martes, 3 de enero de 2017

Literatura: Apocatástasis (Relato)

Por: Henry Castellanos

Pieter Brueghel "El viejo" - El triunfo de la muerte (1562)

Las nuevas generaciones nunca entenderán que la causa de que gran parte de la vida humana desapareciera no fue por una catástrofe, ni por grandes guerras entre potencias mundiales; tampoco se debió a una venganza de la naturaleza. Fue... por un pincel biselado
En la Calle de los Músicos (como se le conoce al pequeño lugar donde se sitúan mariachis, orquestas y demás grupos musicales para ofrecer sus servicios; en donde el paisaje no es otra cosa que la estatua de un viejo músico empírico que murió años atrás; personas borrachas, prostitutas y pequeños sitios donde se puede ir a bailar con la ambientación de una mezcolanza de sonidos medianamente armónicos), al lado de una pequeña discoteca, se sitúa el hogar de Martín. Un tipo alto, algo corvado, pálido como de susto, cabellos lisos y bien peinados, cejas poco pobladas y casi siempre de vestimenta sencilla y cómoda a causa del calor de la ciudad. No tiene idea de qué vino a hacer en el mundo. Sólo ocupa su tiempo dibujando y llevando luego los bocetos al lienzo, pues no cree poder inventar una obra directamente desde la tela. Posee además una gran variedad de materiales que utiliza para pintar: paletas, pinceles, soportes de madera con acabados y relieves hermosos, telas, entre muchas otras cosas más. Jamás le falta algo a la hora de pintar. 
Martín camina a diario por las calles nocturnas en busca de café para no dormirse. Le encanta en esas horas leer cómics alternativos de poca venta para evadir la calle donde vive y los ruidos de la misma. Se queja de no poder encontrarlos con facilidad en una ciudad tercermundista como en la que vive. Tampoco se interesa por alguna mujer, aunque suele escuchar con total excitación los pasos de la inquilina del piso de arriba de su apartamento… (¡Ah!, cierto, se me había escapado comentarles que a Martín ya no le queda ningún familiar con vida, excepto un tío lejano —por parte de madre— al que detesta porque de pequeño le decía que su predilección por los pinceles, brochas y pinturas, eran una inclinación hacia la homosexualidad, lo que propició que su padre le negara los estudios de artes fuera de su ciudad. Y por supuesto, yo: testigo y sobreviviente de todo lo ocurrido).
Recuerdo que aquella tarde lo visitaba y lo primero que escuché al llegar fueron voces desenfrenadas de ira, sufrimiento e impotencia por algo. Entre gritos y lágrimas alcancé a entender que, por alguna razón que desconozco, había destruido sus escobillas. Supuse que eran las de siempre y que, por alguna razón, le eran importantes. Desesperado, al ver que destruía todo a su paso, no se me ocurrió otra cosa que gritar que parara y situarle una bofetada justo en su cara, entre el pómulo y la mejilla. Al quedarse impresionado por el golpe, se sentó con la mirada fija en lo que para él era una desgracia total: aquellos pinceles yacían totalmente rotos e inservibles. Para tranquilizarlo, mi siguiente idea fue decir que podía conseguirle algunos de calidad en una vieja tienda del centro, a lo que respondió, sin quitar la mirada en los suyos estropeados, que sólo necesitaba uno biselado. Pude notar el odio en sus ojos. Era como si todo su pasado tuviese que ver con esos pinceles y la culpa de su destrucción, minutos atrás, recayera en tantos otros. Decidí ignorar por ese momento la situación.
Afortunadamente, cerca de mí casa encontré una tienda de antigüedades, la que, si mi memoria no me falla, tiene por nombre «Mmanuel». Recorriendo, observando y casi hipnotizado por tantos objetos jamás vistos por mis ojos, pasé más de tres horas en aquel lugar. Recuerdo haber quedado encantado con un jarrón de bronce que tenía grabados en alto relieve de alguna persona o un tipo de Dios tal vez; y dentro de él, dentro de ese misterioso jarrón, un pincel y un trozo de madera con una pequeña inscripción, algo borrosa, que decía Quod pingere vives. Sin saber si era o no el que Martín pedía, solamente tomé el pincel, lo llevé a la caja y, al pagarlo, el dueño me dijo: 
—Pinte sin odios. 
Me dispuse a caminar hasta la Calle de los Músicos para llevarle el preciado objeto. Por mientras, pensaba en lo extraño de su comportamiento en los últimos días. Sin duda, no lograba entenderlo a falta de mucha información acerca de él. Cuando al fin llegué, sin siquiera saludar, lo primero que me preguntó fue si tenía el pincel. Al mostrárselo, casi lo arrebató de mis manos y luego sólo dijo: 
—Ya es algo tarde, deberías partir. 
Una vez entendido a lo que se refería, me despedí lo más rápido posible y salí de allí.

