lunes, 31 de octubre de 2016

Literatura: Sobre la figura de Prometeo en el Frankenstein de Mary Shelley (ensayo)

Por: Karim Yaver

Mary Wollstonecraft Shelley
Viktor Frankenstein, al igual que el mítico Titán, se eleva a alturas insospechadas y toma —arrebata más bien, transgrediendo las reglas, las más fundamentales, las que no deberían de romperse— el fuego de los dioses, lo lleva consigo a la tierra y lo ofrece a los primitivos hombres. Ambos personajes —cada uno en su propio mito— son condenados: el hígado de Prometeo, por un lado, será devorado hasta la eternidad por un ave de rapiña (dependiendo de la tradición puede tratarse de un águila o de un buitre) mientras yace encadenado a una piedra; Frankenstein, por el otro, es sentenciado a arder en el mismo fuego que en un inicio él procreó: el monstruo (su monstruo, su creación) lo hará pagar destruyendo a aquellos a los que ama, en especial a Elizabeth, a quien finalmente reclama como suya. No obstante estas similitudes, existe una diferencia esencial entre uno y otro: aunque Prometeo debe cumplir un castigo, su acción al final beneficiaría a los hombres: al acceder al fuego, éstos crecerían como especie y en algún momento llegarían a sentirse similares a los propios dioses (el doctor Frankenstein es un claro ejemplo). Viktor, sin embargo, no ofrece a la humanidad beneficio alguno; por el contrario, lo que ofrece es una condena, un peso, un castigo que otros compartirían: sí, su monstruo ha decidido hacerlo pagar, pero, al mismo tiempo, tras ser recibido con desprecio y horror por una sociedad a su vez despreciable y horrorosa, se ve en la imperiosa necesidad de hacer pagar a la humanidad entera: no hará miramientos ni se tentará ese corazón que no le pertenece antes de estrangular a un niño o de hacer caer en la desgracia a una inocente.
Ahora, una duda podría surgir de lo anterior, duda que apuntaría justo a la génesis de la obra: de entre tantas figuras míticas, ¿por qué Mary habría elegido justo la de Prometeo como paralelo simbólico al personaje principal de su novela? Se puede responder, con anticipación a lo que sigue, que esta decisión no se dio por casualidad. Su marido, Percy Bysshe Shelley, fue el autor de un enorme (no por su extensión, sino por su calidad) poema dramático, llamado Prometeo liberado. Para Percy, la figura prometéica era fundamental. Él y Lord Byron —amigos cercanos, por cierto— pueden considerarse dos de los grandes arquetipos del poeta romántico: éste, aventurero y enamorado; aquél, filósofo y enigmático; ambos en respuesta violenta contra lo establecido; ambos tendiendo a la destrucción de la norma; ambos ateos y blasfemos; ambos rebeldes en el sentido del héroe que no se atiene a las jerarquías. Byron lo encarna en su obra —Caín, Don Juan— y cuando se embarca rumbo a Grecia para luchar por la libertad de los helenos contra los turcos. Percy, quien muere siendo muy joven y sufre de mala salud, lo encarna sólo en el papel: Prometeo significaba para él la figura que se revela contra el tirano, que busca la libertad propia y de los hombres (en consonancia, un poco, con el Satán miltoniano), que debe destruir para empezar a crear; Prometeo es también el que debe ser redimido al final.
Percy Bysshe Shelley
La más grande obra antigua sobre el Titán que ha sobrevivido hasta la fecha, la tragedia del Prometeo encadenado de Esquilo, cuenta lo que ya sabemos: el robo del fuego y el castigo divino. Estudios filológicos han señalado que ésta originalmente era el inicio de una trilogía (Prometheia), la cual culminaría con la liberación de Prometeo y su perdón por parte de Zeus. Las otras dos obras se perdieron. Percy estaba enterado de todo ello, pues su poema, lo dejaría bien claro, es una culminación a la tragedia del griego. Pero Percy no era Esquilo, un dramaturgo respetuoso de los dioses; Percy era lo que años después Verlaine llamaría un «poeta maldito». Por lo tanto, Percy tendría que llevar las cosas un poco más lejos: en su Prometeo, éste, al igual que en el de Esquilo, sería liberado, si bien, en contraste, no obtendría (ni desearía) ningún perdón divino: Prometeo, apoyado por otros titanes, hombres y dioses, se levantaría contra Zeus y haría caer su tiránico mandato.
Mary y Percy fueron un matrimonio, hasta donde se tiene constancia, bastante unido, cercano, no sorprende entonces que el tema que tanto lo obsesionaba a él, ella lo terminase adoptando. Sin embargo, como hemos podido ver, Mary lo aborda desde su propia y muy particular manera: ella, menos idealista que su esposo y con la vista mucho más fija en el horizonte de su tiempo, considera que, en este mundo «moderno», aquél que busque arrebatar el fuego a los dioses no puede esperar otra cosa que quemarse en él, y, posiblemente, morir ardiendo víctima de su propia injuria.

"Prometeo encadenado". Rubens & Snyders. Óleo sobre lienzo, 242,6 x 209,5 cm. Alrededor de 1611

1 comentario:

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