miércoles, 27 de enero de 2016

Cuento: Sobre el tendedero.

Autor: Fernando Limón


Salgo a tender de noche, estoy entre focos y lazos a una hora considerada como tardía, tomo ropa de un cesto y meto cuidadosamente las puntas de las prendas entre los lazos. Como al ir al baño, al ver el techo de tu recámara o mirar por la ventana de un salón de clases, lo único que se puede hacer es estar en silencio y ponerse a pensar. ¿Pensar qué o en qué? En la vida misma, en la más común y aburrida, el mundo material y más importante: la vida cotidiana.

Remito a un tipo de autores que influyen tanto, por la concordancia entre su estilo y su mensaje, por ejemplo: Henry Miller tenía un estilo agitado y vertiginoso para describir los horrores de la agitada y vertiginosa vida viciosa, en cambio Kafka tenía un estilo directo y ordenado para describir los horrores de la directa y ordenada vida cotidiana.

Me es imposible no pensar en el aforismo de Voltaire: «La civilización no acabó con la barbarie, solo la sofisticó» para referirse a autores como Kafka y tal vez Carver, que logran meter los dedos entre los tejidos de la vida diaria y echan un vistazo ante lo desnudo, ante lo absurdo; el horror que se esconde detrás de este mundo material, detrás de los mecanismos ocultos de la rutina sin sentido... como Kafka; detrás de un objeto que creías insignificante... como Carver. A pesar de lo terrible que pueda ser de lo que hablen, ambos describen esto de forma excelsa. He aquí la trascendencia: se habla en concreto de lo más ambiguo, que es la vida misma.

¿Pero por qué si gracias a ellos me es posible a mí también echar un vistazo, no se aligera mi carga? Al contrario, tengo la sensación que prenda a prenda, desde levantarla hasta tenderla; la ropa se vuelve, sin sentido aparente, más densa, más voluminosa, más pesada.

Sigo tendiendo la ropa y pienso, ¿acaso no las prendas que usamos nos acompañan en nuestra vida y por ello se impregnan de ella?, se lavan y quedan como nuevas, se les desprende la vida que se les había impreso, quedan arrugadas colgando de un lazo y al secarse estarán listas para impregnarse de más vida, con lo confortable de saber que vueltas a lavar, desprenderán aquellas imágenes, aquellas experiencias, eso que se ha vivido, y así sucesivamente...

Trato de meter los dedos sobre el tejido, sobre la lana y el estambre, pero no puedo.  En fin, digo todo esto por esta extraña sensación de verme como una prenda arrugada, colgada de un lazo y goteando aún. Lo digo por estas irracionales ganas que tengo de dar un salto de nuevo hacia la lavadora.

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