Dos días después, luego de enterarme por la prensa de tantos reportes de muertos, gente desaparecida y desastres violentos; de ir por las noches a comprar café donde Martín lo hace (o por lo menos lo hacía) y de escuchar los boleros del Parque de los Músicos; reparé que había dejado de saber acerca de él, por lo que me decidí tocarle a la puerta. Me recibió con una enorme sonrisa, felicitándome (según él) porque había contribuido a su más grande genialidad dentro del mundo del arte. Me hizo entrar para mostrarme sus pinturas, a lo que accedí de buena manera. Al ver aquellos lienzos grandes y grotescos, como sacados de un museo dedicado al terror, sólo me despedí y salí casi corriendo del lugar, mientras él esbozaba una extraña sonrisa.
De camino a casa y sin poder sacar esas imágenes de mi cabeza, supe que había visto algunas de ellas en otro lado, mucho antes de hacerlo en su pequeño estudio. Y en efecto, eran representaciones de las fotografías y vídeos que mostraba la prensa sobre muertes y desastres a los que me referí con anterioridad. En el momento no me alarmé tanto, pues supuse que, al igual que yo, también allí las había visto y simplemente las llevó al lienzo. Sin embargo, con el paso del tiempo, mientras más seguido lo visitaba y trataba de acoplarme a su nuevo estilo artístico, pude notar que en realidad las pintaba antes que la noticia saliese a la luz. No sé cómo es que Martín podía hacerlo, por lo que mi mente siempre trataba de buscar una nueva explicación, la que cada vez era más y más descabellada. Había explosiones, desapariciones, informes de personas autolesionadas, entre muchos de los cuadros que vi. Jamás dije algo al respecto por el miedo a que un día en una de sus pinturas reconociera mi propio rostro. Pero luego entendí todo: Martín no pintaba personas al azar, no. Él buscaba casos particulares de personas que se asemejaran a aquellas que, en algún momento de su vida, le hicieron algún tipo de daño: su tío, padres, sus compañeros de escuela. Mientras tanto, yo temía porque sabría Dios si alguna vez me burlé de él y no lo recordaba. 
Había un cuadro inmenso en su sala, tapado con una enorme sábana gris. Siempre curioso, lo miraba mientras le preguntaba por qué no pintaba en él a banqueros, políticos o al dueño de la discoteca de al lado (por su espantosa música). Mas creo yo que, en el fondo, mis cuestionamientos al respecto eran porque quería saber qué estaba ahí pintando y me hubiese gustado que usara ese pincel en un par de lienzos que me venían a la imaginación, a lo que invariablemente me respondía con un: 
No me interesan. 
Ha pasado un poco de tiempo. Dos noches tiene que destapé el gran cuadro y, al verlo, le llamé "enfermo desquiciado". ¡Vaya que sí era una pintura muy grande! Ahora entiendo cuando me dijo que había contribuido a su más grande obra de arte: se refería a esa y a ninguna otra. Sólo le hacía falta su firma. 
Hace unas horas, mientras revisaba los correos recibidos, vi uno de Martín con un archivo adjunto. Era una fotografía de esa indescriptible pintura, con ampliación a un detalle en donde pude reconocer uno de los rostros que allí se encontraban.

Era el mío que, entre tanto caos, mostraba gestos de crudo dolor y sufrimiento.

4 comentarios:

  1. quiero que terminé con: Era el mío que, entre tanto caos, mostraba gestos de crudo dolor y sufrimiento al rededor del mundo.
    XD -sentí que me hizo leer esa frase-- XD
    Me gustó mucho el cuento. FELICIDADES.

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  2. Pero qué buen relato. Increíble talento jóven que tienen en este blog. Me hizo imprimirlo para tenerlo en físico.

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  3. Ufff, sin palabras. Breve, conciso, escalofriante a la vez que bello y reflexivo.

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