miércoles, 19 de julio de 2017

Literatura: En este otro viaje (relato)

Por: Antonio G.


Saint-Georges majeur au crépuscule (1908-1912) - Claude Monet


El problema, ahora que lo pienso, debe de ser que nadie te avisa. Además, existe esto otro: la muerte no depende de ella misma, sino también de la locura de aquellos que nos rodean. ¿Y de qué depende la locura?

Es difícil saber el color exacto del que se pintará esta tarde el cielo. Es difícil porque no creo que alcance a verlo. Estoy muriendo. O moriré. No hay otra cosa que describa esto que siento; esto que se cierne sobre mí debe de ser la muerte. No es otra cosa que un frío funesto al que no pensé enfrentarme en este día. Porque nunca hay día en que uno esté preparado para morir. Nadie nos entrena y heme aquí. Ha pasado. Un sonido, dos sonidos. Luego la tierra que beso. 
La primera vez que estuve así, lamiendo el piso, fue cuando otro niño me golpeó en la primaria. En ese entonces yo también era un niño y no este individuo alto que soy ahora. O que era. Y a pesar de lo alto esta caída no me ha dolido como me dolió aquella vez que ahora recuerdo. Y por eso sé que estoy muriendo, porque no me duele, porque no siento. Los vivos qué dieran por no sentir algunas cosas y los muertos daríamos todo por sentir siquiera una sola. A pesar de eso a quien veo en este momento no es al que produjo los dos sonidos, sino al niño que me tiró hace tantos años. Antes le dije que me dejara en paz, pero ahora, más grande y más audaz, aún con más ganas de vivir, le digo que vuelva a golpearme, y no para que deje en claro su valentía o su coraje, sino para que me haga sentir. Porque sólo quiero eso. Só
lo
  quiero eso.
Volver a la vida que se me escapa tan rápido por aquí, y por acá también. La primera vez que besé la tierra estaba lleno de vida y ahora se me va para quedarse ahí. Polvo al polvo. 
Diría que la mañana me trajo a este momento, pero no fue la mañana, ni la decisión de cambiar de trabajo; ni tan siquiera la necesidad de más dinero, o la vida misma. Tampoco la muerte y quizá esto sea lo peor: morir y no poder echarle la culpa a ella. Porque ella estaba en otro lado, quién sabe dónde, pero seguro que no estaba planeando tocarme. En estos días hasta la muerte está estresada de tanto trabajo. Gotas muertas sobre más muertos. Y me pregunto si también cobrará urgencias, si tendrá horarios normales y otros en los que trabaja a un mayor costo. También por eso sé que muero; aunque quizá ya esté del otro lado: sólo a los muertos nos interesa la vida de la parca, mientras que para los vivos es un tema olvidado. Y yo vivo ya en el olvido, o al menos para eso tengo que prepararme. Como en un recuerdo maldito, marchito.
Así que a nada ni a nadie puedo echarle la culpa en estos segundos que se me esfuman como este polvo que vuela con el viento. Porque uno, hasta este momento, es cuando capta los pequeños detalles: las partículas meciéndose en el aire. La culpa… es externa, es de aquellos que planearon, de esos los titiriteros, de esos de los que yo no sé nada y de los que quizá nunca nadie sepa. Antes era número de vida y por ellos ahora voy a los números de muerte. Viaje directo, sin escalas. Involuntario. Muy importante lo último y esto otro: es un viaje que nadie agradece.
Y l                  a c
u
lpa es de eso que ni a
                                  hora puedo ver. 
Soy fruto de una mala planeación, de un mal movimiento, de una respuesta natural a algo antinatural. Y luego este golpe y este otro y un dolor agudo que sofoca.
Después la nada y qué recuerdos. La familia que aparece, las sonrisas que van y vienen. Luego estos gritos que no son ni míos pero que quisiera alguno lo fuera. Y sé que tengo que decir adiós, sé que me voy, pero me da miedo cerrar los ojos y no volver a mirar ese rojo ese blanco este polvo ese negro esa luz de
   de
cielo.
Uno. Dos. Sé que va a pasar. Y hago como que cierro los ojos aunque no lo haga de verdad pero sí digo adiós y dejo que el amor se me salga por las hemorragias. Y espero que mi familia lo sienta. Y trato. No. No trato.
Puedo.
Voy. Voy a morir feliz porque de no hacerlo, me negaría a eso último que puedo cometer, a eso último que nadie
         va
                  a
        quitarme
Le
  doy mi última felicidad al mundo y me despido del viento, de los sonidos, de los brillos, del baile, de las risas que di ayer, de las de hace un momento, de mi primer beso, de mi último llanto, de la primera vez que te tomé la mano, de cuando hice el amor, de cuando lo hice sin que hubiera amor de por medio, de la vez que lloré por una traición, de ese momento en el que pensé en traicionar, de los minutos que no quise hablar, de los minutos en que hablé de más, del silencio que hice sólo para enfadar, de los enfados mismos, de cuando me privé de ver el vuelo de los pájaros, de no haber visto los más rojos atardeceres ni de haber disfrutado algunas gotas de lluvia, de no siempre haber gozado un día soleado y de no querer caminar por las mañanas, de cuando vi a mis hijos entrando a la escuela, de cuando tuve que dejarlos en ella por vez primera, de mis enojos, de mis angustias, de mis preocupaciones sin sentido, de las que sí tenían sentido, de mi arrepentimiento, de mis remordimientos, de no haberte dicho una última buena palabra, aunque la hubo, sí que la hubo, pero nunca hay una última buena palabra ni un último buen gesto para despedirse y entrar en este otro viaje, porque el problema es que nada sabe a último y a veces uno da los besos sin muchas ganas y dice cosas como por costumbre y de eso me despido también y de eso me arrepiento otra vez. Y el rugido del mar se levanta, las olas rompen contra mi abdomen, después contra mis pulmones. El ruido de la tormenta llena mis oídos, las gotas de lluvia entran por todas partes de mi cuerpo sin mi permiso y tapan mis arterias y pobre de mi sangre que no fluye. Y el corazón salta, salta, salta, pero ya no hay remedio aunque siga luchando. El polvo se levanta, se lleva partecitas mías hacia arriba, hacia abajo también. Me hundo y me elevo en este mundo lleno de ruidos y de movimientos. Porque es el último momento, la sonrisa definitiva. 
La muerte
      la
    acerca
Y aquí
Estoy
Aquí
Te
     a
                m
           o
ADios.


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