▪El Mundo sin Xóchitl
▪Miguel Gutiérrez
▪2001
▪Novela
▪Punto de Lectura
▪469 pp.
Por: Abél Guzmán Rospigliosi
Lima, Perú.
Xóchitl. Una palabra mexicana (náhuatl) que significa “Flor”. Su madre, Constanza, lo eligió para ella. Luego vendría Wenceslao, o Güencho, a los once meses. Y por último, Papilio, el niño retrasado que acabó con la vida de Constanza, cuando las labores del parto. Por eso Don Elías, el papa-abuelo (le llevaba varias décadas a Constanza, su segunda mujer, y los engendró ya viejo a los hermanos), odió a Papilio, por llevar a la tumba al fruto de su pasión indomable, insoportable, chiquilla; Constanza. Y ni hablar de Xóchitl y Güencho, que si bien eran dos hermanos prodigios en el piano, también los tenía en mala consideración de ser precoces, acaso demasiado precoces y atrevidos. Pero otros problemas embargaban a Don Elías.
Dentro de sus juegos infantiles (en pleno trance de entrar a la pubertad, etapa de la ebullición de las hormonas de todo tipo), Xóchitl y Güencho velaban por Papilio, como si fuera el hijo cuya condición se debe al castigo del pecado de ambos, mientras que para molestar llamaban a su propio padre “abuelo” (debido a su avanzada edad). La situación en que se hallan no es del todo favorable: viven en una ruinosa mansión de cuyo esplendor solo quedan las cosas conservadas luego de varias redadas de embargos por deudas. Aun así se las apañan los hermanos, enfrentándose a los duros golpes que les depara el destino, a ritmo de óperas y tragedias en arias que resonaban a todo dar en el tocadiscos de a cuerda.
Pero era cantado desde el título y la crítica que me animó a interesarme por la genial novela de Miguel Gutiérrez (Piura, 1940), de la anunciada muerte de Xóchipitl, o Xóchitl, a secas.
Si bien pasó un buen tiempo para que las condiciones se dieran de manera favorable, con el fin de adquirir el libro (en una Feria del Libro), repetía cada cierto tiempo el nombre "Xóchitl"; como un mantra mental, una palabra mágica, cuando me acordaba entre mis cavilaciones. Tenía un especial magnetismo aquel nombre. Aun sin saber del todo de qué trataba la novela, le tenía especial consideración y tenía como tarea, como encargo personal, conseguir como sea ese libro.
Teniendo el libro entre mis manos, sucedió lo que siempre hago con los buenos libros: leo unos capítulos, suelo dejar de leerlo por un tiempo, hasta que retomo la lectura (recordando lo previo), o cambio a otro libro, pasa el tiempo nuevamente y lo retomo. Un poco que me hice la idea que los libros, al igual que el vino, mientras más añejo permanecen en mi pequeña biblioteca personal, tiene mejor sabor. Por eso suelo tener libros que aún ni los he leído y estoy esperando que se tomen su tiempo para cuando llegue el momento de leerlos.
Pero leer “El Mundo sin Xóchitl”; veía que muchas veces lo estaba postergando por otros libros traicioneros que se me cruzaban en el camino. Consciente de ese tema, me reté a mí mismo, de acabarlo en todo un viaje (tiempo habría de sobra) que haría hacia Piura. Y qué homenaje más poético de modo personal que yendo hacia allá, llevando una novela que estaba ambientada en esos lares. Aunque el destino final era Talara, apenas si pasamos por la ciudad de Piura (no pude ver la zona colonial), sentí un magnetismo de parte de esa ciudad. Si bien en toda la ruta ida y vuelta hacia Talara (por motivo de una visita familiar) no terminé el libro en el bus, llegando a Lima un domingo por la mañana, decidí rematar la lectura inconclusa de las pocas páginas que me faltaban, en casa y a poco de volver del viaje. Auguraba que el final tenía que leerlo en tierra firme, porque no era fácil leer esas últimas páginas, como venía presenciando desde el capítulo 53.
Necesitaba un ambiente sombrío para poder sobrellevar aquel final de la novela. El cante jondo de Diego el Cigala (en una presentación en el Teatro Real de Madrid) acompañado del guitarrista “El Niño Josele”, era precisa, y se prestaba para teñir ese ambiente de gris pardo -como sólo el género flamenco puede lograr-, al que me hallaba habituado y preparado para afrontar la lectura de ese final tantas veces esperado (y postergado).
