Por: Henry Pantoja Castellanos
Doris Salcedo, "Sumando Ausencias", Plaza Bolívar, 2016 |
«BIENAVENTURADOS
Los heroicos
los desaparecidos
los torturados
los enterrados en
algún lugar desconocido
en la montaña
los repatriados de
algún lugar del mundo
los clandestinos cubiertos
por una bandera proscrita
los que bajan muertos río abajo
con un disparo en el corazón
los asesinados en despoblado
en masacres a mansalva
los acribillados con
alevosía y sevicia
así en la paz como en la guerra».
los desaparecidos
los torturados
los enterrados en
algún lugar desconocido
en la montaña
los repatriados de
algún lugar del mundo
los clandestinos cubiertos
por una bandera proscrita
los que bajan muertos río abajo
con un disparo en el corazón
los asesinados en despoblado
en masacres a mansalva
los acribillados con
alevosía y sevicia
así en la paz como en la guerra».
«BIENAVENTURADOS II» Antonio
Acevedo Linares
Ya
habían transcurrido más de cincuenta años de dolor, desespero, llanto y un
sinfín de emociones que acaban y derriten la vida de cualquier ser humano, más
de cincuenta años de sentir, ver y escuchar las bombas que explotaban; los
noticieros que repetían una y otra vez que no se tenía una cifra exacta de
muertos o desaparecidos. Más de cincuenta años donde madres, padres, hermanos y
demás familiares aún buscaban a sus seres queridos.
Apartadó,
Tibú, Barrancabermeja, El Castillo, Fundación, Catatumbo, Buenaventura, Sonsón
entre muchos, muchísimos más lugares donde se han sufrido las masacres,
desplazamientos, amenazas, torturas… Una nación que vista de otra manera, ha
sido por mucho tiempo el más grande campo de concentración, un gran pedazo de
historia, una historia violenta y sangrienta desde sus inicios.
Un
once de octubre, se desplegaban más de siete kilómetros de tela en una plaza, en una capital
que ha visto el dolor, aunque nada parecido a aquellos pequeños pueblos.
Tela blanca, agujas e hilos que representaban la memoria de una república asustada, contradictoria, llena de rarezas y sangre de familiares nuestros y ajenos; el vivo Macondo del que una vez el maestro Gabriel García Márquez escribió, con la certeza de que hablaba de una tierra que le dio las espaldas.
Tela blanca, agujas e hilos que representaban la memoria de una república asustada, contradictoria, llena de rarezas y sangre de familiares nuestros y ajenos; el vivo Macondo del que una vez el maestro Gabriel García Márquez escribió, con la certeza de que hablaba de una tierra que le dio las espaldas.
La
gente pasa y pisa una y otra vez las telas, no se pregunta qué sucede, tela
blanca un once de octubre, tela ignorada como la historia de quien sufre y lo
olvida, sufre y lo olvida una y otra vez.
A
lo lejos una voz, «aguja, aguja e hilo que mi hijo no ha aparecido», es la voz
de doña Leonora, o quizá, de la señora Fátima, yo qué sé; es una víctima más
que entendió el mensaje y que escribe una historia, la recuerda y la comunica; es una bomba en la plaza de su pueblo, es las lágrimas de todas las madres que
todavía buscan a sus hijos.
Bordan, en un tono gris, los nombres de quienes ya no están y no dejarán ir hasta saber qué les pasó. En un tono gris cenizo, casi difuso, dando un mensaje de lo efímero que es la memoria en un país que sigue adelante, pero que no deja piedras en el camino como Hansel y Gretel. Ellos, los sin memoria, son el verdadero dolor, los verdaderos provocadores de la guerra intenta, las bombas que destruyen lo intangible, el escupitajo a suelo sagrado.
A
lo lejos, y entre los aleteos de las palomas, se escuchan voces pidiendo hilo y
agujas, hilo y agujas. No son las voces de quienes siguen vivos, son las voces
de los desaparecidos que claman no olvidar, que imploran que se les recuerde.
No
sé cocer, pero puedo recordar.
Barranquilla, Colombia, 2016
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