Por: Norma Barroso
Sostuvo su mirada fija en el cielo grisáceo, las olas coléricas a lo lejos se golpeaban unas contra otras; el viento alborotaba su larga cabellera negra, mientras acariciaban su mejillas pequeñas gotas recién concebidas. Dentro de la bodega, Dug se hallaba refugiado debajo de la montaña más grande de ropa sucia que se haya visto; se refugiaba de la lluvia interior de cosas que caían y rebotaban del suelo de bossé. Martín levo el fondeo y encendió el motor avante, haciendo un intento por dar la vuelta y regresar a puerto, pero ya era demasiado tarde: Sophia los había alcanzado. En un intento desesperado por alcanzar el radio y pedir ayuda, Martín saltó por la escotilla abierta haciéndose una incisión en el muslo de no menos de diez centímetros. Gimió un poco, pero soportó el dolor hasta que al final logró cogerlo .
—¡Mierda, no sirve! —gritó airado mientras azotaba el radio contra el suelo del velero.
Cuando Dug lo vio, en seguida abandonó su escondite para poder acurrucársele en los pies. Martín se inclinó y con ternura lo acarició, notó que temblaba del terror que le provocaban los relámpagos y el ruido que hacían las olas al golpear el casco.
—Saldremos de aquí, no tengas miedo —le dijo, y casi al instante un golpe seco lo tumbó de bruces dejándolo inconsciente.
—¡Matín, mi amor, por fin has llegado! Hace tanto que te he esperado.
Abrió los ojos y la vio, era ella, no había duda. Observó esos ojos hermosos de avellana y sintió el calor de su cuerpo cuando lo abrazó y lo llenó de besos.
Abrió los ojos y la vio, era ella, no había duda. Observó esos ojos hermosos de avellana y sintió el calor de su cuerpo cuando lo abrazó y lo llenó de besos.
"¡Estoy en casa!", pensó.
Dos guardacostas que hacían búsqueda en la playa, notaron un cuerpo varado entre las rocas; junto a él, un perro blanco lamía su rostro, que parecía sonreírles.
💚💚
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