Por: Víctor Estrella Hernández
El ángel guardián - Pietro da Cortona (1656) |
Aquella noche David se encontraba reposando en su cama pensando en tantas y tantas cosas. Era
uno de esos jóvenes adultos, de veinte años tal vez, que invariablemente terminan cuestionándose sobre su existencia en este mundo. Se sentía realmente un estorbo inservible. Su crisis —que él denominaba existencialista— ni siquiera le permitía pensar claramente. Hablando para sí mismo, se repetía constantemente:
— Bien,
creo que debería desaparecer... Sí, eso es lo que debo hacer, quizá así alguien me
extrañe. O quién sabe, la verdad ni soy tan importante… ¡Tengo una idea! Reuniré algo de dinero, compraré suficiente comida y
me iré al bosque... ¡Sí, eso haré! Llevaré comida y volveré un unos días, así
recibiré algunos abrazos de la gente que creo me estima y le caigo bien!
Entonces fue interrumpido por una voz en la oscuridad:
Entonces fue interrumpido por una voz en la oscuridad:
— ¡Cállate ya, nadie te quiere y punto! ¿Sabes lo incómodo, desesperante y molesto
que es oírte decir lo mismo cada noche y que en ningún maldito día desaparezcas?
David
se encogió de hombros, miedoso de escuchar esa voz que sonaba
bastante ronca y varonil. Utilizó la sabana para esconderse, como suelen hacer
los niños contra los fantasmas —cosa inservible— y, con algo de miedo, exclamó:
— Tía Roberta ¿eres tú?
— No, no soy tu tía Roberta y tienes conciencia plena de ello, pues ella ya murió —contestó la voz. ¿Sabes? aunque existiera la
posibilidad de que ella reviviera por un momento y pudiese visitar a algún
familiar, no creo que malgastara su tiempo viniendo contigo.
— ¿Quién eres entonces?, suenas como mi tía Roberta, ella me hablaba casi de la
misma forma.
— Imagino
que por eso estás tan dañado, si incluso tu tía te
odiaba…
Hubo silencio por un momento y la voz en la oscuridad, seguida de un suspiro, cambió su tono autoritario a otro más suave y cordial:
— ¡Soy tu bendito ángel de la guarda!
Hubo silencio por un momento y la voz en la oscuridad, seguida de un suspiro, cambió su tono autoritario a otro más suave y cordial:
— ¡Soy tu bendito ángel de la guarda!
David
se confundió, frunció el ceño, acercó su mano al teléfono y dijo osadamente:
— ¿No será que eres un maldito necrófilo? ¡Creo que debería llamar a la
policía!
— ¡Estúpido, un necrófilo se mete con cadáveres! Tú podrás
estar figuradamente muerto en vida, pero no eres un cadáver —exclamó molesto el portador de la voz.
— Existe la posibilidad de que me mates y luego cumplas tus más bajos deseos con
mi cadáver. ¡Muéstrate o llamaré a la policía! —amenazó el muchacho claramente atribulado.
— ¿Sabes al menos cuál es el número de la policía? No, porque eres un inútil. Ya te he dicho que soy tu ángel de la guarda. No puedo mostrar mi rostro. Es más, de hecho,
ni siquiera debería estar hablando contigo, pues me está estrictamente prohibido por el
“patrón”. Pero sucede que quería dejar de escuchar tus estupideces: así que no trates de hablar a
la policía, pues solo te pondrías en ridículo. Sé lo que te digo, debo protegerte o me
cuelgan de las cejas.
— Bien,
encenderé la luz y veré tu rostro —dijo David de manera un poco más tranquila.
—Tranquilo, lo haré yo –contestó el pretendido ángel aún en la oscuridad.
De repente se hizo la luz y el chico cayó en cuenta de que no se veía a nadie en la habitación.
—Tranquilo, lo haré yo –contestó el pretendido ángel aún en la oscuridad.
De repente se hizo la luz y el chico cayó en cuenta de que no se veía a nadie en la habitación.
— ¿Pero adónde se habrá ido este necrófilo? —se preguntó en voz alta.
— Tranquilo,
no me he ido —se volvió a escuchar en la habitación.
David se exaltó y volteó a todos lados en busca de quién emitía la voz.
