miércoles, 23 de noviembre de 2016

Literatura: La cuarta coartada (cuento)

Por Paul César González Maza

Un asesinato se compone de 3 factores determinantes para la solución de un caso: la víctima, en un caso simple es lo primero en escena; el lugar, el enjambre de pistas no siempre es el preciso espacio donde muere la víctima; el asesino, el ente suelto que da respuesta al problema, abriendo nuevas preguntas. Odio encontrar problemas en mis soluciones.

Alan Down; mi mentor, mi amigo. No ha existido mejor investigador en la realidad que él. “Todo crimen no es un problema como todos piensan, es una solución como muy pocos pensamos” dijo él una vez al periódico local. Desde entonces adquirí esa frase como una de mis herramientas principales.

Cuando fui asignado a esa ciudad ruidosa y fría, sentí un gozo contradictorio, como una prueba pericial que te contenta en medio de una desgracia. Allí conocí a Alan Down; posiblemente mi mayor gran satisfacción casi comparada con conocer al amor de mi vida en el tren metropolitano, y verla morir metafóricamente al cerrar la puerta del vagón.

“La vida es el momento” escuché en “secreto voceado” programa que está en la radio en esta metrópoli. En tus labios y tus manos está mi vida; observa, quizás le de la apariencia informal esta palma de letras y de ideas; pero es tu momento mi amor; mano a mano, en la tilde de tu letra. Es la idea inicial la que fundamenta del instante de un asesino; el acto de la locura nata que tienes que saber está escrita en las pesquisas allí abandonadas.

Este último párrafo que escribí, lo hice de la forma que mi maestro escribía y que a veces yo no entendía. “Hay que dejarse llevar; el río lleva al mar, y el mar es nuestra respuesta”, me dijo una vez Alan Down, mi maestro.

Cuando nos dieron el primer caso en ese vecindario de ricos, me sentí emocionado. Es el lugar donde parece que en el mundo reinara la felicidad. La muerte de la señora Monia a los 54 años, desconcertó a todos donde la tranquilidad era el pan de cada día.

Los sucesos fueron repentinos. Quién lo iba a decir que la excéntrica escritora Monia, del libro “Tu inicial y el número de letras” sería paradójicamente asesinada en su casa; digo paradójico ya que el libro se trata de los mejores asesinatos. Su muerte me trajo muchas dudas. Mis investigaciones apoyadas con Alan Down eran exhaustivas; la corta edad de mi mentor no era limitante para su habilidad en las pesquisas, y mi edad adulta tampoco para aprender de él.

La Señora Monia fue encontrada en el suelo con una flecha certera en el corazón, como si un falso cupido lo hubiese querido enamorar. La punta había tocado ligeramente el órgano vital, lo necesario para matarla. Realmente ella era refinada, su cabello ondulado muy bien cuidado, así como su piel. Pero era raro que estuviese tan bien arreglada el día de su muerte; con sus joyas puestas, maquillada como si fuese a ir a una fiesta de alcurnia de las que acostumbraba. Portaba un elegante vestido de noche y zapatillas (aunque no hubiese ninguna huella de sus tacones en todo el lugar, como si hubiese flotado). La señora Monia yacía con un aspecto peculiar, no tenía sangre a su alrededor, muy limpia, y sin el tubo o astil de la flecha—el cual encontramos tirado a unos metros—. Mas era evidente que había desagrado.

Ese día, dio parte a la policía su amo de llaves; por llamarle de alguna forma, ya que este joven era más que un empleado; era su amigo inseparable de la distinguida difunta. “Sean Bruni”, solía llamarse.

Al darme los resultados periciales, comenzaron a salir mis primeras soluciones. En la flecha existían dos tipos de huellas digitales, una era de Sean Bruni. Cuando fue interrogado me sorprendió su elocuencia, y ademanes que resaltaban su nerviosismo ante nuestra presencia; la de Alan Down y la mía.

Sean Bruni vestía extravagante; portaba un elegante traje ejecutivo, pero la mascada de gasa fina y brocada al cuello, daba razón a su tan peculiar declaración; que aquí anexo y describo a tan sutil presencia:

—Siempre acostumbro a llegar temprano a la casa de Monia, y más aún ese día; ya que era domingo y los empleados de la residencia ¿cómo se dice?, este…les dan el día, y se van a visitar a sus parientes, vaya. Cuando encontré a Monia tirada en el suelo—esto dijo Bruni e hizo un ademán con su mano derecha como si distendiera delicadamente un pañuelo de seda sobre el piso—no podía dar crédito a lo que mis ojos veían, realmente fue algo muy triste ver a una amiga de años tirada con tanta sangre en la ropa; fue algo muy cruel. Incluso ella se encontraba con su bata de dormir, desarreglada, acto que no era normal de su parte. Su cara desmaquillada, y unos zapatos extraños, como quirúrgicos; eso lo sé (¡he!) porque fui enfermero. No quise juzgarla en ese momento por esos gustos, así que corrí rápidamente asustado hacia su dormitorio; tomé los accesorios de belleza que ella solía usar, y me dispuse a maquillarle. Porque bien sé que los periodistas ¿cómo se dice?, este... son morbosos, y ella no hubiese querido salir retratada en las revistas y periódicos de la nación de esa forma. En la chimenea quemé rápidamente esos horribles zapatos; y le puse unas zapatillas bellísimas, un vestido y sus joyas más lindas. La vida no te avisa cuando y a qué hora vas a morir, pero para esos estamos los amigos; para ayudar hasta los últimos momentos—Bruni platicaba todo esto con sus piernas cruzadas muy cerradas, su mano izquierda algo relajada sosteniendo su codo derecho y con su mano diestra acercaba a cada rato su muy delgado cigarrillo—Ella quedó linda, como era, es y será siempre. La dejé muy limpia, aunque me costó cortar esa horrible vara para poderla cambiar y luciera con el glamour que ella la caracteriza; además esa flecha era fea, siempre me pareció fea, aunque fuese antigua y cara.