Leer esas últimas páginas del angustiante capítulo 55 fue duro. Me había compenetrado tanto con el ambiente que se vivía dentro de la novela, con esa Piura literaria y antañona, surgida de la imaginería de Miguel Gutiérrez, con esa relación entre Güencho y Xóchitl que parecía más que leer una novela, estar viviéndola cual una película en 3D. Una Piura de los pobres sedientos en medio del yermo seco y desértico, de las chicherías que ondeaban su banderita blanca para anunciar los días de venta de chicha, de las haciendas que existieron antes del golpe del Chino Velasco, llamado “Reforma Agraria”, la de personajes ilustres que pasaron por aquella ciudad de entonces, la chismografía local siempre presente en cada sociedad… tantas añoranzas que, curiosamente, no me pertenecen, pero me sentí muy adherido a ellas.
Se considera que fue demasiada “licencia de autor” procrear dos niños sumamente precoces y genios, demasiado maduros: expertos a nivel de egresados del Conservatorio Nacional de Música tocando el piano; lectores ávidos de novelas escondidas y otras más populares para la tierna edad que tenían; degustadores de tragos que a ocultas del papa-abuelo tomaban de vez en cuando; prepotentes e hipócritas a un nivel que ni Niccolo Maquiavelo a su edad lo hubiera logrado (ni los hermanos Borgia). Pero aparte de ello, Gutiérrez logró rescatar ese mundillo que viven los niños y luego se pierde durante la transición hacia la pubertad, que se compone de los llamados juegos propios infantiles y el imaginario -tanto tácito como explícito que lo rodea-. Niños huérfanos de madre, rodeados de un creciente tabú entorno a la figura del papa-abuelo y una casa que estaba cargada en penas e historias trágicas anteriores al nacimiento de ellos, sin contar otros elementos dispares que ahí se retratan en la novela.
El epílogo que le seguía, sin llamar mucho la atención a aquel fatídico Capítulo 55, servía como una suerte de antiácido; datos no del todo relevantes pero que ayudaban a encerrar parte de lo adelantado en el prólogo. Porque de por sí, el corpus de las ‘Memorias’ de Wenceslao A. O. es como si se sostuviera solo, narrando de manera recatada, pudorosa y omnisciente hasta donde pudo ser como un testigo ocular, presencial y recopilador de testimonios de otros personajes ahí nombrados en las ‘Memorias’.
A lo largo del viaje, mientras leía, o hacía breves pausas, me rondaba en la cabeza la idea de hacer la película. Pero luego reparaba en puntos primordiales teñidos de pudor, tales como si permitirían que una niña de catorce y un niño de trece actuasen fieles a la novela y sin levantar tanto escándalo. Otro punto sería el considerable costo para restaurar ‘la mansión de Barba Azul’ y el Cine Variedades para muchas de las escenas que ahí ocurrían. Otro, el tema del rescate de esa Piura de 1920, 1930, 1940 y 1950, en cuanto a ambientaciones, locaciones y trajes de época… lo cual va siendo un proyecto quijotesco, casi digno de Stanley Kubrick, cuando no pudo realizar su película “Napoleón”, por los altos costos que estaban considerados.
Triste final. Estuve al borde del llanto mientras leía esas mortíferas líneas. Y más que se acentuaba la tristeza con el cante flamenco de El Cigala. No sentía ese nudo en la garganta como aquella vez que fui a ver “El Gran Pez” de Tim Burton, cuyo final logrado también era terriblemente triste. Reconozco que hay un antes y un después de haber leído “El Mundo sin Xóchitl”. Nunca antes una novela me había cautivado tanto, al punto de estremecerme con tantas emociones juntas. Y comparto esa misma melancolía con Wenceslao, cuando debe narrar por una extraña obligación aquellas ‘Memorias’, de haber perdido para siempre a Xóchitl y sólo quedó él viviendo para contarla.
Y ahí está la imagen de Xóchitl, con un vestido negro y llevando con ella aquella lluvia de flores con el cual recibiría a su hermano Güencho, una vez que partiera del mundo de los vivos y se reuniera con ella, una vez más, para siempre. Una muerte que, pese a ser literaria, me ha cautivado tanto como si de una persona real se tratara. Desde entonces guardo un luto riguroso por la niña Xóchitl.
P.D.: Como un adicto salí a buscar un ejemplar de “El Viejo Saurio se retira”, con tal de seguir siendo parte del imaginario de Miguel Gutiérrez (y porque se halla en esta novela el germen de lo que luego de muchos años después, fue “El Mundo sin Xóchitl”, pero con otros nombres y bajo otro contexto similar).
* Sobre la música: si gustan de escuchar y
estremecerse con el cante jondo de Diego El Cigala y la estupenda guitarra de
El Niño Josele, les dejo el siguiente link:
La loba seguirilla
He escuchado hablar de este libro, pero no he tenido oportunidad de leerlo; con reseñas así, frescas y sentidas, me provocan las ganas de comprarlo pero de ya. Gracias!
ResponderBorrarExcelente reseña, me llamó totalmente la atención y ahora no pararé de buscarlo. ¡Muchas gracias!
ResponderBorrarGracias por la reseña. Una obra totalmente desconocida para esta servidora.
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