solitarios, en donde ni siquiera una sola alma ronda dichos lugares.
Las peculiaridades de los bosques irlandeses no pasaron desapercibidas para Elvira, quien comentó: —¿Se imaginan quedarse varados en un lugar así?
—Es halloween y todo podría pasar... Quizá un asesino serial ronda por aquí y termine matandonos uno a uno. O a lo mejor los extraterrestres, que vienen de turistas salvajes, nos rapten
para hacer con nosotros experimentos sexuales —contestó Victoria soltando una risita
burlona.
—¡Tonterías!... A lo mucho habrá un par de pastores que se divierten con sus ovejas. ¡Dudo les
interese tu cabello azul, Elvira! —exclamó divertido Troy mientras conducía.
—¡Tal vez por ese cabello tan largo y lo andrógino que eres, te confundan con una oveja! —gritó Luis desde el fondo del auto, por lo que Troy le dedicó una señal obscena.
Elvira
se miraba por el retrovisor. Su cabello corto y teñido de azul tiraba hacia atrás por
la velocidad a la que circulaban. Sus ojos poseían el tono de
la avellana y era una muchacha muy sentimental y amigable. Victoria, en cambio, era algo más extrovertida. Sus rizos dorados descendían por su espalda de manera rebelde, le gustaba verse siempre sensual y sentir cómo los hombres se
derretían frente a ella. Luis estudiaba medicina y este sería su primer viaje, pues carecía casi de amigos debido a su nula existencia social. Por su parte,
Troy entraba en el estereotipo del chico gótico y gustaba de creerse un vampiro.
La juventud no sobresale por su inteligencia instintiva, sino más bien por la arrogancia del conocimiento precoz y la curiosidad por lo inconcebible. Siendo este el caso, los cuatro amigos decidieron cruzar Irlanda en sus vacaciones, pues eran estudiantes de intercambio. Prácticamente enloquecieron cuando se enteraron que habría un concierto de havy metal en la capital del halloween y no dudaron en emprender el viaje para pasar la noche entre sus dos aficiones favoritas: la música y lo sobrenatural. Camino a su destino, no tardaron mucho en divisar una pequeña villa donde harían escala para pedir indicaciones y comprar algunas cosas. Un par de kilómetros adelante, se detuvieron en una estación de gasolina para refugiarse de las inclemencias del tiempo, pues sin previo aviso empezó a llover con terrible fuerza. Probablemente, dicha contingencia era en realidad una providencia: una especie de señal restrictiva para esos jóvenes incautos que, al impugnarla, se proyectaban hacia una terrible calamidad.
—No
tardará mucho en pasar —dijo Troy.
—Eso
espero —contestó Elvira mientras comía un chocolate de cereza.
—Es
el intempestivo clima de Irlanda... Dudo que decrezca la lluvia; aún si lo hace, será
por unos minutos y volverá a llover. Han advertido sobre el desbordamiento del
río, así que si van a la capital, pueden quedar varados —enunció el viejo que atendía
la gasolinera.
—¿No
conoce otro camino o un atajo? No podemos perdernos el Halloween Fest —exclamó Troy.
—Si
es muy importante para ustedes, he visto en el mapa una sanción de tierra
que conecta con la capital. Casi nadie toma ese camino, pues es demasiado
solitario. Tiene una pequeña pendiente algo elevada que tarda más en llenarse de agua y que quizás logren pasar; aunque debo advertirles que si está inundada no traten de cruzarla, o pueden terminar atrapados por el agua. Luego, sigan sin desviarse y la
capital estará a unas dos horas. Una cosa más: no soy nativo de aquí, soy
americano y por eso no creo tanto en las tradiciones de los lugareños, que hablan de una desviación que lleva a una aldea fantasma donde pasan cosas sobrenaturales el día de Halloween o Samhain, como lo denominaban los celtas. Por si las dudas no vayan ahí, pues es un lugar maldito, coinciden en decir las personas que por necesidad transitan por esos lugares —relató el encargado
rascándose la cabeza.
—¿Saben
qué significa el concepto tradición? —preguntó un hombre ataviado con un
hábito de monje que apareció repentinamente.
—Un
conjunto de actividades perpetradas por años en una cultura —respondió Elvira.
