miércoles, 7 de septiembre de 2016

Literatura : Voces asaltantes (cuento)

Por: José Contreras


El exorcista (1973), director William Friedkin
—¡Telma! —gritaba Marcelo irritado por los alaridos de su hija—. ¡Nidia ya está llorando otra vez! ¡Te toca darle la medicina! —seguía gritando mientras estaba sentado en el inodoro, leyendo publicidad de espiritistas o psíquicos en el periódico. Pero Telma no respondía, ya que la noche anterior se había desvelado tranquilizando a Nidia para que ésta dejase de golpear su cabeza contra el respaldo acolchonado de la cama, cuyas amarras la acondicionaban más como una prisión que como un lugar apacible para descansar; la había dejado por completo agotada, incapaz de escuchar a su hija en el cuarto, mucho menos a su esposo en el baño.

Nidia, atada de pies y manos, se sacudía como una crisálida a punto de ser rota por su huésped, exclamó a todo pulmón "¡Cállense todos que ya no los aguanto! ¡¿Por qué tienen que hablar todos al mismo tiempo!?", gimoteando después de su rabieta y revoloteando su cabeza en la almohada hasta que su madre, todavía amodorrada por la desvelada, llegaba a darle sus píldoras que la volverían a dormir.

Así vivía la familia Balero desde hacia cinco años; Nidia tenía la misma conducta desde el día de su nacimiento, expresándose mediante el llanto hasta que al año y medio aprendió a hablar. Cada día consecuente era bastante similar al previo, a menos que Telma o Marcelo, su esposo, intercalaran turnos para drogar a Nidia, y así poder dormir o sentarse a mirar la televisión; tan fastidiados de no tener tiempo para sí mismos, se repartían momentos de soledad, por lo que muy rara vez follaban o convivían como una pareja que se ama. Al ser tan pequeña su hija, no podían administrarle los somníferos en una dosis que la noqueara al instante, obligándolos a supervisarla constantemente, evitando que se soltara las amarras y se insertara objetos en los oídos o se diera cabezazos contra cualquier superficie dura.

Pero este día sería un poco diferente al resto. Con anterioridad habían citado a toda clase de profesionales, desde médicos generales y neurólogos hasta psicólogos y psiquiatras, y a pesar de la cantidad de estudios, terapias y medicinas, ninguno parecía encontrar otra solución que no fuera paliar el sufrimiento de la niña. Hartos de lo primero y de las consecuentes mermas económicas, de las cuentas y medicinas de Nidia, que los habían obligado a vender sus autos y a hipotecar la casa para lograr solventarlas, decidieron botar su ánimo escéptico e indagar en el campo de lo sobrenatural, por lo que habían concertado una cita con el doctor Rico Puccini, uno de los parapsicólogos con mayor audiencia en los programas de televisión enfocados en el tema, y que sólo ociosos o entusiastas veían. Como el matrimonio sospechaba que el popular doctor pudiera ser un charlatán más, con recelo Marcelo investigaba otros prospectos que pudieran tener mayor profesionalismo que un hombre que, en inicios del siglo XXI, insistía en usar una capa negra y un sombrero de copa, como el estereotipo de los magos de principios y mediados de la centuria pasada.

Cuando el timbre sonó, Marcelo se estaba lavando las manos y se enteró de la llegada del doctor más por el grito de su hija que por el timbre al que la niña hizo eco con un alarido prolongado.

Telma seguía con Nidia, así que el padre tuvo que salir a recibir al espiritista y a cuatro camarógrafos que ya estaban filmando los alrededores de la casa mientras el doctor, parado en el pórtico donde había tocado el timbre, narraba a uno de ellos el caso que resolvería en esta ocasión. 