David se exaltó y volteó a todos lados en busca de quién emitía la voz.
— ¿Dónde te encuentras, maldito depravado? —preguntó.
— En
el diván… Y no, no soy un depravado, ya te dije quién soy –le contestó
afablemente la voz.
— ¡No
jodas, no lo creo! Un ángel de la guarda no se expone de esta manera a quien protege...
— Es
que la mayoría de los ángeles no cuidamos todo el tiempo a una sola persona,
como todos creen.
Aquella
confesión, casi involuntaria, llenó de curiosidad a David (quien empezaba a creer), que
preguntó asombrado:
— Entonces... ¿de verdad eres un ángel?
–
¿Sabes David? Creo que estoy hablando demasiado. Ya he hecho bastante con mostrarte mi voz; pero es que me cansé de cuidar a la gente a escondidas. Así que ahora te resguardaré únicamente a tí y voy a tratar de ayudarte en tu vida diaria solo porque noto que eres mi
más dañado protegido. Aunque desde ahorita te digo que no podré estar contigo todo el tiempo.
— ¿Qué no hacías eso antes? —preguntó el muchacho frunciendo el ceño.
— ¿Ehhh?… Sí, pero con la diferencia que ahora sabes que lo
hago —contestó nerviosamente la voz.
— Entonces… ¿No me matarás para luego… tú sabes?
— No,
no lo haré, y déjame decirte que eso suena demasiado estúpido.
— ¿Me ayudarás a no dar asco ni a causar lástimas?
— Así es, pequeño incrédulo… Yo me encargaré de que tu depresión no persista más
en tu ser. Seré yo quien te proteja de esa absurda nube de tristeza,
existencialismo, desamparo y ganas ir al bosque que tienes en tu vana esperanza e ilusión que alguien te extrañe.
— ¿Y cómo harás eso?
— Ni idea, David. No soy psicólogo, ni algún especie de gurú adivina futuros que pueda asistirte de esas maneras… Pero puedo ayudarte en lo que me pidas y quizás eso
sosiegue tu tristeza y auto marginación; algo así como si en mí tuvieras a un involuntario
y obligado sirviente.
— ¡Eso suena genial! Empieza pues por limpiar mi casa mientras yo duermo. ¡Ahhh, y trata de no
hacer ruido, pues tengo el sueño ligero!
Acto seguido, el jovenzuelo se recostó cubriéndose con la cobija y se durmió al instante. Por su parte, no era posible ver el rostro del ángel pero, por el largo y tenso silencio, podía adivinarse que miraba con cierto odio y desprecio a su protegido.
Acto seguido, el jovenzuelo se recostó cubriéndose con la cobija y se durmió al instante. Por su parte, no era posible ver el rostro del ángel pero, por el largo y tenso silencio, podía adivinarse que miraba con cierto odio y desprecio a su protegido.
Al
romper el alba, David despertó y notó que su habitación estaba totalmente limpia,
impecable, todo estaba en completo órden. Giró la cabeza observando cada rincón y comentó en voz
baja.
— No, no fue un sueño...
— ¡No estúpido, no lo fue! Me hiciste limpiar tu casa..., tu puerca y despreciable
casa. Además, sin hacer ruido. ¿Sabes lo estresante que es utilizar tan solo un
plumero para limpiar absolutamente todo, sin despertarte? —contestó el ángel, evidentemente molesto.
David se asombró al escuchar la voz.
David se asombró al escuchar la voz.
— ¿Dónde estás? —preguntó.
El
ángel solo tiró una pelota desde el diván donde se encontraba recostado.
— ¡Eres genial! Dime ¿cómo te llamas? –cuestionó el chico.
— Los ángeles de la guarda no tenemos nombre, así que dime como mejor te plazca.
— Pero ¿por qué no tienen nombre?
–
En toda nuestra eternidad no nos comunicamos con nadie, por lo que no necesitamos de un
nombre. Vivimos para proteger a las personas y nada más. Vigilamos cada
cosa que hacen y ni tiempo tenemos de charlar entre nosotros.
David se levantó de la cama y empezó a vestirse sin importarle que el ángel estuviese ahí.
— ¿No sientes pena de que observe cómo cubres tu desnudéz? —interrogó la voz.
David se levantó de la cama y empezó a vestirse sin importarle que el ángel estuviese ahí.
