lunes, 5 de septiembre de 2016

Música: José Pablo Moncayo - El último nacionalista

Por: Uriel Delac


Sin ninguna carga peyorativa, el nombre del compositor jaliciense José Pablo Moncayo (1912-1958) se vincula casi exclusivamente por el gran público a una pieza ofrecida como encore en conciertos festivos o de conmemoración patriótica de las orquestas mexicanas, el Huapango de 1941. Un lugar común al que es muy difícil sustraerse, tanto por parte del melómano como de los directores mexicanos e incluyendo a algunos extranjeros.

Los estudios musicales de Moncayo se inician en la Ciudad de México bajo la tutela de Eduardo Hernández Moncada para después alcanzar un grado superior de perfeccionamiento con Candelario Huízar y Carlos Chávez. Ya para 1931, lo encontramos como percusionista de la Orquesta Sinfónica de México, muy activo en la vida cultural del país. Se relaciona con otros compositores interesados en rescatar los elementos históricos del folklore y de lo popular, que pudieran ser la base de una auténtica música mexicana culta o de concierto, como gustaba en llamarse entonces. El Grupo de los Cuatro (cualquier similitud con el grupo nacionalista ruso es mera coincidencia) se bautizó al de Moncayo, Ayala, Contreras y Galindo; juntos y por algún tiempo unieron esfuerzos para estrenar obras e imponerse en el panorama cultural de la capital que antes como ahora acaparaba todos los intentos de creación artística.

Entre sus primeras obras, encontramos una Sonata para violín de 1936 y el Pequeño nocturno del mismo año. Amatzinac (1937) es la primera composición importante de Moncayo. Y fue precisamente en la música de cámara donde buscaría la manera de acomodar sus principios estéticos dentro de la evolución del género en el siglo XX, si bien sus intereses nunca rebasarían las formas de un clasisismo aplatanado en la idiosincrasia latinoamericana. Sonatina para piano, Tres piezas para el mismo instrumento, Sonata para viola y piano, Trío para violín, flauta y piano, Diálogo para dos pianos y una vaca, cuyo título suena más al inconoclasta Milhaud que a un formal nacionalista, la Fantasía intocable y la romanza Flores de calabaza, son obras de juventud que no encontraron eco, aunque tal vez hubieran sido una veta a explotar, o bien, que nos hubieran legado a un Satie a la mexicana.

Las grandes formas también fueron desarrolladas por el músico. La Sinfonía de 1944 y la Sinfonietta del año siguiente son más bien ejercicios para un estilo posterior que desembocaría en Tres piezas para orquesta, Canción del mar, Zapata, Cumbres y los ballets Tierra de bosques y La potranca.

Intencionalmente hemos dejado para el final las tres grandes composiciones que más frecuentemente se tocan o que se mencionan. Tierra de temporal, un gran fresco orquestal con toda la fuerza que el título pueda sugerir y que ha sido rescatado en los últimos años por la Orquesta Sinfónica Nacional. La mulata de Córdoba, su única ópera, cuyo libreto de corte nacionalista fue escrito por Agustín Lazo y Xavier Villaurrutia, rescatando una leyenda de los tiempos de la colonia, y que se presentó hace nueve años en Bellas Artes, con más penas que glorias, debido tal vez a una dirección escénica y musical que dejaron mucho que desear. Y por supuesto el célebre Huapango, la más escuchada de las composiciones mexicanas, a reserva de Estrellita de Manuel M. Ponce.


Huapango reina en las salas de concierto por sus ritmos, brillante orquestación y, en el extranjero, por el atractivo de ese bárbaro exotismo similar al efecto que causó la música de Rimsky-Korsakov o Borodín, a principios del siglo pasado, en el decadente París de preguerra.

La obra fue encargada por Carlos Chávez al muy joven Moncayo (28 años) y le sugirió a éste que empleara algunas melodías populares de la región veracruzana, específicamente los sones jarochos. El autor investigó a fondo la estructura de estos sones y se documentó en la mencionada región con la colaboración de músicos populares, los jaraneros.

Varios momentos son particularmente memorables: los dúos de flauta y arpa, y los de trompeta y trombón. Mucho se ha discutido acerca del contenido del Huapango, si es una mera trasposición de melodías populares expuestas en una forma más o menos pintorescas, o si, por el contrario, constituye un complejísimo trabajo de riqueza tímbrica. De lo anterior, no hay duda sobre el segundo juicio. Hay variedad, intensidad y búsqueda de nuevas sonoridades en un lenguaje original y, a la vez, cercano a otras obras de carácter rapsódico de la música sinfónica.


El estreno en el Palacio de Bellas Artes, el 15 de agosto de 1941, levantó encontradas opiniones: desde el elogio hasta la indiferencia. Se cuestionó su carácter mexicanista, se puso en tela de juicio el oficio del compositor; sin embargo, la respuesta del público siempre fue entusiasta y receptiva. En Estados Unidos y países de Latinoamérica donde se tocó al poco tiempo de su estreno mundial fue un rotundo éxito y quedó como una clara muestra de la mejor música mexicana.


Demasiado fuerte resultó la carga de esta obra completa y perfecta para el compositor, ser reconocido solamente por una pieza de la etapa juvenil, escrita por encargo y de la que no esperó más que una ejecución meramente formal. Su muerte concuerda con el declive del movimiento nacionalista mexicano, que fue resultado de la caída de los ideales de la Revolución Mexicana. La musicóloga Yolanda Moreno Rivas escribirá: La muerte de Moncayo en 1958 marcó decisivamente el fin de la escuela de composición nacionalista. De la misma manera en que su obra sin seguidores sobrepasó y abolió el inocente uso del tema mexicanista, su muerte terminó con la preponderancia de un estilo de composición, cuya huella marcó la creación musical en México por más de tres décadas; aunque solamente al principio de los 60’s sería posible hablar del abandono definitivo del gran Fresco mexicano, del olvido del tono épico y de la búsqueda de nuevos factores estructurales en la composición.


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