Cuando el amor se envuelve de silencio,
y el sentimiento se destierra
a lo más profundo de los abismos del alma,
una estrella, allá lejos,
prendida en el terciopelo negro
de la noche…
llora.
Pero ocultarlo y condenarlo al mutismo
no disminuye su fuerza,
su luz, su palpitar, su calor,
simplemente se aletarga,
esperando el momento de poder lucir
con toda su esplendidez,
de avivar esa llama
que ha quedado adormecida al calor de la
hoguera que ardió en fuego febril
un día cualquiera,
en una calle cualquiera,
en un momento cualquiera…
Amar en silencio también es amar,
aunque no te mires en sus ojos evocadores
de pasiones compartidas,
ni beses sus labios de pura ambrosía.
Aunque tu piel no tiemble
con la caricia de esas manos
que te hablan de vida,
de amor… de milagros,
ni puedas sentir su abrazo
cálido, protector, envolvente, placentero.
La luna consuela a la estrella que llora
porque ella si sabe de amores imposibles,
no en vano con el suyo
solo se cruza un momento cada día
sin poder tocarle ni casi sentirle.
Sonríe hacia adentro
porque ella sabe mejor que nadie
lo que cuesta amar en la distancia
y en silencio,
marchar al rayar el día
retrasando unos segundos su viaje inevitable
para poder mirarse un instante en su luz
y alimentar así el sentimiento grato
de saberse suya,
de saberlo suyo,
a pesar de todo y de todos.
En el abismo del silencio,
donde todo parece oscuridad y pena,
un corazón palpita quedamente
y calla silente porque ama
el conoce la fuerza del amor generoso,
el que se envuelve en sigilo
cuando sabe que así…
no daña.
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