— ¿No sientes pena de que observe cómo cubres tu desnudéz? —interrogó la voz.
— Supongo que no debe ser la primera vez que me miras, depravado; así que no, no tengo por qué sentir
vergüenza.
— Me temo que así es —respondió el ángel.
— Bien, te llamaré Fido entonces.
— Tu perro se llamaba Fido..
— Me importa un bledo, así que vámonos ya.
— ¿Adónde iremos, mi joven amo? —dijo el ángel en tono burlón.
— A calmar mis penurias mi fiel sirviente, mascota, o como quieras que te llame.
El
ángel se conformó con seguir a su bisoño protegido y caminaron por entre algunas
decadentes y casi abandonadas calles; olvidadas excepto por un buen hombre que día a día
recordaba limpiar las banquetas de un callejón sin nombre. Nadie sabía por qué lo hacía puesto que ni siquiera vivía en ese vecindario. No obstante, el sujeto las aseaba sin que alguien comentara algo. Y nadie decía nada
porque a nadie le gustaba limpiar.
Después de cruzar todas esas vías asoladas por el silencio, por fin se detuvieron frente a una casa de un solo piso. Práctucamente un vejestorio que parecía estar abandonado, en el que la pintura de las paredes se deshacía al simple tacto y que contenía quién sabe cuántos grafitis dibujados por todos lados.
David miró la casa por unos instantes, como esperando que el ángel emitiera algunas palabras, y así fue:
Después de cruzar todas esas vías asoladas por el silencio, por fin se detuvieron frente a una casa de un solo piso. Práctucamente un vejestorio que parecía estar abandonado, en el que la pintura de las paredes se deshacía al simple tacto y que contenía quién sabe cuántos grafitis dibujados por todos lados.
David miró la casa por unos instantes, como esperando que el ángel emitiera algunas palabras, y así fue:
— ¿Qué hacemos aquí, David?
— ¡Ahhh! Espera un momento, por favor. Unos cinco..., no, mejor unos diez minutos —respondió el jóven ostentando una mirada seria.
— Lo siento amigo, pero no puedes ir solo, pues debo protegerte —replicó el ángel.
— Tranquilo, solo haré una cosa y ya... Tú espérame.
El ángel trató de oponerse una vez más, pero David ni esa elección le dejó; así que al protector no le quedó más remedio que quedarse.
El ángel trató de oponerse una vez más, pero David ni esa elección le dejó; así que al protector no le quedó más remedio que quedarse.
Exactamente
nueve minutos con cincuenta y cinco segundos después se escuchó el
quebrantador estruendo de una pistola. Inmediatamente, el ángel entró a la casa y
encontró a David ahí: derrumbado y con su cabeza desangrándose por el hemisferio derecho.
Tal vez atónito, el ángel no acertaba a comprender lo que había sucedido. Al lado de
David, ahora hecho un cadáver, se encontraba una nota. El ángel la tomó y empezó a leerla. En ella
se encontraba escrito:
«La depresión para mí siempre fue algo ridículo. Constantemente he pensado que se trata de algo vano y que no existe motivo por el cual deba estar deprimido. Sin embargo, este pensamiento es el que me ha mantenido con los ojos vendados. Yo jamás pensé que esta depresión estuviese tan desmedida en mí, tan descontrolada que incluso empecé a tener alucinaciones auditivas, a escuchar una voz que decía ser un ángel de la guarda que calmaría mis miedos y angustias. Así que solo queda decir a quienes me querían (si es que existe alguien) que lamento haber hecho esto; pero es que no pude soportar el hecho de que mi pensamiento creara un ser imaginario con intenciones de ayudarme a superar esta tristeza, la que por cierto no me afectaba tanto.
Los
estima, David».
El ángel dejó de leer y
pensó:
— ¡Mierda, otra vez sucedió!
Luego notó que al reverso de la hoja había algo más escrito:
— ¡Mierda, otra vez sucedió!
Luego notó que al reverso de la hoja había algo más escrito:
«Posdata: Fido, si es que en
realidad existes, por favor no violes mi cuerpo. Y si es cierto que me querías
ayudar, pues te digo que eres un estúpido... Por tu culpa pensé que había tocado fondo.
Espero que
quede en tu memoria, David».
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