—Tu acento es extranjero... Quizá
en tu país sea así, pero según sé el Samhain (o Día de muertos) es una práctica sagrada en todas las culturas y por eso no alcanzo a comprender porqué esa definición tan simple de lo que supone una tradición. Déjame
decirte algo: una tradición también es supervivencia. ¿Crees que los disfraces, las
calabazas o los dulces, tan frecuentes en este día, son simples actividades? ¡Pues no! De hecho, son preceptos arraigados en una memoria
ancestral para protegernos de lo que mora en lo desconocido. No sé si lo habrás notado, pero no hay niños pidiendo truco o trato en las aceras de Irlanda.
¿Sabes por qué? Todos están encerrados en sus casas para supervivir al infierno
que se desata en el Samhaim. Lo mejor que pueden hacer es regresar por donde vinieron y evitar estos lugares —relató el monje y se marchó, dejando un halo de incertidumbre al hacerlo.
—¡Viejo
loco, piensa que puede asustarnos con sus palabras! —mencionó Troy.
—Es
un ermitaño que vive en las afueras de la ciudad. Según dicen casi todo el año
está loco, salvo hoy. Siempre parece cuerdo y normal en la noche de Samhaim —dijo el propietario de la gasolinera.
El concierto iniciaría cerca de las diez, por lo que el grupo puso marcha rumbo al atajo
recomendado. Troy, que era el que conducía, hizo caso omiso a toda advertencia y aceleró para ganarle la partida a la lluvia, pues la noche asomaba por los cielos tremebundos a pesar que
apenas eran las seis de la tarde.
La noche irlandesa era diferente a todo lo que habían visto. Los verdes paisajes parecían transformarse en voraz oscuridad y no podía vislumbrarse otra cosa que no fuera la espesura de aquellos bosques sumergidos en la penumbra total. El frío, aún dentro del auto, calaba los huesos y por toda la carretera se extendía una enorme bruma que dificultaba la visión.
—Tal
vez sería mejor que regresáramos y veamos el concierto desde la televisión —dijo
Luis, ocultando su miedo con una tímida sonrisa al ver que la lluvia arreciaba.
—¡Ya
basta con esas tonterías, es una noche mística y nada más, ya casi llegamos al
cruce! —gritó Troy.
Cuando arribaron al lugar, observaron que la tormenta había empezado a desbordar el río. El flujo de agua no era muy abundante en realidad, pero el riesgo de quedarse varados seguía latente: un paso en falso y el luto se prendería de ellos.
—Creo
que si atizo la marcha a todo lo que da, podremos pasar —dijo Troy con plena
seguridad.
—¡Es
peligroso y no vale la pena arriesgarnos, mejor volvamos! —sugirió Elvira a destiempo, pues el muchacho ya había arremetido contra el caudal provocando que el motor se detuviera fatídicamente faltando apenas un pequeño tramo por recorrer.
—¡¡¡Eres
un imbécil, quieres matarnos!!! —gritó Victoria.
—¡Ahogaste
el motor, literalmente! —musitó Elvira.
—¡Sólo
necesitamos salir, subirnos al cofre y saltar del otro lado! —sugirió Troy
abriendo la portezuela, pues el agua comenzaba a meterse por todos lados.
Los demás obedecieron a regañadientes, pero no saltaron. Caminaron embestidos por
la creciente corriente y dieron pasos cautelosos hasta llegar a la orilla, donde miraron que el vehículo comenzaba a cubrirse de agua.
—¡Sensacional! Ahora tendremos que pagar los daños a la agencia de autos... ¡Esto va de mal en peor! —lamentó Luis.
—Según
dijo el encargado de la gasolinería, estamos a dos horas de la capital. Caminemos para no perder
tiempo y en cuanto estemos cerca, pediremos ayuda —exclamó Troy.
El
camino de terracería presentaba dificultades por el inexorable clima irlandés. La maleza
dominaba por doquier y sonidos iracundos dotaban de un carácter
fantasmagórico la caminata. Los amigos avanzaron cruzando aquel paraje
inhóspito y desolado, hasta que llegaron a una bifurcación en el sendero de la
existencia.
—¡Nunca
me imaginé pasar de esta manera el día de halloween! Sabía que era demasiado bueno
para ser verdad —dijo lloriqueando Luis.