—Buenos días, doctor Puccini —saludó Marcelo con la deferencia que le daría a su jefe en el trabajo si éste le visitara en vez del doctor—. Nidia, mi niña, está en… —no terminó de dar la ubicación de su hija porque un sonoro e iracundo “¡cállense ya!”, proferido por una voz tan dulce que casi haría inverosímil el nivel de furia que expresó, reveló al doctor que la habitación de Nidia estaba al fondo de la casa. Antes de que ambos fueran para allá, Marcelo lo encaminó a la sala para mostrar a su invitado todos los archivos médicos de Nidia, que estaban sobre una mesa de madera, al tiempo que le contaba a detalle cómo habían vivido durante un lustro. Una vez sentados en los sillones, con el permiso tácito de Marcelo, tres miembros del equipo de filmación recorrieron la casa; el restante, que al parecer siempre estaba al lado del espiritista, se quedó en la sala para grabar la primera entrevista.

—Cuando hablamos por teléfono me aseguró que ustedes son ateos, señor Marcelo —dijo Rico al terminar de leer la historia clínica—. Los demonios sólo pueden poseer a quienes creen en ellos, y únicamente en la respectiva religión o folklore en el que se les reconoce. Por ejemplo, no se puede combatir a un Yōkai, con agua bendita, aunque la haya bendecido el sumo pontífice de la iglesia católica, pues sería inútil contra un demonio que se combate con antiguos rituales japoneses —dejó de mirar a su anfitrión para dirigirse al camarógrafo principal—. Eso sólo reduce a las siguientes dos posibilidades, ya que las pruebas de la ciencia han fracasado en dar un diagnóstico certero: Nidia Balero, una nenita de tan sólo cinco años, tiene habilidades psíquicas que no ha aprendido a controlar; o los muertos están tratando de contactar con alguien, siendo las mentes inmaduras las más susceptibles para escucharlos—. Apenas había terminado de hablar Rico Puccini, casi como si hubiese estado en un libreto, cuando Nidia volvió a gritarles a todos que se callaran, culminando así la primera entrevista, generando tal suspenso que emocionaría a los televidentes cuando se transmitiera el programa.

La segunda entrevista se hizo en el cuarto de Nidia, ya que a ésta comenzaban a hacerle efecto los somníferos y se había sosegado.

El hombre del sombrero de copa se sentó en una esquina de la cama la opuesta a donde se había colocado la madre, en tanto su camarógrafo satélite se ubicó enfrente de ellos; Marcelo aguardaba, impaciente y ansioso, en la sala; el doctor así se lo había pedido. 

—Señora Telma, dígame, ¿cuánto tiempo nos queda antes de que Nidia se duerma por completo? —preguntó Rico Puccini. 

La madre con su cara más ojerosa que la de su hija, contestó: 

—Se tranquiliza como diez minutos antes de caer dormida. 

Tras esto, el doctor Rico Puccini entabló una conversación básica con la niña, preguntándole desde qué era lo que más le gustaba hasta a qué le gustaría dedicarse cuando fuera mayor; la menor respondió con ternura: 

—Quiero ser enfermera, para cuidar a otros igual que mis papis lo hacen conmigo. 

A todos los presentes les pareció una respuesta conmovedora, pero se agotaba el tiempo más rápido de lo que les hubiera gustado, casi la mitad disponible de éste se había usado; así que el espiritista preguntó a la niña: 

—¿Sabes de quién son las voces que escuchas? —le contestaron que no, así que continuó:¿Cuántas voces escuchas?

Nidia, cerrando los ojos para tratar de concentrarse, respondió: 

—No lo sé. A veces oigo como si mi cuarto estuviera lleno de personas hablándome al mismo tiempo, también escucho mascotas, como perros y gatos —la niña abrió los ojos para mirar al doctor—. En ocasiones, mientras duermo, escucho discutir a mis papis. 

Telma, avergonzada por la respuesta de su hija, bajó la cabeza y evitó el contacto visual con el doctor: 

—Perdónanos, hija. Tu papá y yo te amamos, nunca lo olvides —y comenzó a llorar. 

Retomando el control de la entrevista, el doctor preguntó: 

—¿Has visto o sentido fantasmas? —la niña lo negó y recalcó que simplemente oía unas voces, pudiendo identificar sólo las de sus papás. Rico Puccini le hizo una seña a su camarógrafo, y éste dejó de filmar, luego se dirigió a la niña: Nidia. Vamos a hacer un pequeño juego antes de que te duermas. Voy a salir y tocar la puerta muy despacio, cuando vuelva quiero que me digas cuántas veces la golpeé —apenas dijo esto, salió rumbo a la entrada, deteniéndose en la sala para comentarle a Marcelo sus intenciones.

