sábado, 16 de diciembre de 2017

Literatura: Monólogo del insomnio (relato breve)

Por: Jesús J. Moreno


Eric Waugh - Jazz It Up II Art (2014)


El zumbido en mi oreja ya es insoportable. Es una melodía en do sostenido, haciendo un pianísimo. No se va, el mosquito debe ser decidido: quiere sacar mi sangre a como dé lugar y el único territorio descubierto de mi piel se ubica en el lado izquierdo de mi rostro, pues si me cubro la cara la falta de aire bajo las cobijas me asfixia. 

El zumbido crece, quiero convertirlo en ruido blanco y que me arrulle, pero cuando estoy a punto de conseguirlo, sube a re. El cambio, aunque ligero, genera una nueva expectativa sobre el zumbido en mi cabeza. ¿En qué tono estará tocando su melodía el mosquito? ¿La mayor? ¿O tal vez Re? Debe ser en la mayor, los mosquitos no pueden ser capaces de tocar una sinfonía que utilice tan bien la séptima mayor, y menos al principio de la melodía. 

Mientras pienso en esto, el zumbido, aunque con menos fuerza, es tocado en sol. El mosquito está tocando una sinfonía en re mayor, comenzando con la séptima mayor. Vaya cosa, y yo que no puedo ligar tres notas en la guitarra sin sentir que no voy a llegar a ningún lado. ¿Quién se cree este mosquito para interrumpir mi sueño después de un día tan difícil? Peor aún, ¿viene a darme una cátedra musical? ¿Presumirme que él puede ligar tres notas en mi oído sin ser más que un parásito chupa sangre? Ahora volvemos al pianísimo, pero en la: el grado dominante de la escala.  El mosquito debió ser Mozart o Tchaikovsky en su otra vida, y viene a la cama de un músico cualquiera a perturbarle el sueño y dejar en claro que él nunca será un maestro dentro de la música como cualquiera de ellos. 

Tal vez deba dedicarme a otra cosa, el otro día me ofrecieron un empleo vendiendo un producto que nadie necesita. Me negué porque se me hizo estúpido, pero la realidad es que la mayoría de los productos que consumimos no son necesarios. 

El mosquito ahora guarda silencio, tan importante como cada nota. El silencio me deja olvidar por un momento todas estas cosas y concentrarme en lo que debo: dormir. 

El silencio no es de redonda, es de blanca, y a la mitad del compás volvemos al re en pianísimo. Me molesto y con mucho esfuerzo saco mi brazo de entre las cobijas, lo expongo al frío de las noches de otoño con el propósito de darle fin a Mozart en versión miniatura. Con la fuerza que me permite mi cuerpo adormilado dejo caer el brazo sobre mi oreja izquierda, no siento más que el calor de mi mano. No hay rastro de sangre o algún otro líquido. El silencio dura dos compases y volvemos, pero ahora en do mayor.


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