Por: Fabían Herllejos
Voy en un colectivo vacío rumbo a casa de mi familia, leyendo a
toda madre un libro que no es especialmente bueno, pero sí lo suficiente
como para que decida terminarlo. El colectivero se da cuenta y, no sé si por amabilidad o por aburrimiento, le baja de volumen a su música.
Agradezco con un gesto. Todo bien, todo es paz y armonía durante dos
cuadras. De pronto, sube al colectivo una señora de unos cincuenta o sesenta años que decide sentarse junto a mí, pudiendo sentarse en cualquier otro lado.
No pasa nada —pienso—, es incómodo pero el libro está bueno.
Entonces la señora saca un arma filosísima; de esas que son los
celulares cuando contienen reggaeton o banda en la memoria; desplegando todo el odio, todas las frustraciones y todo el volumen que su flamante
Samsung J7 le permite. —Aaaadiósamoooor, me voy de ti, pero esta vez
para siempreeeee. Meirésinmarchaatrásporqueseríafatal... —irrumpe la voz del "cantante" interrumpiendo mi lectura y siento como si una mula me hubiese
pateado los huevos con fuerza asesina.
Volteo a ver su moreno, regordete
y sudado rostro; y observo su boca pequeña cantando casi en silencio. Algo me
nubla la vista y de pronto un flash.
—Señora, disculpe ¿puede bajarle volumen a su música?
—Ya vas, putete. No le voy a bajar ni madres. Mejor bájale de huevos tú.
—Ya vas, putete. No le voy a bajar ni madres. Mejor bájale de huevos tú.
No sé qué hacer ante tal respuesta... Me quedo petrificado.
—Ok, disculpe la moles... (me interrumpe con un chingadazo).
—Bájale de huevos, puto. Ya te dije... ¿No vas a entender?
—Bájale de huevos, puto. Ya te dije... ¿No vas a entender?
Intento secarme la primera lágrima, pero ella interpreta el movimiento
como señal de amenaza y me cierra el ojo de un codazo. Grito y el chofer
pregunta:
—¿Qué está pasando allá atrás?
La anciana mete la mano en su
morraleta y, de entre las verduras, saca una navaja con la que trata de
cruzarme. Yo, mucho más joven, más guapo y más ágil, me adelanto a su
movimiento y le doy un puñetazo en la nariz.
—¡Hijo de perra! —grita
ella al sentir el golpe.
Comienza a sangrar. El colectivero vuelve a
preguntar qué pasa, esta vez mucho más alterado y casi gritando.
—¡La
pinche viejita me quiere filerear! —le contesto.
He cometido el peor error de las
peleas callejeras: me distraje. Inmediatamente después escucho a mi
enemigo susurrarme al oído:
—Viejitas tus nalgas, perra.
Siento el frío
metal entrar y salir una y otra vez de mi costado. Todo ha terminado
para mí. Mientras caigo, escucho su risa de abuelita amorosa y solo puedo
pensar en la imposibilidad de despedirme de mis seres queridos. La
vista se me nubla otra vez y, de nueva cuenta, un flashazo.
Ella se percata de mi mirada, voltea y me dice:
—Hace bastante calor
¿verdad joven? ¡Ay disculpe, está usté’ leyendo! Ahorita quito mi
cochinada esta.
Yo le sonrío, le digo que no se preocupe, que me gusta
esa canción y nos vamos en silencio: ella feliz, escuchando su música, y
yo esperando su primer ataque.
Jajaja... simplemente me gustó el homor negro que maneja el autor. Enhorabuena!
ResponderBorrar