—Todo
saldrá bien, no estamos en el infierno. Evitemos ser pesimistas. ¡Miren, allí
está la desviación de la que hablaba el hombre! —contestó Troy.
—¿El camino a la aldea fantasma? ¿Estás loco Troy? ¡También el monje nos advirtió de no andar por aquí! —increpó
Victoria llevándose las manos al rostro.
—¿Y porqué habríamos de creer en un viejo y en un loco que, según dicen, está cuerdo únicamente en halloween?... ¡Vamos amigos,
sólo tenemos que ir a ese dichoso lugar y pedir ayuda! —musitó Troy.
—¡No
lo sé! Quizá no sea tan descabellado lo que nos contaron esos dos tipos, aunque también es cierto que todos hemos escuchado cuentos así y puede
que solo hayan querido asustarnos. ¡Nosotros mismos hacemos cosas semejantes en nuestro
país! —conjeturó Luis.
—Bien... ¡Vayamos entonces a esa aldea supuestamente fantasma y busquemos un teléfono para acabar con todo ésto! —decretó Victoria.
Elvira
simplemente se quedó mirando el sendero boscoso que debían cruzar para llegar al lugar. Algo en su interior le decía que no era buena idea. Sin querer, acarició la medalla bendita que portaba e instintivamente hizo la señal de la santa cruz para
seguir adelante.
Todo
aquel lugar parecía sacado de una historia de terror por sí mismo. Las arboledas se
movían lentamente, produciendo al mecerse sonidos que semejaban desgarradores alaridos espectrales y las sombras parecían danzar
en sincronía con la sugestión. Por momentos, parecían formarse ojos con un brillo plateado. De pronto, de entre el monte tenebroso, un aullido endemoniado
asustó a los muchachos haciendo que apresuraran el paso. La bruma ya cubría sus piernas, por
lo que tropezaban con algunas rocas emboscándose en los matorrales. Acongojados, se adentraron por el bosque; como deseando que su travesía terminara pronto.
—¿Lo
viste? —dijo Luis.
—¿A
qué te refieres? —contestó Troy.
—¡Parecían
bolas de fuego en el cielo! —respondió el chico, acomodándose las gafas.
—¡Son brujas!
¡Mi abuela me contaba de ellas! Son como bolas de fuego yendo de un lado a otro —exclamó Elvira.
—¡Ya
basta de tanta histeria colectiva! Estamos en medio de un bosque aislado, eso lo
entiendo, pero no hay razón para perder la cabeza con cuentos de brujas —vociferó Troy.
—¡El
vampiro sexy tiene razón, esas son supercherías! —susurró una voz femenina
salida de la penumbra.
—¿Quién habla? —preguntó sorprendida Elvira.
—Soy
solamente alguien que busca un baño... ¡No, es broma! Vengo con algunos amigos y estamos acampando por aquí cerca. Estamos celebrando el Samhaim con cervezas y compañía libertina, ¿quieren
unirse? —contestó mientras se mostraba una hermosa pelirroja.
—¡Claro! Cualquier cosa es mejor que deambular por este lugar y perdernos —mencionó Troy.
—¡Espera... es muy raro que tengamos tanta suerte a mitad de la nada! —expresó Elvira, pero Troy la ignoró por seguir a la sensual muchacha vestida de látex negro.
La enigmática musa erótica los condujo entre los bosques Su manera de moverse seducía a los dos varones, pero Elvira se resistía de caer en el juego, pues dudaba de las intenciones de la mujer. Mientras
caminaban, les era posible escuchar los gruñidos de algo entre la espesa bruma. Parecía
estar cerca de ellos, rodeándoles.
—¡No
se preocupen! Debe ser cerbero, la mascota de uno de mis amigos —exclamó
la desconocida.
En poco tiempo, llegaron a un pequeño valle donde enormes llamaradas de una fogata se alzaban y varias mujeres desnudas
bailaban sin parar a su alrededor. Había cerveza y comida, que los hambrientos Luis y Troy se
dispusieron a degustar. Verónica se apoderó de un par de
cervezas y ofreció una a Elvira quien, visiblemente molesta, decidió rechazar.
