domingo, 24 de enero de 2016

Literatura: Cáscara de Coco (cuento)

Por: Norma Barroso




Desde siempre Jha había vivido en aquella pequeña isla de playas de arena blanca y palmeras majestuosas.
Se levantaba cuando los rayos del sol se escabullían por entre las rocas de su cueva y le besaban los párpados. Tomaba una improvisada lanza con punta de piedra y recorría la isla en busca de frutos. Después hacía una parada en el riachuelo que atravesaba la isla, con el fin de poder pescar algo para la hora de la comida. 

Mientras estaba a la espera de atrapar su alimento, Jha arrancaba algunos cocos de las palmeras, los comía y después dejaba caer las cáscaras al riachuelo sólo para ver cómo se hundían. A veces, el jabalí Ñon robaba sus peces y Jha tenía que pasar el resto de la tarde persiguiéndolo para quitárselos. Ambos hacían esto por mera diversión. También solía visitar a los monos de la colina, aunque ya no lo hacía con frecuencia desde aquel día en el que intento emparejarse con la mona Lyn y esta le rechazo con tal vehemencia que cayó del árbol, impactó su rostro contra el suelo y perdió varios dientes; cosa que lo imposibilitó para comer por más de una semana. 

Desde el día del rechazo de Lyn, supo que no era igual a los monos, ni a ningún otro animal que habitaba la isla. Algunas veces esto lo hacía sentir algo raro, como la sensación de tener un hondo hueco en el pecho. En las noches soñaba que sobrevolaba al ras del mar y que veía flotando a unos extraños seres de caras lampiñas y pálidas, con abultados pechos anaranjados, que le hablaban con sonidos incomprensibles para él. 

En un día de tormenta, una gran curiosidad hizo que dejara la seguridad de su cueva, y salió. Observó con gran asombro lo que a lo lejos, parecía ser una enorme y extraña cáscara de coco invertida que flotaba estoica en la inmensidad del mar. Le maravilló su tamaño y el hecho de que parecía traer encima varias palmeras muy altas con largas y anchas hojas blancas. La cascara de coco se tambaleaba, sumergía y misteriosamente resurgía de entre las gigantescas olas que provocaba la tempestad. Con el trascurrir de los minutos, la tormenta se violentaba y la cáscara de coco parecía no ceder, aparte de dar la impresión de que se acercaba cada vez más a la playa. De repente, Jha vio anonadado cómo un rayo cayó encima de la enorme cáscara, la partió en dos y lentamente fue desapareciendo de la vista, tragada por las agitadas aguas. Jha regresó al resguardo de su cueva; meditabundo reflexionó y entonces lo supo: - Todas las cascaras de coco se hunden irremediablemente.


2 comentarios:

  1. Talento jóven y desconocido pero en el que se nota oficio. Encantado con este Blog.

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  2. Bello relato, gracias!

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