Efectivamente; Bruni había dicho que era antigua y cara, y nos dijo que esa flecha lo había vendido Sara González, una joven anticuaria que le vendía ya desde hace muchos años a la señora Monia. Y Era Sara la segunda huella en la flecha. Fue interrogada como todos, y sus ojos grandes color miel no iban a mentir. En la declaración de Sara me sorprendió algo; que dijera que Bruni tenía conocimiento de unas pocas semanas atrás de que él era el heredero total de las propiedades de la señora Monia. Bruni se había vuelto de nuevo sospechoso a pesar de su historia tan “inocente”.

Sara es joven, muy inteligente, capitalista a pesar de su aspecto hippie. Le cuelgan una docena de collares, y su exagerada cantidad de pulseras de todo tipo, tamaño y colores; creaban un ruido como el sonar del cascabel de una víbora, y eso me ponía más alerta. Podrían existir artimañas en sus palabras; ya que ella era intrigante. Sara era sospechosa por vender la flecha y darle a conocer esa venta a la celosa pareja de la Señora Monia; la también joven Elizabeth Beltrán. Ella había terminado de manera muy dramática y exasperada con Monia, según relató la hermosa señorita Sara.

Elizabeth encontró a la Señora Monia teniendo sexo con el joven escultor Josué Lerdo; que a pesar de sus 21 años, tiene un éxito eminente con sus esculturas de cupidos. Elizabeth juró que se vengaría. Eso hizo para mí ponerla en el cuadro de los sospechosos. Pero no fue tanto eso, sino saber que Elizabeth Beltrán era un arquero profesional, con medallas olímpicas de oro para su país de origen.

Todo esto me complicaba el caso; sin embargo, a mi mentor, Alan Down se le veía tranquilo. Recuerdo que me escribió una pregunta en una servilleta: “¿Si decirme quién no fue, te diría quién fue, a quién me dirías?”

Al terminar de leer, voltee a verle la cara y esbozó una pequeña sonrisa un tanto malévola, a lo que contesté que el asesino sería la joven Elizabeth, él me arremetió:

—Sigue investigando, y que las obviedades no cieguen tu inteligencia—Sus palabras no las entendí del todo, como siempre me pasaba; dejándome una cara obtusa.

Tenía a cuatro en el cuadro; Bruni, Sara, Josué y Elizabeth, y sin contar el montón de hormigas que Bruni me había confesado que vio a unos escasos metros del lugar del crimen. A tan amargo suceso era una burla que las hormigas amantes de lo dulce estuviesen presentes.

Los días se acortaron para la investigación; el jefe me exigió una respuesta y yo no la di. Me sentí mal. Era una coartada perfecta la de todos; todos podían ser los asesinos o todos podían ser inocentes.

Días antes de la exigencia del jefe; mi mentor me habló al celular y dijo que había descubierto algo inverosímil. Fui a su departamento inmediatamente. Me enseñó los vestigios de un plano que se había encontrado en la basura de la señora Monia. En el plano: un artefacto automático para disparar flechas; cuya precisión era de una perfecta puntería. Se podía construir de cualquier material. ¿A qué asesino se le ocurre construir el arma automática en la casa de su victima?, pero eso no era todo; si el asesino había dejado colocada el arma automática; tendría que haber dejado huellas, y no existían más que las de Sara y Bruni. Además el arma lo tuvo que haber recogido rápidamente para no encontrarla en el lugar de los hechos, pues había sido disparada a muy corta distancia; y lo más raro era que el arma después de disparar se desarmaba en pedacitos, desintegrándose como la sal.

Mi mente se abrumó todavía más por la muerte repentina de mi mentor, Alan Down.

Un día después de que me enseñara el plano, falleció a mi lado ahogándose con un vaso de agua. No pude hacer nada en el restaurante. Me paré de la mesa. Al quererle dar libertad a su respiración, le quite la corbata, y desabotoné la camisa; de repente cayó de su mano izquierda un papel, lo guardé, ya estando en mí casa leí lo que tenía escrito:

“¿Quién fue, Sara, Bruni, Josué, Elizabeth? Eres mi mejor alumno y solamente te daré la inicial del nombre del asesino. Y por respeto a tu inteligencia, voy a pedirte que redactes un informe para ti mismo del caso, y el cuarto párrafo lo escribas como te enseñé a hacerlo. La respuesta la encontrarás en esas letras, de manera más clara en el cuarto párrafo, y cada cuarta palabra será necesaria para escribir la historia y resolver el crimen que nos coarta.” Eso escribió en la nota mi mentor, y es así como hoy lo relato para resolver el problema; con mis días cansados, silentes, y opacos…Elucubrando.

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