—Creo
que mejor seguiré buscando la aldea —dijo Elvira mientras se retiraba. La misteriosa anfitriona la alcanzó y, argumentando que esa no era buena idea, comenzó a relatarle una historia: —Se
dice que en la noche de todos los santos, los muertos, demonios y seres oscuros
regresan del más allá para divertirse un poco. Los mortales suelen disfrazarse de
monstruos para que los verdaderos engendros no les hagan daño. Colocan
calabazas y velas para proteger su hogar y, sobre todo, dulces: con ellos
logran que los demonios no los lastimen. En mi opinión,
eso es noble, pues los verdaderos monstruos son los humanos. A ellos no
les importa nada. No te perdonarían la vida a cambio de un dulce; eso te lo
aseguro. ¿Tienes algunos? —preguntó la mujer.
—Ahora
no... —contestó Elvira, mientras que con la mirada buscaba a sus demás amigos de viaje, pues les había perdido la huella.
En
aquel lúgubre momento, casi cae fulminada por un infarto al percatarse que un perro de tres cabezas devoraba a Victoria. Troy yacía en un charco de sangre, mientras que otra mujer mordía con fiereza su
cuello. Sus ojos de color carmesí se encontraron con los de Elvira, quien estaba prácticamente muerta de terror. Como petrificada, miró cómo le arrancaba el corazón al desfallecido muchacho mientras exclamaba: —¡Es mi parte favorita!
La extraña con la que dialogaba se acercó a ella e intentó atacarla, pero al ver la medalla pender de su cuello, desistió de su cometido y vociferó: —¡¡¡Eres una creyente... largo de aquí!!! De pronto, se escuchó un disparo que terminó destruyendo la cabeza de aquella diabólica mujer e hicieron su aparición tres sujetos que portaban máscaras: de calabaza el primero de ellos, de cerdo otro y, el más alto, una como de gas. Intempestivamente, de entre los matorrales, apareció Luis totalmente manchado de sangre y pidió ayuda. Como respuesta, recibió un certero hachazo en medio de la cabeza y cayó muerto en segundos.
Elvira hizo únicamente lo que su instinto le dictó: correr hasta no poder más. La maleza se tornó eternidad y, unos metros adelante, se detuvo para tomar aire. Agotada, se recostó bajo un árbol en un afán de racionalizar todo lo sucedido. Pensó que todo aquello era una pesadilla de la que debía despertar lo antes posible, pero su realidad seguía intacta por más que lo intentaba. Escuchó entonces un ruido entre la maleza y decidió dejarse caer. ¡Uno de los enmascarados acababa de atacarla con un pico que, al fallar, terminó incrustado en el árbol! La muchacha aprovechó para golpearlo en medio de las piernas, pero el tipo de la máscara de cerdo lanzó un manotazo que la tiró de nuevo e intentó asfixiarla, sin que ella pudiese hacer algo. La presión en su cuello era cada vez mayor y supuso que era el fin de su existencia. Inconscientemente, arrastró la tierra hasta que sintió una especie de piedra y, sin dudarlo, estrelló el objeto varias veces en la cabeza de su enemigo hasta obtener su libertad. El pesado hombre se desplomó sobre de ella, pero logró evadirlo y no paró de golpearlo hasta verlo inerte en el suelo, con la cabeza destrozada. Aterrada, contempló su obra por unos momentos para luego retomar el angustioso camino a la aldea donde pediría ayuda. Enloquecida, corrió por el bosque hasta que, desde una pequeña cima, divisó el tan añorado lugar adornado por una fantasmagórica neblina. Aquella lúgubre imágen no le ofrecía garantía alguna de seguridad, pero no había de otra. Una especie de zumbido le alertó que no estaba sola. Sintió además que algo había pasado cerca de ella. Un segundo sonido corroboró su idea y descubrió que una flecha se había alojado en un tronco cercano. Aterrada, gritó: —¡¡¡basta ya, malditos psicópatas!!! —mientras descendía de la cima con cautela. Para su mala fortuna, la tierra suelta dificultó el descenso y la hizo resbalar hasta caer en el lodo.
La extraña con la que dialogaba se acercó a ella e intentó atacarla, pero al ver la medalla pender de su cuello, desistió de su cometido y vociferó: —¡¡¡Eres una creyente... largo de aquí!!! De pronto, se escuchó un disparo que terminó destruyendo la cabeza de aquella diabólica mujer e hicieron su aparición tres sujetos que portaban máscaras: de calabaza el primero de ellos, de cerdo otro y, el más alto, una como de gas. Intempestivamente, de entre los matorrales, apareció Luis totalmente manchado de sangre y pidió ayuda. Como respuesta, recibió un certero hachazo en medio de la cabeza y cayó muerto en segundos.
Elvira hizo únicamente lo que su instinto le dictó: correr hasta no poder más. La maleza se tornó eternidad y, unos metros adelante, se detuvo para tomar aire. Agotada, se recostó bajo un árbol en un afán de racionalizar todo lo sucedido. Pensó que todo aquello era una pesadilla de la que debía despertar lo antes posible, pero su realidad seguía intacta por más que lo intentaba. Escuchó entonces un ruido entre la maleza y decidió dejarse caer. ¡Uno de los enmascarados acababa de atacarla con un pico que, al fallar, terminó incrustado en el árbol! La muchacha aprovechó para golpearlo en medio de las piernas, pero el tipo de la máscara de cerdo lanzó un manotazo que la tiró de nuevo e intentó asfixiarla, sin que ella pudiese hacer algo. La presión en su cuello era cada vez mayor y supuso que era el fin de su existencia. Inconscientemente, arrastró la tierra hasta que sintió una especie de piedra y, sin dudarlo, estrelló el objeto varias veces en la cabeza de su enemigo hasta obtener su libertad. El pesado hombre se desplomó sobre de ella, pero logró evadirlo y no paró de golpearlo hasta verlo inerte en el suelo, con la cabeza destrozada. Aterrada, contempló su obra por unos momentos para luego retomar el angustioso camino a la aldea donde pediría ayuda. Enloquecida, corrió por el bosque hasta que, desde una pequeña cima, divisó el tan añorado lugar adornado por una fantasmagórica neblina. Aquella lúgubre imágen no le ofrecía garantía alguna de seguridad, pero no había de otra. Una especie de zumbido le alertó que no estaba sola. Sintió además que algo había pasado cerca de ella. Un segundo sonido corroboró su idea y descubrió que una flecha se había alojado en un tronco cercano. Aterrada, gritó: —¡¡¡basta ya, malditos psicópatas!!! —mientras descendía de la cima con cautela. Para su mala fortuna, la tierra suelta dificultó el descenso y la hizo resbalar hasta caer en el lodo.
Todo
se enmudeció en pesarosas emanaciones del vacío. La atmósfera ennegrecida de la
ausencia consciente atrajo un peculiar olor. Uno que siempre salía a relucir en
los peores momentos de su vida: el olor a café con un suave toque de canela que su abuela solía preparar, como anunciando que era domingo por la mañana y que debía
levantarse para comenzar con sus tareas. Aquel sentimiento de seguridad habitó
por breves segundos en la existencia de Elvira pero, como si de un tirón se
tratara, la realidad la devolvió de aquel oasis onírico al que provisionalmente había
huido. Cuando se limpió los ojos, entendió que esa pesadilla aún no se había disipado. Los parpados le pesaban, pero a pesar de ello intentó levantarse. Apesadumbrada, observó que no había ni café ni abuela; en cambio, frente a ella, se erigía una gran ciénaga
pantanosa cubierta de una plateada estela y, a lo lejos, un puñado de casas de
madera que reflejaban alargadas sombras plutónicas. La muchacha
suspiró y se dispuso a cruzar por el lodo cautelosamente. La niebla era similar
a pequeñas agujas que mordían su piel, pero eso ya le era indiferente: lo importante es que estaba cerca de un lugar habitado y su siguiente paso debía ser pedir ayuda —pensó. Ya en tierra firme, corrió
hasta llegar a la primera puerta y la golpeó con fuerza a la vez que solicitaba auxilio, pero no recibió contestación alguna. Decidió probar en la siguiente, pero las personas de adentro
solamente cerraban las cortinas. Desesperada, corrió hacia el centro del pueblo. El metálico sonido de una sierra la hizo detenerse y, con ojos desorbitados, miró que se trataba de aquel hombre con máscara de calabaza que tiempo antes había estado tras ella. Entró entonces a un granero, tomó una hoz que se hallaba por ahí y se enfrentó al enmascarado. Sentía que el
agudo chillido del infame aparato calaba sus huesos, infundíéndole un pavor apenas controlado
por la mórbida presunción de muerte. El sujeto atacó e intentó cortarla, pero pudo evadir el ataque con una gracia producto tal vez del más elemental instinto de
supervivencia. Acto seguido, la sierra gimoteó cual dragón abatido y se
apagó, sin que el asesino pudiera de nuevo ponerla en marcha. Elvira aprovechó el momento y le atravesó el rostro con su primitiva cuchilla, lo
escupió y desapareció entre las tinieblas.
