sábado, 26 de mayo de 2018

Literatura: El llamado de la luna (fragmento)

Por: Miriam García


Caminé por calles vacías, envueltas en el ruido de grillos y las notas melancólicas de los aullidos de los perros. Había algo en el ambiente que lo hacía diferente a otras noches; el viento soplaba tan quedo que era como una caricia fría de almas en pena. Esa noche no llevaba caballo, se le había zafado una herradura y tenía que llevarlo con el herrero. Tampoco había un carruaje esperando por mí; mi casa estaba cerca de la de mi anfitrión, así que pensé que no habría ningún inconveniente en caminar, además yo tenía la excentricidad de que me gustaba salir solo a caminar por la noche. Era algo que había hecho muchas veces, al punto que el sereno, la luna y yo siempre nos saludábamos con familiaridad. A veces al terminar el día me encontraba exhausto, con la vista cansada y el ánimo acabado, entonces salía solo en la noche a dar un paseo y eso de alguna forma me hacía sentir bien.
Los grillos cantaban y a lo lejos se escuchaba el aullido de los perros. Disfrutaba mucho los paseos nocturnos. No tenía ninguna prisa, iba con paso despreocupado. Lo único que escuchaba eran mis propias pisadas sobre el empedrado. Justo en el momento en que di vuelta en la esquina, noté que había otros pasos que me seguían muy de cerca. Un mal presentimiento me invadió, el miedo recorrió mi cuerpo y me incitó a avanzar más rápido, entonces los otros pasos también aceleraron su marcha. Traté de tranquilizarme. Las pisadas apretaron el paso. De pronto alguien me interceptó tomándome por la espalda; los dos caímos al suelo. Mi atacante se obligó a incorporarme con todo lujo de violencia, iba acompañado por otro sujeto el cual lo ayudó a sujetarme. Eran dos mestizos que me pusieron contra la pared. Uno de ellos sacó un cuchillo y me lo puso en la garganta.
—Quieto, gachupín, o aquí te mueres —amenazó. El otro miraba en todas direcciones para alertar a su compañero.
Esculcaron todos los bolsillos de mis ropas, me quitaron el reloj de oro y dinero. Yo no me moví en todo ese rato; en mi mente una oración quedó ahogada suplicando que me fuera permitido ver el día siguiente. Lo que pasó después fue confuso debido a la rapidez con que ocurrió todo. De alguna parte de las sombras algo jaló a ambos asaltantes hacia atrás, uno de ellos fue proyectado contra el frío muro de ladrillo mientras que el otro era sujetado por un ser de naturaleza no definida, algo así como una fiera deforme entre animal y humano; por un momento pensé que se trataba de algún perro de gran tamaño, pero no tenía cola, era enorme y monstruoso. La bestia lo mordió por la espalda entre la nuca y el hombro y le desgarró la carne haciéndole gran daño. El sujeto iba gritar cuando escuché un sonido seco de huesos que tronaban; la bestia le había roto el cuello con un movimiento preciso y veloz. El otro sujeto que estaba en el suelo estaba aterrado. Se levantó. Ya iba a echar a correr por su vida cuando fue atrapado por la bestia la cual, sujetándolo del cuello con una sola mano, lo levantó y lo puso contra la pared. La bestia aulló como un lobo dispuesto a atacar y clavó su garra en el abdomen de su víctima, hurgó de su cuerpo y arrancó uno de sus órganos sanguinolentos. Soltó el cuerpo maltrecho del sujeto y se comió de un bocado lo que tenía en la mano. Todo ese tiempo yo me quedé rezagado, pegado a la pared, congelado por el pánico. Hice un esfuerzo por respirar, traté de obligarme a mí mismo a salir corriendo, pero el terror era tanto que no me respondían las piernas. El monstruo fijó en mí sus ojos que centelleaban como el fuego, de su boca salió un sonido áspero y frío que me ordenó: “vete”. Reuní fuerzas y salí corriendo como alma que lleva el diablo. Corrí sin mirar atrás ni una sola vez, sin detenerme a ver o preocuparme por la suerte de esos infelices ahora muertos. Dentro de mi cabeza tuve una extraña visión, algo así como si fuera la proyección de la imagen que no quise ver, o que tal vez sí vi, pero tan rápido que mi cerebro interpretó la escena como una especie de sueño. En el suelo yacían los cadáveres y el monstruo inclinado en cuatro patas, se alimentaba de los ahora muertos como haría un animal carnicero que acaba de tomar una buena presa.


*Fragmento del libro El llamado de la luna, publicado recientemente en Amazon: 

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Sobre la autora:


Miriam García es originaria de Guadalajara, México. Tiene una Licenciatura en Administración de Empresas de la Universidad del Valle de Atemajac y tomó diversos cursos de redacción y escritura creativa en la Escuela de Escritores SOGEM, Guadalajara.
Participó en la revista cultural juvenil Transeúntes, conectando sentidos, publicada por la Benemérita Sociedad de Geografía del Estado de Jalisco (2007 – 2008). Además, varios de sus cuentos fueron publicados por el periódico local Ocho Columnas y algunos de sus textos fueron incluidos en las ediciones 2009 y 2010 de la antología Caleidoscopio, editado por la Escuela de Escritores SOGEM, y presentados dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de esos años. 
En 2015 publicó su primer libro Dulce Amor Funesto, historias de amor y otros monstruos, una antología de historias. 
Participó en el festival I am Quixote y en el año 2017 la revista electrónica Label me Latino publicó un texto de su autoría.
En 2018 publicó su segundo libro llamado La llamada de la Luna y del cual presentamos un breve fragmento. Actualmente vive en Houston con su esposo y su gato Pepe.


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