lunes, 12 de noviembre de 2018

Literatura: Una noche con Sartre (relato breve)

Por: Dadániel Jackson





Distante y abatido fui al último refugio que los patéticos sin rumbo usamos para lamernos las heridas: la casa de nuestros padres. Fue tal vez un momento de flaqueza, pues en estos días sentía que me dolía todo y no encontraba algo más de qué quejarme.
Habiendo abandonado hace algún tiempo lo que fue mi hogar, resultaba natural el que ya no hubiese una alcoba destinada especialmente para mí. Así que, como el perro de la casa, intenté dormir en el sillón de la sala.
Una o dos horas antes de que el sueño me abatiera, allí estaba yo, zapeando con el control remoto la televisión sin esperanza de encontrar algo que me distrajera. Recordé entonces a Sartre, pero no traía ningún libro de él. Así que busqué en Google algún PDF para leer un poquito de La náusea, pero en lugar de escribir “náusea” después de la palabra "Sartre", escribí por error un conjunto de letritas random que arrojó una frase inexistente.
Fue entonces que conocí a Charlotte Sartre...
Un click y estaba en una página porno viendo cómo a una mujer con la palabra “náusea” tatuada justo bajo su pecho, era penetrada y sodomizada por otra de igual condición junto a un semental también tatuado. Su aspecto era la de una joven de rasgos finos, cabello negro y ese fleco que muestra aquel rasgo de falsa inocencia en las chicas.
Hacía mucho que no veía pornografía, así que me sentí un poco avergonzado conmigo mismo por ello. Pero esto no me detuvo, así que seguí mirando y observé que la muchacha mostraba el tono de piel que se tiene cuando no se sale mucho al sol, es decir: como el de un hermoso parque lleno de nieve. El tipo le daba de nalgadas mientras la penetraba; hasta que sus nalgas, como estrépito de un incendio, se tornaron rojas. Fue entonces que tomó su pene, sometió a la modelo jalándola de su cabello y, como un corto hilo de pescar, eyaculó en su cara. Charlotte, en medio de todo esto, sólo se limitó a sonreír mostrando sus bellos ojos… y en ese punto terminó el vídeo.
Escribí entonces en el buscador su nombre completo, pero sólo encontré más vídeos de la misma índole. No tuve deseos de verlos. Sólo quería una foto de ella: una fotografía de esa mujer con rasgos de cisne y tatuada con la maldición de Sartre. Tampoco dejé de pensar en su rostro por un largo rato.
"Tal vez sea imposible comprender los rostros", pensé, "¿o será acaso está soledad de madrugada la que me hace pensar así? Después de todo, los que vivimos en sociedad aprendemos a mirarnos en el espejo del otro y por eso nos percibimos tal y como los amigos nos dicen que somos".
Miles de preguntas acudieron entonces a mi mente: ¿Cómo me vería yo lejos de esa imagen que me devuelven mis amigos? ¿Y si no son espejos? Y si Charlotte observa esos vídeos en donde la penetran hasta el orgasmo, ¿cómo se verá a sí misma? En su vida cotidiana, ¿se mira más desnuda que vestida?
Miré al techo y lo único que pude hacer fue suspirar, esperando que aquella Charlotte que me acompaño un rato en mi soledad fuera feliz. 
En ese momento logré dormir...




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