Las
horas siguieron su curso natural, hasta que la luz del sol reinó por fin sobre la oscuridad. La muchacha abandonó entonces su escondite, pero solo para toparse de nuevo con el
sujeto de la máscara de gas portando un hacha. Aterrada, esgrimió otra vez la hoz dispuesta a atacarlo, pero desistió de su intento cuando el hombre se quitó la máscara y dejó ver sus jóvenes facciones adornadas con un gesto infantil. Con voz firme, el desconocido le pidió serenidad mientras exclamaba: —Samhain se ha acababado y los
demonios se han ido, estás a salvo.
Elvira
no supo que decir, soltó la afilada arma y se desmayó. Al volver en sí, pudo ver cómo las personas de aquel lugar discutían. Parecían enormemente disgustados, pero ella se encontraba en brazos del chico antes enmascarado y eso le daba una extraña seguridad.
—¡¡¡Entiéndelo Kamael, ella
es un agente del demonio y debe morir!!! —gritó un hombre
de cabello cenizo, apoyado por los vítores de los demás aldeanos.
—¡Los
demonios sólo salen en noche de Samhain! ¡Se acabó, no pueden andar contra la luz de Dios nuestro señor! —contestó Kamael.
—¡Lucifer
tiene potestades más allá de nuestro entendimiento! ¿Qué haría una mujer en
medio de un aquelarre a medianoche? ¡Es una bruja concubina del diablo! —replicó
el viejo.
—¡No
puedes asegurar eso, Uriel! Es una simple jovencita no tan diferente de nosotros y que además porta una medalla de Nuestro Señor. ¡¡¡No debemos manchar nuestras manos con sangre inocente!!! —exclamó Kamael.
—¡La medalla puede ser un truco! Observa que ella no
es normal... ¡Mira su cabello! Usa magia para burlarse del color de los cielos y del agua. ¡Recuerda que las brujas se mofan de la naturaleza que el todopoderoso creó para
nosotros! —profirió Uriel.
—¡Malditos bastardos asesinos, mataron a mis amigos! Sólo queríamos ir a un
concierto al otro lado de la ciudad. ¡¡¡Son unos monstruos!!! —declaró con odio
Elvira.
—¡¡¡Quémenla y que arda en su inmundicia!!! —clamaron varios aldeanos.
—¡No
estoy de acuerdo con Uriel ni con Kamael! Ante la duda, me parece que debemos dejar que sea Dios quien decida —dijo una mujer.
—¿Qué
propones Janiel? —interrogó Uriel.
—El
pozo... —pronunció ella mientras los demás decidían callar.
El
rostro de Kamael se entristeció mientras sentenciaba: –¡Es que somos mejores que esto!
Los habitantes del lugar hacieron caso omiso de las palabras de Kamael, condujeron a la chica hacia una abertura en la tierra y comenzaron a lanzar piadosas plegarias. Entonces Uriel decretó: —¡Sea pues la voluntad del Creador! Serás desterrada de la luz y arrojada al
pozo del silencio, en donde encontrarás la absolución de tus pecados. Si eres firme creyente, nuestro Dios te salvará. Pero sí
eres una bruja seguidora de Satán, por arte de tus mancias volarás, en vez de descender a los infiernos.
Sin un bosquejo de misericordia, fue lanzada al agujero donde las tinieblas la recibieron con los brazos abiertos. Mientras caía, Elvira se dijo a sí misma: —¡Si Dios es vengativo, una mujer lo es más!
Me encantó :)
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