Por: Henry Pantoja Castellanos
«Nighthawks». autor: Edward Hopper, (1942). |
Recuerdo la vida en aquel viejo pueblo, era tranquila, feliz, era un paraíso caluroso pero jamás desesperante.
Aquellos manglares donde las aves llegaban a hacer sus nidos. Podía
observar cómo dejaban sus huevos con total tranquilidad mientras iban
por comida. Y las noches, las noches eran maravillosas. A las siete,
cuando el sol le cedía el lugar a la luna, todo era muy oscuro, lo que
permitía que el firmamento se pudiese apreciar en todo su esplendor. Las
brisas eran frías y traían un sonido particular. Los ancianos del
pueblo decían que eran palabras de amor y de aliento por parte de
nuestros seres queridos que ya habían partido.
Recuerdo las luciérnagas y lo majestuoso de su luz parpadeante, era como
encontrarse cerca de las estrellas y que ellas tratasen de comunicarme
algo en un lenguaje tan misterioso para ti, pero aún así muy hermoso.
Cuando vine a la ciudad todo era tan distinto.
Árboles como de adorno. Concreto por todos lados. Asfalto, edificios, gente corriendo de aquí allá, y la noche… jamás era de noche en la ciudad.
Caos, desastre, desesperación. El viento te golpea como apartándose de tu camino.
Árboles como de adorno. Concreto por todos lados. Asfalto, edificios, gente corriendo de aquí allá, y la noche… jamás era de noche en la ciudad.
Caos, desastre, desesperación. El viento te golpea como apartándose de tu camino.
Las personas no eran como en el viejo pueblo donde por la mañana salías a
llenar tus pulmones de aire fresco; en la ciudad tus pulmones se
invadían de ruido. Nadie apreciaba el silencio… este no existía.
El viejo pueblo me arrullaba, la ciudad me golpeó y me volvió con ella.
El viejo pueblo no era más que aquellos ojos oscuros con una pequeña luz
brillante. Tú eras la verdadera noche llena de luciérnagas, pero un día
partiste y convertiste mi mirada y mi alma en ciudad ruidosa.
Barranquilla, Colombia, 2016
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