Entonces dio seis golpecitos a la puerta, lo bastante tenues como para que no se oyeran más allá de la sala. Primero le preguntó a Marcelo, que seguía sentado en el sillón, cuántos golpes escuchó: «seis», le confirmaron. Luego fue al cuarto de Nidia e hizo lo mismo con Telma, pero como Telma no había escuchado nada, repitió la pregunta a la niña, «seis» contestó ella victoriosa. Sólo para asegurarse, el doctor renovó el experimento, pero esta vez golpeando tres veces la puerta, obteniendo los mismos resultados con los participantes.

Ya con la doble comprobación obtenida, el doctor le ordenó al camarógrafo que le llevara unos protectores para oídos que tenía en la camioneta, los cuales eran idénticos a los utilizados por músicos profesionales en los conciertos, y que se los colocara a Nidia. 

—Volveremos mañana, no se los vayan a quitar —le pidió a Telma y Marcelo antes de irse junto con su equipo de filmación.

A la mañana siguiente, alrededor de las diez, el doctor llegó con un equipo de filmación más amplio; esta vez un grupo de diez hombres parecían equipados para grabar una película de Hollywood plagada de efectos especiales. Saludando el doctor a los, ahora sí, sonrientes y bien descansados Marcelo y Telma. 

—Buen día familia, se ve que los protectores auditivos funcionaron bien. 

Telma le contestó: 

—Estamos muy agradecidos con usted, doctor —dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. 

Marcelo también le dio otro abrazo: 

—Doctor, ¿cómo supo ayudar a Nidia? Nadie lo había hecho tan bien como usted —dijo con la más sincera gratitud. 

Rico Puccini sonrió. 

—Simple. Las pruebas auditivas estándar están diseñadas para oídos promedios, los de su hija son tan sensibles como los de un perro o quizá más, ignoro si también puede escuchar infrasonido, pero en definitiva están más desarrollados de lo común. 

Telma volvió a llorar, pero ya no a raíz de emociones negativas. 

—Doctor, ¿cómo  se lo podemos agradecer? 

En respuesta, el espiritista dijo: 

—Los médicos viven de sus pacientes, yo de mis programas y libros —sacando tres libretos que traía debajo de su capa e hizo aparecer en sus manos, de un rápido movimiento que parecía un acto de magia. Se los entregó a los padres, y después le dieron el suyo a Nidia en su cuarto.

El equipo del doctor Rico Puccini trabajó arduamente para alistar la escena descrita en el libreto: Poleas con hilos invisibles ante las cámaras se encargarían de sacudir el mobiliario de la alcoba, unos sensores harían temblar las ventanas y unos abanicos ondearían las cortinas y las sábanas; Nidia se retorcería y gritaría tal y como lo hacía antes de la llegada del doctor, mientras sus padres sostenían biblias y rezarían padres nuestros y aves marías; Rico Puccini, con una enorme cruz colgando de su cuello y sin su respectivo sombrero de copa, arrojaría agua bendita a la niña y saldría humo de una máquina colocada debajo de la cama.  

El acto del exorcismo de Nidia Balero fue tan realista para los televidentes que, medio año después, abarrotaron las librerías para adquirir un ejemplar de Voces asaltantes, libro que trataba sobre unos fantasmas que contactaban a una niña, con habilidades psíquicas que desconocía tener, para obligar a sus padres a abandonar una casa construida sobre un antiguo cementerio dónde enterraron a unos herejes que practicaron en vida la brujería negra -que pronto tendría una versión cinematográfica de título homónimo, y que se estrenaría a principios del siguiente año-. La fama del doctor Rico Puccini se incrementó a niveles que él jamás hubiera imaginado, y la familia Balero disfrutó entonces de un estilo de vida con menos preocupaciones. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario